John Banville: «Sólo ellas leen ficción; el día que las mujeres dejen de leer, la novela morirá»

El escritor irlandés desembarca en BCNegra como Benjamin Black para presentar «Los lobos de Praga»

John Banville, fotografiado ayer en Barcelona Laura Gómez

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Fiel a su cita con el cambio de armario estacional, John Banville (Wexford, 1945) franquea el paso a Benjamin Black para que sea él quien dé buena cuenta de «Los lobos de Praga» (Alfaguara), novela con la que aparca temporalmente las cuitas del patólogo forense Quirke para viajar a la Praga del siglo XVI de la mano de Christian Stern, alquimista reconvertido en calamitoso detective. ¿El motivo? Su accidental tropiezo en el Callejón de Oro con el cadáver de una joven a la que acaban de degollar. «Estaba paseando a mi perro y, no sé por qué, se me apareció el nombre de Christian Stern. Cuando volví a casa, tenía perfectamente elaborado el personaje y el argumento de la obra», relativiza un Banville que, juguetón incluso cuando un aterrizaje demasiado reciente y demasiado abrupto anda saboteándole el oído, gusta de confundirse constantemente con Black. «Llevo tantos años inventando personajes que he llegado a la conclusión de que yo soy el personaje y ellos me han inventado a mí», asegura.

Se dice que «Los lobos de Praga» es la novela-puente que une definitivamente a John Banville y Benjamin Black. ¿Era esa la idea?

Superficialmente sí, se podría decir así. Benjamin Black tiene una manera de escribir más directa, con tramas y personajes potentes, mientras que Banville es poesía. Son absolutamente distintos, aunque a veces se pisan un poco y uno se adentra en el camino del otro. En 1981 ya escribí un libro sobre el astrónomo Johannes Kepler ambientado en la Praga el XVI; ese lo escribió Banville, pero ya había algo Black, pese a que aún no había sido inventado.

Lo que aquí tenemos es una suerte de fantasía histórica en la que se cruzan personajes ficticios con otros reales como el emperador Rodolfo II... ¿El género negro aguanta lo que echen?

Siempre he intentado que mis novelas negras sean realistas. Hay muchos autores escribiendo sobre asesinos en serie que dudo que hayan llegado a conocer a algún asesino. Yo, en cambio, estoy bastante convencido de haber tenido contacto con gente que ha cometido crímenes y delitos y que es bastante normal. No sé gran cosa sobre grandes monstruos, pero sí sobre monstruos más pequeños.

¿Llevar la novela negra al siglo XVI es una manera de evitar todas esas tecnologías que cada vez hacen más inviable el suspense?

Exacto. Es por eso que ambiento todos mis libros en el pasado o en mundos inventados. Estoy tremendamente aburrido de los Iphones y los ordenadores. Creo que han destruido el mundo imaginativo en el que solíamos vivir hacer veinte años.

Tampoco parece mala idea escaparse al siglo XVI tal y como están las cosas ahora en Europa.

Nunca me ha gustado la noción de la escritura como algo escapista. Además, el siglo XVI fue extremadamente salvaje. Ahora mismo estoy escribiendo un guión sobre un personaje irlandés de esa época y hay cosas que resulta muy difícil hacer creíbles. ¿Un ejemplo? Había un general inglés que bordeaba el camino a su casa con cabezas decapitadas. ¡Es un despropósito! También la Praga de Rodolfo II era increíble por su brutalidad.

¿Qué pensaría el metódico Quirke de un tipo como Christian Stern? Como alquimista quizá dé el pego, pero como detective es un fracaso.

En realidad no entiendo a Quirke. No sé quién es. Y tampoco me gusta. Las lectoras parecen ser las únicas que lo entienden, quizá porque sólo las mujeres leen ficción. El día que las mujeres dejen de leer, la novela morirá. Dicho esto, personajes como Sherlock Holmes o Hércules Poirot nunca podrían haber existido. No son más que fantasía pura. De hecho, la mayoría de los casos no se resuelven. A mí me encanta el concepto de pistas: la colilla, el mechón de pelo... Básicamente porque son cosas que normalmente no están. Y si están, te dan demasiada información y no sabes qué hacer con ella. Es por esto que no me gusta la novela negra: todo es demasiado evidente. Cada pista es un elemento que te conduce al asesino.

¿No le gusta la novela negra a pesar de escribirla o porque considera que lo suyo es otra cosa?

Vale, no debería haber dicho que no me gusta; le encuentro limitaciones, porque siempre has de tener un crimen. Pero en breve veréis que acabaré escribiendo una novela negra sin crimen. ¿Cómo? Hay uno de los libros de Benjamin Black en el que nunca encuentran el cuerpo de la persona asesinada. Pues bien: escribiré otra novela en la que el supuesto asesinado reaparece, lo que querrá decir que el crimen nunca se ha cometido.

Después de meterse en el pellejo de Raymond Chandler y Henry James, ¿existe algún otro escritor al que le gustaría dar continuidad?

Sí, a John Banville. Y sonaré clavado a él (ríe). No, en serio, no lo sé. No creo. Raymond Chandler y Henry James tenían un estilo muy particular. No podría ser, por ejemplo, Joseph Conrad, porque su estilo es más difuso. Creo que ya he explicado alguna vez que tengo la ambición de escribir una autobiografía en la que todos los hechos estén ligeramente distorsionados. O quizá sea Benjamin Black quien escriba su autobiografía y dentro de unos años la gente crea que fue Black quien inventó a John Banville y que Banville en realidad nunca existió. Sí, es sin duda una buena idea. A Borges le hubiese gustado.

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