Alaska: «Me interesa más la NASA que el Congreso de los Diputados»

Fangoria, el dueto formado por la vocalista y Nacho Canut, acaba de sacar a la venta su nuevo trabajo, «Miscelánea de canciones para robótica avanzada»

MADRID Actualizado: Guardar
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Han pasado cuatro décadas del encuentro inesperado en el Rastro de Madrid que cambió la vida de un grupo de jóvenes y de la música española. Ese día, un domingo de octubre de 1977, Enrique Sierra, Nacho Canut, Alaska, el Zurdo y Carlos Berlanga decidieron fundar Kaka de Luxe, un grupo tan punk como su nombre —«Pero qué público más tonto tengo», se tituló uno de sus éxitos— que abrió las puertas a la Movida. Luego llegarían Alaska y los Pegamoides —¿quién no ha canturreado alguna vez eso de «...bailo todo el día, con o sin compañía...»—; en 1982, Alaska y Dinarama —«...no me arrepiento, volvería a hacerlo, son los celos...»— y, ya en 1989, Fangoria, la aventura en la que Alaska y Nacho Canut siguen inmersos.

La pasada semana, y con motivo de la publicación de «Miscelánea de canciones para robótica avanzada», ABC charló con la vocalista en una conversación donde, entre otras cosas, confesó que David Bowie le importa mucho más que la política.

Habéis pasado de las «Canciones para robots románticos» a «Miscelánea de canciones para robótica avanzada».

Nosotros, desde hace varios años, no sé ahora mismo si diez o doce, desde hace cuatro o cinco discos, hacemos reedición. Un año después de sacar el disco, sacamos una versión diferente. Hemos hecho de todo: discos en los que la reedición eran solo remezclas, discos en los que fue una actuación en directo... En este caso, nos apetecían canciones nuevas.

¿De dónde viene vuestro interés por la robótica?

Es un mundo idealizado que nos hemos montado Nacho y yo. No deja de ser una utopía: creemos que ese mundo sería más aséptico, más tecnológico, más ideal desde nuestro punto de vista de ciencia ficción. Muchas veces, el exceso de sentimientos no es lo mejor que puede pasar. Todo el mundo piensa en ellos como algo bueno: el amor, la compasión, la simpatía... Pero es que también son el odio, la envidia. Un mundo más tecnológico nos parece mejor. Además, cuando nosotros éramos pequeños, el mundo que nos vendieron iba a ser de robots. La idea que teníamos del futuro, de lo que ahora es el presente, es la de que íbamos a vivir con robots y a hacer viajes interestelares, y eso se quedó en una utopía o una mentira.

Eso de que los sentimientos se idealizan a pesar de no ser lo mejor del mundo, ¿se aprende con la edad?

No, no. Siempre hemos sido así. Es fácil rastrear en nuestras letras, desde Kaka de Luxe, desde los Pegamoides, cuando éramos prácticamente adolescentes y ya existía ese interés por trascender lo animal que tenemos. Luego, somos una contradicción, porque nuestras letras, muchísimas veces, están basadas en todo lo contrario, en ese tipo de canciones como son las rancheras, los boleros o la copla, donde está enaltecido el sentimiento, el tremendismo, los dramas. Somos una mezcla de las dos cosas.

¿No creéis que, en cierta manera, la sociedad sí se ha robotizado?

No, en absoluto, cero. Puede que se haya tecnologizado: limpias tu ropa en una lavadora y no a mano, pero la lavadora no tiene sentimientos. Lava y punto. Cuando nosotros, los humanos, usamos la tecnología, le ponemos sentimientos: mira las redes sociales. Si estuviéramos robotizados, nadie insultaría ni diría «¡Qué guapo!». Simplemente mirarían, se informarían.

¿Qué opinión tenéis de las redes sociales?

Solo tenemos Instagram, porque nos parece más interesante la idea de una imagen. A la gente que sigo es porque me interesa; a veces ponen cosas que me gustan, y a veces no.

El futuro os ha decepcionado con el tema de los robots. ¿Hay otros chascos que se haya llevado vuestra generación?

No creo que sea generacional porque no veo a la gente de mi edad muy interesada en el espacio exterior. Creo que era una cosa nuestra. A mí me sigue ocurriendo: me interesa más lo que hace la NASA que el Congreso de los Diputados. Creo que eso no tiene que ver con la generación: aunque fuimos los niños que vieron llegar al hombre a la Luna, para mucha gente eso no significó absolutamente nada.

¿Os aburre, entonces, la vida política?

No es que nos aburra. Todo a mi alrededor está muy politizado, todo el mundo habla de política, los programas de televisión son de política, todo el mundo tiene una opinión, se crispa... Y de repente se muere Bowie. Y yo pienso que eso es lo importante. A mí Bowie me cambió la vida, y no ningún político. Así que sigo centrándome en las cosas que me importan. Las decisiones que tomen en el Congreso me afectarán, claro que sí: pagaré más o menos impuestos, más o menos luz... pero eso no me hace ser quien soy.

¿Cómo conoció a Bowie?

Por un libro que se llama «Gay Rock», de un periodista, Eduardo Haro Ibars. Viendo las fotos, y leyendo las letras, corrí a escuchar los discos.

¿Hay algún otro cantante al que vaya a echar tanto de menos?

No a ese nivel. Bowie me cambió la vida a los 12 años, porque no solamente me gustaba su música o me parecía un buen artista. A mí me dio otra perspectiva de la sexualidad, de la estética. Cuando era pequeña, Bowie no le gustaba a la gente, a los críticos de música. Todas las alabanzas que hubo en su muerte no existían en ese momento. Poco menos decían que era una payasa maquillada que no hacía música de calidad.

Me parece que, como anécdota, Nacho contó que para su amistad con Carlos Berlanga fue muy importante la admiración que ambos sentían por Bowie.

Claro. En nuestra generación pueden pasar dos cosas: que Bowie te cambiase la vida o que no te interesase nada. En nuestro caso sí nos interesaba a los tres, y por eso nos juntamos.

Carlos Berlanga murió en 2002. ¿Cómo lo recordáis?

Primero, como un amigo porque todo empezó siendo un grupo de amigos. Luego como una persona con la que era muy difícil trabajar porque Nacho y yo teníamos formas de ver el mundo de la música completamente distintas. Pero fue una persona con la que siempre trabajamos, incluso después de separarnos: uno de sus últimos discos lo producimos nosotros, y yo canté en él porque nunca dejamos de tener relación. Siempre que vemos algo que nos gusta, pensamos: «Esto le hubiera encantado a Carlos».

[Carlos Berlanga, un tímido multifacético, músico y pintor, publicó su último trabajo, «Impermeable», en 2002, el mismo año de su muerte. Junto a Alaska y Nacho Canut, formó parte de los grupos Kaka de Luxe, Alaska y los Pegamoides y Alaska y Dinarama, antes de iniciar una carrera en solitario. Berlanga, con esa gravedad frívola que le distinguía, describió así a Rafael Cervera su adicción a las drogas: «Yo soy drogadicto, ya debía serlo en el útero materno. Empecé con el vallium, que me ha ido siempre de perlas». Canut, su amigo desde la infancia, lamentó su pérdida en una charla con el mismo periodista: «Es una putada, es imperdonable que se haya dejado morir así.]

Además de Bowie, ¿qué otros intereses os unieron?

Pues hacer un disco juntos. A todos nos gustaba la música, los discos que comprábamos, y queríamos pertenecer a un mundo que no sabíamos cómo era, pero que suponíamos mucho más interesante que el que nos ofrecía el colegio, la universidad o las expectativas que los demás tuvieran puestas en nosotros.

El Madrid anterior a los 80, ¿era un sitio aburrido?

No lo sé. Todo eso es muy relativo. Creo que nosotros hicimos un mundo pequeñísimo, que nos parecía que no era aburrido y sí interesante. Pero estaba constituido por 39 personas, por decir algo. Y unos eran pintores, otros querían hacer cine, otros música... Fuera de eso, la realidad era aplastante: los intereses que teníamos no eran ni mucho menos los que podían interesar, ya no te digo a gente de otras generaciones, sino a gente de la nuestra.

Al igual que ahora, esa década también estaba muy politizada.

Mucho. Vivimos la Transición, en la que si no eras del PC, porque no eras del PC, y si no eras de Cristo Rey, porque no eras de Cristo Rey... Nosotros no es que estuviéramos al margen de todo eso, es que estábamos en otro planeta.

¿Había presión por tomar partido?

No lo siento así. No lo sentí así entonces, y tampoco ahora. Supongo que también depende del mundo que crees a tu alrededor. Nosotros nos lo hemos currado mucho para que sea uno paralelo y a veces inexpugnable.

Y lo que pensara la gente, ¿os importaba?

Pues me temo que no. No es agradable que a la cara te llamen «¡Feo!»; no es que seas un héroe, porque agradecerías que no te lo dijeran. Pero, si lo piensas, va más allá de lo que puedo hacer, y no voy a cambiar una opinión.

Volviendo al disco, hacéis una versión de «Bailando», que sacastéis en 1982. Media España la canturreaba cuando el PSOE ganó las elecciones y la Transición terminó.

Para nosotros fue el final de la primera etapa.

En esa versión, también homenajeáis «Bailando», de Astrud.

Astrud es uno de nuestros grupos favoritos. Los descubrimos cuando empezaban y los hemos seguido desde entonces. En este caso, es una versión que hicieron de un grupo que se llama Paradisio y que nos parece genial, porque es la antítesis de Astrud. Paradisio es el prototipo de música italo-disco que no tiene nada que ver con lo que son ellos.

¿Algo parecido a lo que hacéis cuando versionáis «Yo quiero bailar toda la noche» de Sonia y Selena?

La idea es que nos gustan las canciones que hablan sobre bailar. Lo que intentamos fue juntarlas. No todas, porque serían veinte horas, pero sí las que más nos apetecían y pegaban entre sí.

En otra canción de este disco, pedís estar «lejos de cualquier moral». ¿Os consideráis morales, amorales, inmorales, provocadores...?

Me causan más simpatía Dorian Gray, que se podría considerar un amoral, o Baudelaire, que otro tipo de personajes. Pero por carácter, Nacho y yo somos mucho más tranquilos y estables. En este caso, la canción es más una oda al mal gusto. Siempre defendemos lo que puede parecer feo frente a la cultura establecida.

¿Hay estética en el mal gusto?

Absolutamente. Pero, además, no lo consideramos mal gusto. Entendemos que cada vez que leemos una crítica sobre algo que nos gusta o nos parece estupendo, no todo el mundo piensa como nosotros.

En la portada del disco parecéis una especie de matrimonio burgués bien avenido, con un hijo y un perrito que son robots.

La portada guarda otro secreto: los verdaderos robots somos nosotros. Es esa idea, como en aquella película, «The Stepford Wives», en la que había una urbanización ideal, donde todas las mujeres esperaban a sus mariditos con el asado puesto en la mesa y luego resultaba que eran robots. Nos gusta mucho eso de que debajo de lo normal, de lo que todo el mundo entiende como normal, a veces están las peores aberraciones.

¿Cómo os gustaría ser recordados?

No me lo planteo en absoluto. Lo dice alguien que hace Historia: todo el rato estudio personas muertas y lo que han hecho en su vida, pero creo que lo importante es lo que hagas ahora porque cuando mueras no podrás controlar tu biografía.

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