Fotografía coloreada en la que puede verse el animado ambiente de una de las calles del Lower East Side de Nueva York en los tiempos en que el siglo XIX le daba el testigo al XX
Fotografía coloreada en la que puede verse el animado ambiente de una de las calles del Lower East Side de Nueva York en los tiempos en que el siglo XIX le daba el testigo al XX - Detroit Photographer
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«Vida y aventuras de Jack Engle», vagabundos en el Nueva York de Whitman

Publicamos dos capítulos de la novela perdida e inédita de Walt Whitman, «Vida y aventuras de Jack Engle», que Ediciones del Viento saca a la luz en España este lunes

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[Capítulo 1]

A las doce y media en punto, cuando el sol de mediodía relucía de lleno en las aceras de Wall Street, un joven con el piadoso nombre de Nathaniel, se puso en la cabeza afeitada un sombrero de paja por el que había pagado, esa misma mañana, la suma de veinticinco centavos, y anunció su intención de ir a almorzar.

COVERT

Abogado

contemplaba la sala (era un bufete del sur de la ciudad) desde la puerta abierta de par en par y sujeta para que entrara fresco, y, en ese momento, el verdadero Covert alzó la mirada de su mesa cubierta con un mantel, en un apartamento interior, cuya alfombra, estanterías, olor mohoso, sillón con almohadones de piel, y los cristales de una de las tres ventanas abiertos, aunque solo en parte, anunciaban que era el sancta sanctorum de su amo y señor.

El porte de ese caballero lo delataba como un miembro de la secta de los amigos, o cuáqueros. Era un hombre alto, bastante rollizo, de rostro pálido, cuadrado y bien afeitado; y cualquier fisonomista experto habría notado cierto brillo satánico y mojigato en su mirada. Debido a sus sospechas de que esa parte de su rostro no le favorecía, el señor Covert tenía la costumbre de bajar los órganos visuales. En esta ocasión, no obstante, se fijaron en su chico de los recados.

-Sí, ve a almorzar; podéis iros los dos -dijo-, quiero estar solo.

Y Wigglesworth, el contable, un anciano que olía a tabaco -lo fumaba y mascaba sin cesar- dejó su taburete del rincón, donde estaba copiando despacio un documento.

¡Viejo Wigglesworth! Debo dedicarte unas palabras de alabanza y pesar, pues el Señor te concedió un alma noble, aunque fueses un vejete ridículo.

Conozco pocas imágenes más tristes que estos ancianos a quienes se ve aquí y allá en Nueva York; aparentemente sin familia, muy pobres, con los labios sobre las encías sin dientes, y vestidos con ropa raída y grasienta, que acaban sus días en ese discutible terreno entre la inanición honrosa y el hospicio.

El viejo Wigglesworth había tenido dinero. La razón de sus pérdidas, y de la penuria de su vejez, no era ni más ni menos que los excesos con la bebida. No llegaba a emborracharse del todo, pero nunca estaba sobrio. Covert lo tenía empleado con un sueldo de cuatro dólares a la semana.

Nathaniel, a quien hemos citado antes, era un muchacho menudo con una ambición ilimitada; cuyo principal objetivo era poder montar un día su propio caballo por la Tercera Avenida. Y, mientras esperaba a que llegase ese momento, fumaba cigarros baratos, se peinaba el pelo castaño y brillante en las sienes al estilo barriobajero y salía corriendo del bufete para hacer los recados; de vez en cuando se detenía para resolver una disputa con la lengua o los puños. Pues Nathaniel era valiente y tenía tendencia a imponer sus opinionesa los demás por la fuerza si era necesario.

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