Jorge Herralde: «Editar fue la terapia para mi mala conciencia burguesa»

El fundador de Anagrama rememora medio siglo de libros en «Un día en la vida de un editor»

Jorge Herralde, fotografiado ayer en Barcelona Oriol Campuzano

Sergi Doria

Jorge Herralde pasa revista a medio siglo de libros en «Un día en la vida de un editor y otras informaciones fundamentales». Con la voz trémula por el aire acondicionado que atacó su garganta en la Universidad de Monterrey, donde fue homenajeado con la fundación de la Cátedra Anagrama, recuerda que en 1973 viajó por primera vez a México, embrión de la facción latinoamericana de su editorial: Monsiváis, Pitol, Villoro… Aunque estudió ingeniería, Herralde prefirió ser el armador de un catálogo. Postrado por una tuberculosis a los veintidós años, se puso a leer como un poseso. Al bacilo de Koch se unió el de Gutenberg: «Cuando descubrí Sartre me convertí en un joven de la burguesía politizado. Editar fue la terapia para mi mala conciencia burguesa. La combatí publicando libros que me secuestraban».

A finales de los sesenta Anagrama las pasó canutas con la censura. Entre la muerte de Franco -noviembre del 75- y la falsa apertura de Arias -enero del 76- la editorial padeció cinco secuestros. Veintidós editores barceloneses y dieciocho madrileños exigieron al ministro de Justicia el sobreseimiento de los procesos: «La única editorial a la que solicitamos su apoyo y se negó, fue la catalana Proa… El dueño de la editorial, el conocido prócer catalanista Josep Espar Ticó, no consideró oportuno respaldar a una editorial que publicaba en castellano», recuerda Herralde.

Los primeros títulos de Anagrama vieron la luz el 23 de abril de 1969: «Detalles» de Hans Magnus Enzensberger y un ensayo de Roger Vailland sobre «Las relaciones peligrosas» de Choderlos de Laclos. Los primeros diez años, hasta finales de los setenta fueron de crisis permanente, pero como los grandes grupos estaban más pendientes de las modas, los sellos pequeños -Lumen, Tusquets y Anagrama- aplicaron la calidad y la política de autor como norma de supervivencia. Si tuviera que marcar unas pautas al oficio de editar -«el único oficio que soy capaz de hacer bien»-, Herralde apuesta por despertar y compartir entusiasmo y que el lector confíe en el sello: «Un catálogo es muy difícil de construir y muy fácil de destruir con apuestas oportunistas».

Al repasar ese catálogo, el editor rinde homenaje a Ricardo Piglia, Rafael Chirbes, Carmen Martín Gaite, Roberto Bolaño, y Sergio Pitol. Estos cinco autores, ya desaparecidos, son el ejemplo de esa política de autor que deviene en sincera amistad. «Un día en la vida de un editor» se cierra en 2010: «Faltan muchos nombres que deberían estar: Marta Sanz, Sara Mesa, Milena Busquets, Luisgé Martín, Miguel Ángel Hernández», apunta Herralde.

En estas décadas, el fundador de Anagrama ha visto frustrarse el libro electrónico que había de clausurar la edición en papel: «Se ha demostrado que era una añagaza empresarial». Ha luchado por mantener el precio fijo y contra la piratería: «La cultura del gratis total es un concepto inaudito». Cuando mira hacia atrás, contempla lo emprendido como el retrato de una época: «Un plano secuencia a lo Berlanga con mucha gente en torno a la edición».

Para conmemorar el medio siglo, además del libro de Herralde, explica la editora Silvia Sesé, Anagrama prepara un catálogo de novedades, una colección conmemorativa de los Compactos que publicará, a partir de abril, los cincuenta mejores títulos en una selección realizada con los libreros.

Anagrama está ordenando sus archivos: «Vamos por el año 2001 y cuando se puedan consultar descubriremos aspectos psicopáticos en algún autor… Por lo que a mi respecta, en mis libros nunca ajusto cuentas con nadie». Herralde prefiere echar mano del arsenal de adjetivos -siempre cual dardos irónicos- que reparte en las ruedas de prensa, «uno de los géneros literarios que más aprecio».

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