Benedict Cumberbatch: «La sociedad convirtió a Turing en un reprimido»

El protagonista de «The Imitation Game (Descifrando Enigma)» habla sobre el genial matemático que interpreta

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Al británico Benedict Cumberbatch le llaman estrella por accidente, porque sin un físico que siga los cánones clásicos de galán de cine, ni una vida decorada en las revistas del corazón, se ha convertido en uno de los cinco actores más prolíficos de la "lista A" de Hollywood. Cumberbatch ha pasado de ser el líder en películas independientes a vivir al borde del superestrellato.

Protagonista de la célebre serie de televisión "Sherlock", el papel de sabueso en la pequeña pantalla le llevó muy pronto a la grande, con papeles tan destacados el año pasado como el de Khan en "Star Trek: en la oscuridad" o el de Julian Assange en "El quinto poder", pasando por poner la voz del colosal dragón Smaug en la versión original de la trilogía de "El Hobbit".

El actor estrena esta semana " The Imitation Game (Descifrando Enigma)" junto a una de las estrellas femeninas de Hollywood, Keira Knightley. La cinta se encuentra en todas las quinielas de los Oscar y el trabajo del propio Cumberbatch interpretando al matemático Alan Turing ha recibido dos nominaciones a diferentes galardones, una a los premios del Sindicato de Actores y otra a los Globos de Oro. El filme, narrado con mucho suspense, cuenta cómo una de las mentes más brillantes del siglo XX resolvió los códigos "indescifrables" de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial para terminar suicidándose con solo 41 años, perseguido por su propio Gobierno. ABC tuvo la oportunidad de conversar con quien parece ser uno de los hombres del momento.

-Su entrega a los personajes que interpreta es una verdadera inspiración para el público.

-Para mí es muy importante dar con la clave de cada papel que decido representar. Si hay algo que me motiva en mi trabajo es hacerlo bien y para mí significa mucho el reconocimiento del público.

-El matemático Alan Turing fue uno de los hombres más inteligentes de su generación.

-Sí y lo descubrió por la necesidad que tenía de aprender. La razón por la que tomó un curso de criptografía fue para medir su propia capacidad de aguante. Turing era un hombre aislado desde la infancia, cuando descubrió el amor de la mano de un joven mayor que él que le introdujo en el mundo de los secretos. La intolerancia de la sociedad le convirtió en un reprimido y así era como se expresaba sexualmente con los hombres. Sufrió mucho para conseguir su reconocimiento, era un hombre inteligente con una bella y perversa perspectiva de la vida. Todo lo pensaba de forma lateral y por eso era el hombre adecuado para descifrar códigos durante la Segunda Guerra Mundial.

-La religión tiene cierto protagonismo en esta historia ¿Es usted creyente?

-Sí, soy creyente. Crecí como protestante de la Iglesia de Inglaterra con cierta influencia católica. El catolicismo me parece interesante cuando veo cómo mis amigos católicos oscilan entre el ateísmo o el agnosticismo y luego al poco tiempo regresan muy devotos a la Iglesia. Los católicos fluctúan mucho entre el pecado y el perdón de sus pecados, algo que por otra parte hacemos todos. Cometemos errores de comportamiento que no nos enorgullecen y tratamos de enmendar el error. Algo tan simple como fumar un cigarrillo puede hacer que al día siguiente decidamos convertirnos en alguien más sano y nos vamos a correr al parque. Yo me volví muy impaciente con esa dualidad cuando estaba en el colegio, el pecado original me enfurecía. Me pareció interesante investigar el budismo y me fui seis meses a un monasterio tibetano. Fue una experiencia increíble, donde obviamente aprendí muchísimo y encontré cierta claridad. Ahora me enfrento a la soledad espiritual de otra manera. Prefiero creer en el legado que cada uno deja sobre la tierra y no en la vida que haya después.

-¿Se deja consumir por los personajes que interpreta?

-Debería preguntarle a la gente que vive conmigo cuando estoy representando algún papel. Mi madre siempre me dice: "Sé cuándo interpretas Sherlock porque te vuelves muy impaciente al teléfono al hablar conmigo". Definitivamente existe una entrega que va más allá de las horas de rodaje o de escenario en el caso del teatro. Una de las razones por las que mantengo este ritmo de trabajo es porque me gusta cambiar, moverme de un papel a otro. Si me dejara llevar por mis obsesiones tardaría cuatro años en saltar de una película a otra. La inmediatez entre un proyecto y otro me obliga a olvidarme y sacudirme de la piel los personajes.

-¿Se siente más vivo cuando está en un escenario o frente a las cámaras?

-Ambos, ambos. Hay momentos, pero son instantes en los que siento una increíble profundidad de comunicación con el ojo frío que me mira y es muy excitante. La audiencia en vivo es lo que es. Le voy a ser honesto: puede ser frustrante y un auténtico dolor en el trasero. Me he encontrado con públicos que me han llegado a enfadar, sobre todo si durante la actuación se ponen a toser, porque me distraen y pierdo el ritmo y el sentido de la comunicación.

-Un actor en el teatro no da lo mismo cada día.

-No. El peligro a cometer errores es realmente electrizante. Me fascina la exigencia del teatro, pero cuando te entregas por completo en el cine surge una magia sorprendente.

-¿Qué le hace reír?

-Muchísimas cosas. No hay nada que no me haga reír, soy como un niño. Me río muchísimo. Reconozco que tengo un gran sentido del humor y me da vergüenza admitirlo pero me hago reír tratando de hacer reír a los demás y no es algo muy atractivo porque me acabo poniendo en situaciones comprometidas.

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