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Bob Dylan - AFP

El sí al Premio Nobel no saca a Bob Dylan de la carretera

Confirmada su aceptación, mantiene su frenética agenda y la incógnita sobre si asistirá a la ceremonia de entrega

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En una rueda de prensa en San Francisco, en 1965, alguien le preguntó: «¿Va a participar en la manifestación del Vietnam Day Committee de esta noche ante el Fairmont Hotel?». Respuesta: «No. Esta noche estoy ocupado». Cincuenta y un años después, es posible que Bob Dylan tampoco esté disponible para acudir a la ceremonia de entrega del Nobel el 10 de diciembre. «¿Que si acepto el premio? Por supuesto», dijo a la Academia Sueca, a la que llamó, según reveló el viernes la propia institución. Ha tardado 16 días en darse por enterado, y eso que afirma estar entusiasmado, pero todavía no es capaz de aclarar si irá a Estcolmo o no. Y suele ser un hombre atareado: su ritmo de trabajo es, a sus 75 años, asombroso.

Embarcado en su «Never Ending Tour» desde 1989, el pasado año realizó 87 conciertos alrededor del mundo. Eso significa uno cada cuatro días. Y 92 en 2014. En 2016 ha bajado un poco el ritmo: «solo» lleva 48, pero aún le quedan otros 19 hasta el 23 de noviembre, fecha en la que termina, se supone, por este año. En total serán 67. Ayer estuvo en Huntsville (Alabama), y hoy en Paducah (Kentucky). Una locura. Y en medio de este continuo trasiego, encuentra tiempo para sacar algún disco. El pasado año «Shadows in the Night», y este mismo, «Fallen Angels». Eso sí, grabados entre bolo y bolo con su banda de acompañamiento, a la que no da descanso.

Cuenta en su autobiografía «Crónicas. Vol. 1», que fue en un concierto en Locarno (Suiza), junto a Tom Petty, donde tuvo una epifanía. En su cabeza rondaba la idea del retiro, ya que «mis interpretaciones se habían vuelto rutinarias y la liturgia me aburría». Aquel 5 de octubre de 1987, además, se quedó sin voz. Rebuscó en sus entrañas y despertó un viejo instinto. «Inmediatamente despegué a las alturas». Y de esas alturas le ha costado bajar, hasta para atender la llamada de la Academia Sueca.

Contra la corriente

Las tradicionales imágenes de los premiados con cara de sorpresa, felices, recibiendo felicitaciones y rodeados de familiares y periodistas contrastan con la reacción de un hombre que, lejos de comportarse como un dinosaurio del rock agasajado por el establishment, sigue generando polémica. Otra cosa hubiera decepcionado a sus fans. «Un héroe suele ser cualquiera que vaya contra su propia corriente», dijo en 1978 a «Playboy».

En un artículo publicado por «The New York Times» y titulado «El significativo silencio de Bob Dylan», el poeta y crítico literario Adam Kirsch lo comparaba, antes de su aceptación, con el rechazo de Jean-Paul Sartre al Nobel en 1964. «El escritor debe negarse a permitir que le transformen en una institución, incluso en las circunstancias más honorables», declaró el escritor francés. Según la interpretación de Kirsch, la postura del músico de Duluth es semejante: «Si me amas por lo que soy, no me hagan ser lo que no soy»

¿Arrogancia? De lo mismo acusaron a Sartre. Pero es cierto que Dylan siempre ha hecho gala de ella. En 1966 le preguntaron qué le llevó a emprender la ruta del rock and roll frente al folk. Respuesta: «Perdí a mi auténtico amor. Comencé a beber y acabé en Phoenix. Conseguí un empleo haciendo de chino. Me puse a trabajar en una tienda de baratijas y empecé a vivir con una chica de trece años. Luego apareció una gorda mexicana de Filadelfia y quemó la casa...» Y tras otra serie de incongruencias, el periodista insiste. «¿Así te convertiste en cantante de rock and roll?» «No, así pillé la tuberculosis». Cuando algo le aburre, sale por peteneras.

Sin embargo, no ha dicho si acepta el premio o no, y en caso afirmativo, si lo recogerá o no. En 2007 no fue a recibir el Príncipe de Asturias de las Artes, aunque envío una nota de disculpa: «Soy consciente del enorme prestigio que este premio proporciona, así como también de la larga lista de ilustres galardonados. Es realmente un gran honor. Lamentablemente, no puedo estar ahí para recibir el premio en persona, pero espero regresar pronto a España para manifestar mi gratitud». Tampoco acudió a recoger el Pulitzer en 2008: envió a su hijo Jesse. En el primer caso tenía concierto esa noche; en el segundo, el día anterior y al día siguiente.

Poco ceremonioso

Sí ha acudido a otras ceremonias de postín, como la entrega en el 2000 del premio Polar, el equivalente al Nobel en música, y precisamente en Estocolmo y de manos del Rey Gustavo de Suecia; o la Medalla de la Libertad impuesta por Barack Obama en la Casa Blanca, en 2012. También estuvo en sus nombramientos como doctor honoris causa en las universidades de St Andrews, en Escocia, en 2004, y de Princeton en 1970. Sin embargo, le quedó un mal recuerdo de esta última experiencia. En su libro explica que el ponente destacó que «sigue siendo la auténtica expresión de la conciencia inquieta y militante de la América joven». «¡Dios Nuestro Señor!», escribe Dylan. «Estaba tan enfurecido que me entraron ganas de pegarme un mordisco. (...) Después de mascullar unas palabras para cumplir mi papel en la ceremonia, me entregaron el rollo honorífico. Nos apiñamos en el Buick y nos fuimos. Había sido un día raro. “Panda de gilipollas a piñón fijo”, sentenció Crosby».

Muchas mentes se dedicaron en su momento a desentrañar los supuestos mensajes ocultos detrás sus letras. Ahora se quiere interpretar su silencio. Pero la clave puede estar en una simple frase dicha a la revista «Rolling Stone» en 1986: «No haría la mitad de las cosas que hago si tuviera que estar a la altura del mito Dylan».

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