Antonio Illán Illán - CRÍTICA TEATRAL

El grito que cala los huesos

La Zaranda en el Teatro de Rojas

Antonio Illán Illán
TOLEDO Actualizado: Guardar
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Título: El grito en el cielo. Autor: Eusebio Calonge. Compañía: La Zaranda. Dirección y espacio escénico: Paco de la Zaranda. Intérpretes: Celia Bermejo, Iosune Onraita, Gaspar Campuzano, Enrique Bustos y Francisco Sánchez. Iluminación: Eusebio Calonge. Música: Tannhäuser de Richar Wagner y mambos de Pérez Prado. Producción: La Zaranda y colaboraciones.

La Zaranda es un grupo teatral de tradición que lleva la sustancia del tuétano a las producciones que realiza. «El grito en el cielo» es pura esencia y reflexión, un texto comprometido que teje sus argumentos a partir de dos ejes, como son la deshumanización y la trascendencia.

Un geriátrico parece que no da para vivir con mucha imaginación y fantasía, pues las personas en su decadencia suelen transitar por las vías de la rutina diaria, las terapias, los entretenimientos, las rehabilitaciones, el silencio, la soledad y, a veces, un comportamiento social pueril y primario.

Que suene el Coro de los Peregrinos de Tannhäuser o que la enfermera aplique terapias alternativas para los ancianos al ritmo de la música de Wagner es toda una lección de unión de contrarios. El grandioso arte wangneriano convertido en una banalidad que envuelve los cuerpos de los pacientes viejos, abandonados y medio sedados, que no juegan con la tragedia sino que intentan convertirse en los Sirenita, Venus, Fausto y Tannhäuser, personajes de la ópera del compositor alemán. Que uno de ellos afirme: «aquí te quitan el dolor a cambio de quitarte la vida» es también un punto de reflexión importante. 

Sin embargo el texto de Calonge parece querer romper la batuta de la lógica y recuperar el ritmo humano de que el vivir es también seguir soñando. La muerte no es ese muro cano que espera, como tapia de cementerio, o que aguarda la vuelta de cualquier hora en el geriátrico, y los personajes pretenden dar un giro a la situación, intentan la escapada. Al final la única verdad es la muerte y al espectador le queda la duda de si esta llega por la vía aséptica de la eutanasia o porque el sistema se deshace de quienes ya no sirven. Parece que el cuadro final, los viejos en un hipotético cielo transmiten la sensación de que recuperan la dignidad como personas. En cualquier caso es un teatro de realismo crudo con un sesgo de esperpento valleniclanesco sureño.

Nunca el teatro de La Zaranda, popular una veces, más culto otras, tuvo nada de liviano. Por supuesto, habrá que pensar que «El Grito en el cielo» va más allá de la anécdota de los viejos en el geriátrico y que nos pone sobre las tablas de nuestra mente una reflexión más profunda que argumenta sobre la vejez y el deterioro de una sociedad profundamente sedada como la nuestra, en la que el arte más que cultura para crecer críticamente se ofrece como mero entretenimiento en la terapia que nos engaña como bobos. También, este grito silenciado nos muestra cómo nos enfrentamos o no a la muerte y quizá de cómo este asunto, convertido en tabú, nadie nos ha enseñado nunca a afrontarlo.

En este tipo de teatro con unos métodos de creación muy abiertos pero muy pensados y repensados, de la mano de Paco de la Zaranda deja traslucir su largo camino teatral lleno experiencias, para logar un producto acabado y pasional, un trabajo en el que las emociones se dejan sentir a través de la excelente interpretación del conjunto de actores y actrices, que realizan una puesta en escena laboriosísima en lo corporal, con un dominio del gesto que es mensaje en sí mismo.

Para articular este espectacular grito, La Zaranda ha optado por la funcionalidad escénica, que, por escasa, algunos llaman moderna y otros simplemente precaria; y es que la crisis es mucha crisis y en el teatro todavía se acusa más. La iluminación es un complemento muy bien medido y manejado.

La función termina con música y convirtiendo el grito silencioso en susurros en el patio de butacas con el sorprendente hecho ¡insólito! de que los intérpretes no salgan a escena a saludar y a recibir el aplauso que, sin duda, mucho habían merecido.

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