Walt Whitman, en una imagen tomada hacia 1890, dos años antes de su muerte
Walt Whitman, en una imagen tomada hacia 1890, dos años antes de su muerte - ABC

La novela perdida de Walt Whitman llega a España

Ediciones del Viento publicará el 20 de marzo la obra, inédita durante más de siglo y medio y que un estudiante de la Universidad de Houston descubrió buceando en el archivo del bardo

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Zachary Turpin es un ratón de biblioteca… digital. Graduado en la Universidad de Houston, este estudiante ha hecho de su pasión su modo de vida, y se pasa los días buceando en los archivos de los grandes escritores estadounidenses, puestos a disposición del público gracias a las nuevas tecnologías. En esas estaba, lee que te lee en su ordenador, hace cosa de un año, con el olfato virtual rastreando el legado de Walt Whitman (1819-1892), cuando dio con un cuaderno especialmente tentador.

El cuaderno de Whitman
El cuaderno de Whitman - ABC

¡Ojalá el anciano descanse en paz en su cripta en mitad del ajetreo y el estrépito de esta ciudad, que lo rodea por todas partes! Era una buena persona y, de principio a fin, demostró ser un fiel amigo.

A menudo lo imagino –incluso ahora que el tiempo ha suavizado sus rasgos– arrastrando los pies por ahí, con los labios sobre las encías sin dientes, el cabello fino y blanco, los hombros encorvados, las gafas y el abrigo. Repito que ojalá descanse en paz en el venerable cementerio. Los sentimientos mejores de nuestra época han construido cementerios amplios y elegantes, apartados del bullicio de la ciudad: el distinguido y sombrío Greenwood, que probablemente no tenga parangón en el mundo por su recato y sobria belleza; las variadas y boscosas colinas del cementerio de las Evergreens; y la simplicidad clásica y elevada de Cypress Hills. Gracias a acertados avances sanitarios, los enterramientos dentro de los límites de la ciudad son ahora ilegales y están penados con una multa lo bastante cuantiosa para que la prohibición sea efectiva, excepto en los casos, que ocurren ocasionalmente, en que se combinan un fuerte deseo de ser enterrado en algún lugar honrado por asociaciones del pasado y la presencia de los antepasados con la capacidad de pagar la multa. No obstante, los pocos cementerios que hay en algunos de los barrios más ajetreados de nuestra ciudad, también imparten una lección valiosa. Con ocasión del sobrio funeral del anciano, después de que se marchara la gente, me quedé solo y pasé el resto de esa mañana agradable, uno de los mejores días del otoño norteamericano, vagando por el cementerio de Trinity. Me sentía serio pero no muy triste y me dediqué a ir de un sitio a otro y a copiar algunas inscripciones. La hierba larga y lacia me rozaba la cara. Sobre mí se alzaba el verdor, con toques marrones, de los árboles que se nutrían de la decadencia de los cuerpos humanos.

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