La proeza de vivir y de amar

Marta Guerras y Lolita Flores, en «La fuerza del cariño» Pentacion
Julio Bravo

Esta funcionalidad es sólo para registrados

«La fuerza del cariño» es, básicamente, una historia de amor. La de una madre y una hija; una madre, Aurora, protectora (a menudo en exceso, nada nuevo bajo el sol), y una hija, Emma. con lógicos deseos de vivir su vida, pero que es incapaz de abandonar del todo el nido. Es la historia de un amor indestructible, irrompible, profundo, aunque también dependiente; generoso y desprendido, aunque también egoísta e interesado. La historia de gente corriente, de heroínas cuya proeza -nada pequeña, por cierto- es levantarse todos los días y salvar los obstáculos que la vida les pone.

«La fuerza del cariño» es una novela escrita por Larry McMurtry en 1975 que ocho años llevó al cine, con gran éxito, James L. Brooks. Sobre el libro y el guión del filme escribió Dan Gordon su adaptación teatral que es la que Magüi Mira ha puesto ahora en pie. Una demasiado vacía y esquemática escenografía del siempre magnífico Curt Allen Wilmer sirve de marco para el relato de la historia de amor madre-hija, salpicada con las interacciones de dos personajes masculinos: Garrett, un astronauta, con el que Aurora, joven viuda, vuelve a encontrar el amor; y Flap, el marido de Emma. Magüi Mira marca a la función un ritmo vivo, aunque las numerosas conversaciones telefónicas entre los personajes supongan en ocasiones un lastre para la acción. La presencia constante de los cuatro actores en escena -intervengan o no en esos momentos- subraya la teatralidad de una función que combina con acierto comedia y emoción, especialmente en sus últimos compases, marcados también con ritmo vivo.

Lolita Flores, indudable cabeza de cartel, vuelve a mostrar su potente personalidad y esa irresistible naturalidad que le hace cambiar de registro sin chirrido ninguno. Luis Mottola compone un cómico Garrett y Antonio Hortelano tiñe cada una de sus intervenciones con el color adecuado. Pero es Marta Guerras la que eleva la temperatura de la función con una Emma al tiempo dulce y enérgica, simpática y conmovedora, pero siempre expresiva y convincente. Y un apunte final. No se entiende bien -aunque no es que estorbe- por qué los actores usan micrófonos en un teatro de las dimensiones del Infanta Isabel, donde la emisión natural hubiera apoyado la intimidad de la historia.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación