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Teatro Estrenos«Vivimos en una sociedad profundamente sedada que rechaza el dolor»

Paco de la Zaranda y Eusebio Calonge salen de su compañía para la obra «La extinta poética», que se presenta en El Español

MADRID Actualizado: Guardar
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El actor y director Paco de la Zaranda y el dramaturgo Eusebio Calonge se pasean por el Teatro Español como si fuera suyo. Siempre juntos y como si surgieran de una nebulosa, aparecen por uno de los laberínticos pasillos de este mágico teatro y dominan la cafetería. Eligen sentarse justo debajo del inmenso cartel verde que anuncia «La extinta poética», una obra que lleva sus nombres pero que no es de la compañía a la que pertenecen, La Zaranda, y que hace no mucho decidió quitarse el apellido: «Andalucía La Baja».

Mientras Paco le dibuja bigotes con un lápiz a uno de los personajes que aparecen en el programa de la obra, suenan los teléfonos, las puertas del teatro se abren y se cierran una y otra vez.

Hay ruido y ellos se preguntan cuánta gente leerá estas líneas. «Si nadie lee nada ya -lamenta Paco-. Todo se reduce a los 140 caracteres de Twitter», añade Eusebio. Precisamente eso explica el título de la obra, un mundo en el que todo lo que importa, o lo que debería importar, lo trascendente, el arte y, en voz de Eusebio, «el espíritu», están en peligro de extinción.

La obra pone en escena a cuatro actores. El padre (Rafael Ponce), la madre (Laura Gómez-Lacueva), la hija (Carmen Barrantes) y la hermana retrasada (Ingrid Magrinyà). Sí, retrasada. «El artista que quiere trascender comunicando un misterio es un retrasado en esta sociedad porque su mensaje no tiene vigor, no tiene sentido. Compara un poeta con un futbolista. ¿Qué espacio tiene uno y otro?», lamenta Calonge. Pero es ella, la retrasada, la que ilumina entre tanta tiniebla, la que rechaza ese mundo de empastillados que tienen miedo de sufrir, de sentir; en definitiva, de vivir.

«Vivimos en una sociedad prundamente sedada que rechaza el dolor. Pero si no se conoce el dolor no se conoce la alegría. Buscamos sensaciones epidérmicas que sustituyan los sentimientos. Somos máquinas con fecha de caducidad y programación para cumplir en un engranaje social. ¿Qué sentido tiene ahí la búsqueda de la belleza? Es esa la reflexión del trabajo», concluye Calonge.

Sin escenografía

La obra se presenta en la sala Margarita Xirgu del Teatro Español. Al pasar por allí, solo podía verse al técnico de luces colocando focos ante un suelo negro como el infinito y limitado artificialmente por unas cintas blancas. No había nada más. Y no era porque la función no había comenzado. Simplemente, el trabajo decidió prescindir de una escenografía. Solo bastó con una bicicleta, un banco de gimnasio y una grúa médica para desplazar pacientes. Cuesta sorprenderse ante la austeridad de objetos ya que es una constante de La Zaranda.

Pero es que lo que se ve en escena no es La Zaranda, insisten. «Da igual quién esté detrás. Lo que se comparte es el riesgo de intentar emocionar. Pero aquí hay otro lenguaje y la aportación de la danza. Además, participan otros actores que tienen otros modos de hacer», explica Calonge.

Ante el peligro de extinción de la poesía que plantea la obra, y como si de un ecosistema entero se tratara, advierten de que el que corre peligro de muerte es el propio teatro. Y es que, concluye Paco, «el teatro no existe sin poesía».

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