Julian Barnes: «Se supone que los ingleses somos racionales, pero a veces se nos va la cabeza»

El escritor inglés visita el festival Kosmopolis para presentar su última novela, «La única historia», y pasar revista a la «aberración» del Brexit

Julian Barnes, fotografiado en el patio del CCCB Oriol Campuzano

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Luce Julian Barnes (Leicester, 1943), atildado gentleman de la literatura inglesa y soberbio estilista con pinta de acabar de salir haciendo cabriolas de una novela de P. G. Wodehouse, un pequeño pin que, dorado sobre azul, reproduce en la solapa de su chaqueta esa bandera europea a la que su país ha decidido dar la espalda. «Con la que está cayendo en Londres, es un alivio estar aquí», asegura el autor de «El sentido de un final».

Ese aquí nos traslada al Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), hasta donde Barnes ha viajado para participar en el festival literario Kosmopolis y presentar la primorosa «La única historia», novela con la que la colección Panorama de Narrativas de Anagrama llega a su referencia número 1.000 y Barnes, a su vez, a otra de sus cimas literarias. Un cóctel de amor, pasion, memoria, violencia, melancolía, insatisfacción y partidos de tenis concentrado en poco más de 200 páginas. ¿Quién da más?

«Londres no existe ahora mismo», insiste Barnes con la vana esperanza de, nunca mejor dicho, haber venido a hablar de su libro. Pero no. Ahí está Londres y también ahí están los nubarrones de ese Brexit que amenaza con emponzoñarlo todo. «Reino Unido es el país de Shakespeare y de Churchill, sí, pero también de los Monty Python y de “Alicia en el país de las maravillas”. Se supone que somos un país racional, pero a veces se nos va la cabeza», desliza un autor que, añade, siempre se ha sentido «muy europeo y muy inglés». No británico, puntualiza, ya que «eso nos llevaría al concepto de imperio», sino inglés. Y, claro, europeo.

De ahí que Barnes, el más elegante de los integrantes de ese dream team de las letras inglesas que el editor Jorge Herralde alineó en los ochenta, se muestre especialmente disgustado con los dirigentes políticos que han propiciado el suicidio comunitario de Reino Unido. «La idea de Europa ha sido más práctica que idealista: nunca se ha hablado de un marco emocional o moral, sólo de las ventajas económicas. Ningún primer ministro, ni siquiera Edward Heath, que parecía tener una perspectiva muy clara después de la Segunda Guerra Mundial, ha tenido el valor de decir que el proyecto europeo era algo extraño, fantástico y necesario. Cuando oiga a un primer ministro que hable así, entenderé que ha regresado la normalidad», asegura. De momento, sin embargo, reina el caos y el desconcierto. El horror, que diría Kurt. «Lo que está sucediendo es una aberración; no es normal» , subraya.

Contar la verdad

Ante semejante panorama, se diría que la voz de los creadores cobra especial relevancia, algo que Barnes no acaba de ver tan claro. «El trabajo del escritor es contar la verdad y describir la vida de la forma más precisa posible. Y si escribes ficción, hacerlo de una manera proporcionada y hermosa para que tenga impacto emocional en el lector. A partir de ahí, todo depende de tu temperamento. Yo, por ejemplo, tengo un efecto indirecto, ya que no hago discursos sobre el estado de la nación», explica.

Lo que sí hace, sobra decirlo, es firmar obras de alto impacto como «La única historia», novela en la que uno entray de la que sale con el ánimo por los suelos y sollozando a coro con Paul y Susan, protagonistas de un romance aparentemente poco convencional. Una historia iniciática marcada por la diferencia de edad (él suma 19 años; ella, 49) y por el envoltorio de una década prodigiosa que la memoria ha acabado idealizando en exceso. «Soy lo suficientemente viejo como para recordar que la mayoría de la gente no experimentó los sesenta hasta la década de los setenta. Fue entonces cuando llegaron la revolución sexual, las drogas y el rock and roll. Así que lo que experimentamos en realidad durante los sesenta fueron los cincuenta», sostiene

Será que, después de todo, al autor de «El loro de Flaubert» no le falta razón cuando asegura que, con el tiempo, «la memoria tiene que ver más con la imaginación que con la observación». «Al principio, creemos que nuestra memoria es algo sólido, pero a medida que te haces mayor ves que es algo muy maleable, que depende mucho de las circunstancias», explica. Eso sí, recordar, del modo que sea, sigue siendo algo esencial. «Creo que si pierdes la memoria, pierdes parte de la identidad».

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