LIBROS

Ugo Pirro: mirar la guerra con ojos cansados

Publicada por primera vez en 1956, llega por fin a España este desolador testimonio sobre uno de los capítulos tabú más grotescos de Italia en la Segunda Guerra Mundial, que el famoso guionista de cine y exsoldado de Mussolini convirtió en novela

Ugo Pirro, en una imagen de archivo ABC
Israel Viana

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«Terminé mi carrera militar con el rango de desertor». Esta sarcástica confesión hecha por Ugo Pirro (Salerno, 1920 - Roma, 2008) en una autobiografía de los años cincuenta refleja a la perfección el espíritu de « Las soldadesas ». Una obra de 1956 llena de talento y originalidad, que llega por primera vez a España, y a la que no le hace falta ni solo momento de acción ni heroísmo para convertirse en una de las mejores novelas sobre la Segunda Guerra Mundial .

Es especial por la precisión con la que su autor adopta, como soldado de la Italia fascista que fue en la vida real, un punto de vista poco habitual en el cine y la literatura bélica del siglo XX: el del combatiente que no quiere tener nada que ver con el conflicto y lo mira con ojos cansados. Porque Pirro, efectivamente, fue uno de aquellos jóvenes que Mussolini , en su locura imperial, mandó a Grecia, donde transcurre la historia. También combatió en Yugoslavia y Cerdeña entre 1940 y 1943, antes de convertirse en uno de los guionistas más respetados de Europa -nominado dos veces al Oscar-, que volvió a casa absolutamente cambiado, ajeno al entusiasmo intervencionista que lo incitó a enrolarse en el Ejército a espaldas de su familia. Desde entonces, aquella horrible experiencia se convirtió en una de sus principales fuentes de inspiración.

«Las soldadesas», de Ugo Pirro. TRADUCCIÓN: G. Matallana Medina. EDITORIAL: Altamarea, 2018. PRECIO: 17,90 euros ABC

En «Las soldadesas», su debut literario, Ugo Pirro cuenta en primera persona el viaje de un joven teniente italiano a Atenas, para recoger a un grupo de prostitutas griegas y entregarlas a las tropas fascistas repartidas por la península helénica. Un viaje por los bajos fondos de la guerra a través de aquella Grecia conquistada y desfigurada por el hambre. «Cuando Eftijía (una de las prostitutas) le dio medio chusco de pan a uno de los niños, este huyó en una carrera penosa y desesperada; sus coetáneos se pusieron a perseguirlo con la misma desesperación. Súbitamente el fugitivo se desplomó, no cayó, se dobló sobre sí mismo y quedó exánime delante de los compañeros inmóviles y asustados. Solo fue cuestión de un momento, ninguna desgracia merecía una piedad más larga. Alguien cogió el pan y reemprendió la fuga, y todos los demás lo siguieron. Sobre la calle no quedaron más que el muerto y el zumbido de las moscas que se precipitaban. Había muerto un minuto antes de la salvación. Nadie se movió», cuenta el protagonista, con ese lenguaje como de informe que empapa toda la obra, descriptivo hasta el detalle, pero sin ninguna pretensión moralista. La forma de expresarse es, en ocasiones, muy fría, pero sin dejar en ningún momento que el horror y el sentimiento de culpabilidad se muestre a los ojos del lector. «Ayer por la tarde llegó un telegrama terrible a la prefectura de Eubea desde la isla de Esciros. Decía: “Enviadnos trigo o ataúdes”», añade otro de los personajes.

Un periplo por una tierra devastada –que Pirro se atrevió a publicar solo una década después de que él y los fascistas perdieran la guerra– que se convierte también es un viaje interior. «Dentro de mí se iba apagando ese instinto bestial que hierve en la sangre a los veinte años y a menudo produce gestos, deseos y decisiones irreflexivas», reconoce el teniente en el tramo final. Se trata del mismo cambio de conciencia que experimentó el escritor, convertido con esta novela en una de las primeras voces que se alzó en Italia contra el drama tabú de la prostitución en la población ocupada. Mujeres tratadas como carne de mercancía y repartidas en camiones del Ejército para disfrute de los soldados. «Por la noche los bersaglieri quieren guiso espeso, sin caldo, y mujeres consistentes para quitarse el hambre… Cuerpos así de poderosos la romperían, pobre muñeca… Cagüendiós… La destrozarían al primer asalto… Pero es mona».

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