José María Carrascal

Amor, felicidad, política

José María Carrascal
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Los años me han enseñado a diferenciar entre esos tres pilares de la vida humana. El amor causa tantas delicias como desgracias, y el soneto de Quevedo que empieza «Es fuego abrasador, es fuego helado/es herida que duele y no se siente» y termina «mirad cuál amistad tendrá con nada/el que en todo es contrario de sí mismo» lo define. De la felicidad podría decirse algo parecido, y no les digo nada si se les une la política, ajena totalmente a una y otra cosa, como demuestran los innumerables ejemplos de gobernantes que, queriendo traer la felicidad a sus ciudadanos, lo que les han traído es su desdicha. A la memoria me viene Jimmy Carter, que, al presentarle el plan para liberar a los rehenes en su Embajada en Teherán, preguntó si sus guardianes eran militares profesionales y le dijeron que eran simples revolucionarios, canceló el asalto «porque no podían matarse civiles».

Y allí siguieron los rehenes hasta que llegó Reagan, que dio diez días a los ayatolás para liberarlos. Antes de cumplirse el plazo estaban en libertad.

Los mismos que han llevado a Carmena a la Alcaldía llaman a Otegui hombre de paz

Ustedes se preguntarán a qué vienen estas disquisiciones en medio del lío que tenemos en España. La cosa es muy simple: me las han sugerido las declaraciones de Manuela Carmena, alcaldesa de Madrid, en las que dice cosas tan sublimes como: «Estoy enamorada de la posibilidad de la aventura personal»; «me niego a tener enemigos»; «hay poco miedo en Madrid. Hicimos una celebración poética en el Retiro. ¡Qué felicidad había allí!». ¿Quién puede estar contra ello? ¿Quién no se conmueve ante tanta ternura e ingenuidad? Pero esta misma señora tiene en su consistorio a personas que hacen chistes de los judíos quemados en hornos crematorios, que asaltan lugares de culto para mofarse de sus fieles, que frenan a los policías municipales cuando intentan mantener el orden público. ¿Cómo se explica? Pues muy sencillamente: la izquierda predica el buenismo, pero practica la violencia. Es más: se cree autorizada para usarla por una supuesta superioridad moral una vez que alcanza el poder. Se ha dado siempre, sin excepción, en todos los tiempos y latitudes. Promete «paraísos del proletariado» y lo que trae son campos de concentración. Habla de amor, de felicidad, de hermanamiento, y lo que hace son listas de «disidentes a purgar» y «enemigos a eliminar». A lo que añadir algo muy importante: los mismos que han llevado a la doña Carmena a la Alcaldía madrileña llaman a Otegui hombre de paz y se niegan a condenar los crímenes de ETA, uniendo al dolor de sus víctimas el escarnio y la humillación. ¿Es eso amor? ¿Consiste en eso la felicidad? Pues vamos listos.

Volveré sobre ello en una próxima Tercera con la calma y amplitud que requiere, pues esta puede ser la mayor de las corrupciones ocurridas en España desde que estrenamos una democracia tan flacucha que permite tales ignominias.

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