LIBROS

Julian Barnes y la historia más triste jamás contada

Después de publicar su ensayo sobre arte «Con los ojos abiertos», Barnes regresa a la intensidad de su narrativa con «La única historia»

Barnes ganó el Booker en 2011
Rodrigo Fresán

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Es posible que las primeras líneas de «La única historia» de Julian Barnes lleguen a ser tan citadas como la del »El buen soldado de Ford Madox Ford» donde se advertía al lector aquello de que «Esta es la historia más triste que he oído jamás». ¿Por qué? Porque este «¿Preferirías amar más y sufrir más o amar menos y sufrir menos? Creo que, en definitiva, esa es la única cuestión» con el que Barnes (Reino Unido, 1946) abre su novela número trece parece engancharnos de entrada con el mismo tono elegíaco de lo de Ford . Y porque -más allá de sus muy diferentes tramas- ambas se ocupan de lo mismo: de la manera en la que se elige recordar algo para contarlo después. Ya se sabe: el narrador de quien no hay que fiarse demasiado por ser parte involucrada.

«La única historia» se vale de ese recurso poderoso y vuelve a insistir en una melancolía y una nostalgia característica de los libros más recientes de Barnes asumiéndose ya como un crepuscular hombre «de una cierta edad». Pero lo cierto es que Barnes ya era exactamente así desde sus comienzos, desde su debut en «Metroland»: donde ya se ocupaba de los brillos de lo que pudo haber sido y el óxido de lo que finalmente fue .

Un argumento sencillo que Barnes convierte en algo muy sofisticado y elegante

Aquí, como entonces, se ofrece un argumento sencillo que Barnes convierte en algo muy sofisticado y elegante y admirable; porque este inglés probablemente sea hoy por hoy el más brillante estructurador de argumentos y calibrador de la óptica de la mirada en lengua inglesa. Así, Barnes -el autor de esos laboratorios emocionales que son «Antes de conocernos», «El sentido de un final»...- vuelve a atender su juego con la historia del adolescente Paul Roberts, quien, a principios de los 60 , regresa a la casa de sus padres en el Village de Surrey. Allí -cortesía de la erótica del tenis- conocerá a Susan MacLeod, esposa insatisfecha de casi cincuenta años. Y sucederá lo que inevitablemente deba suceder. Y algo más.

Derrota

Con el tiempo y la práctica y cambiando su voz de primera a segunda y tercera persona, Paul utilizará esta historia iniciática para, en su madurez, elaborar la más terminal y definitiva de las teorías acerca de los sentimientos y de cómo contar aquello que preferiría no contarse y cómo se recuerda reinventando detalles decisivos de aquello que preferiría olvidarse. Y aquí, de nuevo, destellos del autor fetiche de Barnes y de una de sus obras maestras: Gustave Flaubert y «La educación sentimental», ese libro que Ford Madox Ford dijo leer catorce veces para poder comprender su auténtico significado.

«La única historia» -sentimental, sí; pero como la de Flaubert también histórica y política erigiéndose sobre un momento de grande cambios sociales- destila todo aquello y se comprende de una sentada, pero no por eso resulta menos profunda o misteriosa. Así, medio siglo después del primer «match», Paul alcanzará el «break point» no necesariamente a su favor. ¿Cómo termina todo? Respuesta: igual que terminaba «Metroland». La única respuesta a la única historia -parece decirnos Barnes- es aquella que entiende a toda derrota (por el simple hecho de haberla vivido y experimentado) como una suerte de victoria.

O viceversa.

Ya se sabe: otra de las más tristes historias jamás oídas.

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