Primavera Sound 2018

Nick Cave y Björk embrujan el Primavera Sound

El australiano y la islandesa capitanean una noche de impacto en el fesival barcelonés

Nick Cave, ayer durante su actuación en Barcelona EFE
David Morán

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Una triunfita (con perdón) reconvertida en insospechado reclamo indie, una diva glaciar que llevaba nada menos que quince años sin actuar en un festival barcelonés -lo del Sónar del año pasado fue otra cosa-, el señor oscuro del rock manteniendo una vez más el equilibrio sobre el inestable alambre de la muerte, un puñado de bandas que permiten recorrer de punta a punta el mapa sonora, el grito de guerra de los Beastie Boys convertido en himno oficioso del festival…

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Se fueron Belle & Sebastian, quien sabe si a preparar ese crucero pop que planean para 2019, y el Primavera Sound cayó rendido ante las artes oscuras de Nick Cave y el embrujo de una Björk que, aparentemente sanada la herida de «Vulnicura», llevó a escena esa utopía sintetizada y en technicolor a la que da vida en un su último trabajo. Oculta bajo una de sus ya habituales máscaras y con el escenario transformado en una suerte de jardín botánico desde el que media docena de ninfas futuristas injertaba arreglos de flauta, la islandesa echó mano lo mínimo posible del retrovisor y se conjugó en presente pluscuamperfecto para fundir naturaleza y alta tecnología.

Björk, durante su actuación en el festival EFE

Así, con el tapiz de electrónica microscópica de «Utopia» cubriéndolo casi todo, Björk contentó a medias a quien buscaba algún hit que echarse a la oreja -sólo cayeron «Isobel» y una «Human Behaviour» que llevaba una década fuera de sus repertorios- y anudó la perfección proyecciones, puesta en escena y banda sonora para confirmar que lo suyo hace tiempo que trasciende lo simplemente musical. Arte y ensayo conceptual con enganche suficiente como para mantener al público pegado al escenario.

El aquelarre de Nick Cave

Lo de Nick Cave, en cambio, fue todo lo contrario; un festín de fuerza bruta, dramatismo espectral y violentas sacudidas eléctricas con el que el australiano exhibió una vez más un carisma arrollador. Impecable en su papel de predicador crispado y con los Bad Seeds reivindicándose desde las sombras como forajidos de leyenda, Cave rompió la madrugada con «Jesus Alone», uno de los esqueléticos y brumosos lamentos de «Skeleton Tree», y empezó a hacer memoria para redoblar la intensidad con «Do You Love Me?», «From Here To Eternity» y «Loverman».

Es cierto que el australiano lleva ya muchos años arrastrando sus canciones por el potro de tortura e interpretando el mismo papel, pero no menos cierto es que nadie lo interpreta como él. En Barcelona, bastó con ver cómo moldeaba la furia volcánica de «The Mercy Seat» y «Red Right Hand» o le acariciaba el lomo desde el piano a la desarmante «The Ship Song» para comprobar que sigue sin tener rival a la hora de inflamar el rock y pasar en un segundo del arrebato elétrico a la balada gótica. Desde el doloroso refugio de Skeleton Tree se trajo «Distant Sky» y «Girl in Amber», mientras que el rescate de «Deanna» anticipó un final de infarto, con el aullido de «Stagger Lee» atravesando la explanada del Forum y abarrotando el escenario de extras llegados de las primeras, y «Push The Sky Away» cerrando a lo grande el aquelarre eléctrico del australiano.

Horas antes de que Björk se pasease por el Primavera Sound como un duendecillo travieso y que Nick Cave se dejase abrazar y manosear por sus seguidores, The War On Drugs ya habían expandido hasta el infinito su épica rock y el Primavera Sound había dejado claro que, por más que el indie no sea ya el plato principal, sigue siendo un más que jugoso acompañamiento. Ahí estaban, por ejemplo, las madrileñas Hinds descorchando la jornada y esquivando la insolación con sus vigorosas píldoras de surf-pop; los californianos Sandy (Alex G) invocando el espíritu de los Pavement menos enrevesados; o el simpar Ezra Furman abarrotando el escenario Ray-Ban -nada que ver, en cualquier cosa, con lo que haría horas más tarde C. Tangana- mientras desgarraba y hacía jirones junto a un saxofonista y chelista las canciones del alucinado «Transangelic Angelus».

También los californianos Sparks gastaron maneras de veteranos e ilustres cabezas de cartel con su impecable estilismo en rosa y negro, el hieratismo marca de la casa de Ron Mael y ese pop elástico y contrachapado de glam y electrónica zumbona que manejan como nadie. Así, de de la aplastante «What The Hell Is It This Time» a la métrica enloquecida «Propaganda» pasando por la turbia y eléctrica «The Missionary Position» o la inevitable «This Town Ain’t Big Enough For Both of Us», los hermanos Mael se reivindicaron una vez más como encantadores excéntricos a jornada completa. Por ahí andaban también los catalanes Za! sacándole punta a su deslumbrante «Pachinko Plex», la estadounidense Kelena deslumbrando con su rap cubista y unas Warpaint sobradas de poderío, pero a media tarde la incógnita estaba en descubrir cómo solventaba Amaia Romero su nueva vida post Operación Triunfo.

La cantante Amia se estrenó ayer en el festival EFE

Al público guiri, cada vez más numeroso, aquello como que ni fu ni fa, pero el Hidden Stage asistió a una transformación como mínimo chocante. «Es mi primer concierto, no sé muy bien qué hacer», bromeó antes de atreverse a solas con el piano con la intensidad de Mercedes Sosa («Alfonsina y el mar») y con el «Zorongo Gitano» de Lorca. Ya con The Free Fall Band a su lado llegó el turno de Rodrigo Amarante, una versión un tanto asmática del «She’s Leaving Home» de los Beatles y vesiones de Neutral Milk Hotel, Arcade Fire y Broken Bells, referencias con las que, si no de liga, por lo menos sí que ha empezado a cambiar de órbita sonora. Quien no perdió detalle de la actuación de Amaia fue su compañero y socio en Eurovisión Alfred, a quien lo mismo se pudo ver firmando folletos con los horarios del Primavera Sound que, horas más tarde, haciéndose un selfie con Nick Cave sobre el escenario. ¿Quién dijo que en el Primavera ya lo habíamos visto todo?

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