Instante de la representación del «Don Carlo» en El Escorial
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El pequeño gesto del gran «Don Carlo»

El Escorial acogió la representación de la ópera de Verdi, perteneciente al Festival de Verano de la localidad madrileña

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Hay que tener valor para interpretar «Don Carlo» en El Escorial tal y como ha hecho el Festival de Verano de aquella localidad. La ópera de Verdi es una referencia subversiva en un territorio dominado por el gran monasterio ideado por Felipe II. Todavía están frescas en la memoria varias polémicas como la suscitada a comienzos de los años noventa tras la prohibición de Patrimonio Nacional de una producción televisiva al aire libre, en el Patio de los Reyes, que prometía la presencia de directores como Leonard Bernstein y Franco Zefirelli.

Pesaba, pesa todavía, el mensaje de una obra que toma como inspiración el «poema dramático» de Schiller sobre el príncipe Don Carlos, hijo falto de Felipe II cuya muerte, aparentemente promovida por el padre, tantos argumentos dio para abonar la leyenda negra española.

El director teatral Albert Boadella ha hecho su primera aproximación a la ópera con «Don Carlo» en el Escorial, y prudentemente procura reorientar la obra hacia una fidelidad histórica que limpie cualquier atisbo de deshonra. Suena a prevención, absurda, sin duda, pues hace ya años que son muchos los historiadores que niegan la existencia objetiva de la leyenda, incluso quien la ve fruto de nuestra propia mala conciencia.

Pero Boadella abraza la «realidad» histórica (a su manera, bien es cierto: siempre inteligente, siempre intencionada, no siempre exacta) y muestra a Don Carlos en su degeneración física, explica el enamoramiento hacia la reina Isabel de Valois como rescoldo de una relación infantil, opta porque el príncipe se mate para no dejar dudas sobre terceros, apunta a un amor algo más que amistoso entre Don Carlos y el marqués de Posa, y entresaca cierta lujuria en el comportamiento de Felipe II.

Prueba conseguida, sobre todo porque, como el propio director explica, se hace sin cambiar el libreto, dejando intacta (sic) la partitura (esto es más discutible en una ópera con varias versiones incluyendo la que se ha pergeñado en El Escorial) y todo se refiere a través de la interpretación teatral.

Componentes del «Don Carlo»

Se llega así a un aspecto interesante de esta producción que reafirma el valor inconmensurable de los promotores dispuestos a poner en escena una ópera cuyas exigencias artísticas son monumentales. Escénicamente el espacio se reduce a un rampa inclinada con trampilla central hacia la tumba de Carlos V. Algún detalle acaba por matizar el ambiente: el moralizante y satírico «Jardín de las delicias» para evocar el de la reina, unas cadenas colgantes sugiriendo la prisión…

Un desarrollo justo, precario a veces, porque el propio gesto lo es, en la disposición escénica y en la actuación de los intérpretes, a veces reservados y prudentes… aun queriendo ser valerosos.

Ketevan Kemoklidze lo ejemplificó el sábado con un «O don fatale»para el que reservó su mejor pólvora. En esa perspectiva hay que situar la presencia de José Bros, siempre exigente, muy profesional, ensanchado ahora a una expresividad más dramática y entregado a la causa con elocuencia. Johnn Relyea hace un solvente Felipe II, algo constreñida la emisión, y Simón Orfila un muy saludable Frate. Otros colegas pusieron más de manifiesto el cansancio de un estreno rodeado de una formidable expectativa y que aplaudió un público entregado y disfrutón. No es baladí la presencia de Felipe VI en el ensayo general y el anuncio en alguna función del rey Juan Carlos.

Parte sustantiva de la buena acogida depende del maestro Maximiano Valdés que saca lo que puede del Coro de la Comunidad de Madrid y mucho más de lo previsible de la ORCAM redondeando así esta muy voluntariosa hazaña. Recuérdese que cuando se construyó el Auditorio de El Escorial, en 2006, desde la Comunidad de Madrid se habló de la intención de construir un «pequeño Salzburgo».

Con el tiempo («piano, piano, si va lontano») se ha logrado cumplir el cincuenta por ciento de los objetivos: el festival es pequeño pero no es Salzburgo, de manera que el éxito convendrá concretarlo en el valor simbólico antes que en la contundencia de un «Don Carlo» de ley, potente, definitivo, apabullante dramática y musicalmente. Impasible ante la polémica.

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