LIBROS

El libro que Harper Lee no supo escribir

Casey Cep investiga en «Horas cruentas» las razones por las que la autora de «Matar a un ruiseñor» nunca terminó una crónica sobre un reverendo sospechoso de varios crímenes

Jaime G. Mora

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Harper Lee (1926-2016, Monroeville) no veía nada glamuroso en el oficio de escribir. «Ser un escritor serio exige una disciplina seria –decía–. Es sentarse y escribir, creas o no creas que lo llevas dentro. Cada día. A solas. Sin interrupción». A ella desde luego le suponía un gran esfuerzo. Durante sus primeros siete años como plumilla, después de renunciar a los estudios de Derecho para probar suerte en la vida literaria, apenas fue capaz de escribir cinco relatos que no consiguió vender. Para soltar la pluma, necesitó que unos amigos le regalaran «un año para vivir sin trabajar y poder escribir» lo que le apeteciera.

Ahora sí, en un par de meses consiguió completar su primera novela, Ve y pon un centinela , pero aunque ahí se apreciaba «la chispa de una escritora genuina destellando en cada línea», tenía fallos estructurales. Era más bien una serie de anécdotas. La editora convenció a Lee de que siguiera trabajando en el manuscrito, y así pasaron otros dos años hasta que lograra terminar Matar a un ruiseñor . Cuando se publicó, en julio de 1960, el éxito fue inmediato. En solo un año vendió un millón de ejemplares, ganó el Pulitzer y la premiada adaptación al cine terminó por hacer inmortal el alegato por la igualdad y la justicia más leído.

Si la primera versión del libro reflejaba con cierta complejidad ese racismo sureño que ella apreció durante su infancia en Alabama, convirtiendo a Atticus Finch en una suerte de padre ignorante y xenófobo, en Matar a un ruiseñor la acción se desarrolla en los años 30, eludiendo el debate sobre la integración, y el abogado protagonista se revela como un héroe que defiende contra viento y marea a un negro inocente. Lee había conocido a muchos hombres que podrían representar a un negro a la vez que le negarían el derecho a voto o no permitirían que se tomaran una copa con ellos en el bar, pero en la redacción definitiva estos claroscuros desaparecieron.

El increíble éxito del Ruiseñor hizo rica a Harper Lee, pero también la condenó a un silencio editorial de por vida. Más allá de algún artículo publicado en revistas y el lanzamiento del Centinela unos meses antes de morir, Lee no volvió a escribir ningún libro más. La excesiva atención mediática recibida –«Si tuviera un pelín de sensatez, me habría hecho una J.D. Salinger », llegó a decir–, su alto nivel de autoexigencia y sus problemas con el alcohol en algunas fases de su vida jugaron en su contra. También otro factor: el naufragio del proyecto al que le dedicó una década de trabajo.

En Horas cruentas (Libros del K.O., 2020), la periodista estadounidense Casey Cep investiga todas las circunstancias que rodearon a Harper Lee durante los años en que trabajó en El Reverendo , el título que iba a tener el libro que nunca pudo terminar. El reverendo era Willie Maxwell , un predicador negro que en los años 70 se embolsó una fortuna cobrando los seguros de vida de seis familiares –entre ellos dos esposas– que fallecieron en circunstancias sospechosas, y que acabó muriendo a manos de un vecino que se tomó la justicia por su mano. El mismo abogado que había representado a Maxwell contra las compañías aseguradoras consiguió que el jurado exonerara al asesino.

Harper Lee vio en este caso la oportunidad de escribir una crónica negra como A sangre fría , el clásico de la no ficción al que tanto aportó en su papel de investigadora adjunta, pero sin las fabulaciones de Truman Capote que ella censuraba. La trama, eso sí, era mucho más compleja. Aquí no había una historia de terror –una familia blanca asesinada por unos desconocidos–, sino los avatares de un supuesto asesino en serie, también víctima de la violencia, un abogado activista que hizo carrera con homicidios y fraudes, y la convivencia de negros y blancos a espaldas de la integración.

Como señala Cep, El Reverendo fue para Lee un Centinela que no supo convertir en un nuevo Ruiseñor : «Todo el mundo le decía que la historia que había encontrado estaba destinada a convertirse en un éxito de ventas. Pero nadie sabía decirle cómo escribirla». Sus editores, todos lo que le habían ayudado a escribir su gran éxito, habían fallecido ya, y la muerte de su amigo Capote le hizo ver lo que la depresión y la adicción «podían hacer a una persona y a aquellas que la querían». En un momento dado decidió cortar con las dos cosas que impedían su bienestar: «La una era beber; la otra, escribir». Horas cruentas, un trabajo colosal, se acerca en método y estilo al libro que Lee habría querido escribir.

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