Muestra «David Bowie is» en La Philharmonie de Paris
Muestra «David Bowie is» en La Philharmonie de Paris - reuters

Una ruta por el París de David Bowie

La exposición sobre el músico británico que se acaba de inaugurar en la capital gala inspira este recorrido «underground»

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Hay una ruta parisina de David Bowie. Pero es una ruta prohibida e invisible en los manuales para turistas. Es una ruta «underground»: sus calles, esquinas, bares, clubes y antros nocturnos forman parte de una ciudad invisible, solo apta para aventureros, proscritos y noctámbulos.

Si Philip Marlowe –mi cómplice– tuviese que descubrir esa ruta a una rubiales de mucho trapío, llegada a París para gastarse el dinero de un padre millonario, quizá comenzase por algún lugar entre la plaza de la Bastille, el metro Overkampf, la calle y el barrio de Belleville, dejándose el metro y el barrio de Abbesses para tomar una copa hacia el amanecer, escuchando rock & punk callejero, con París a los pies de la terraza de un cafetucho del lugar.

De entrada, pues, en la Bastille en la legendaria rue de Lappe siguen vivos y coleando los viejos antros, como el Balajo, donde el Bowie travesti pudo conocer, en otro tiempo, a difuntos personajes de un París canalla. Tras tomar una hamburguesa aromatizada con perfumes marianos en Barrio Latino(un antro del Faubourg Saint-Antoine), nada más fácil que llegar dando un paseo hasta el Café Charbon: si hay suerte, y Patti Smith está de paso, igual es posible escucharla, entre martinis, tequila u otro tipo de brevajes y/o hierbas perfumadas con elixires. El Charbon es un antro canónico, que bien pudo conocer el Bowie adolescente, iniciado en la vida nocturna local por algún amigo mestizo.

Entre la Bastille y Oberkamph hay una veintena de lugares donde, ya bien entrada la noche, es posible tropezarse a un rosario de noctámbulos de todo tipo de sexos e inclinaciones etílicas, desbarrando contra el socialismo de Hollande, la agonía de la noche parisina y el precio del cervezón con tacos mexicanos, si la señorita o el señorito acompañante no prefieren el copazo de champán de la casa.

Ya bien entrada la noche, si el calendario de los conciertos de la temporada lo permiten, la tentación y esas cosas podrían sugerir uno o dos cambios de barrio. Una primera solución, pudiera ser, para Bowie, Marlowe y sus acompañantes, desembarcar por La Gaîte Lyrique, un centro de esos que llaman «multiculturales», donde lo mismo se liga con una señorita/o mestiza/o, se juega al ping-pong electrónico, o se escucha a un grupo australiano de cuerpazos esculturales y música con tambores aborígenes. Soportado el concierto con el estoicismo debido a los centros subvencionados, La Gaîte Lyrique tiene otro encanto inconfesable. Está a dos pasos de un París «black» solo apto para emociones fuertes, que no desdeñaría el joven Bowie, tentado, en su día, por locuras de ese tipo.

A título personal, si tuviese que enmendar la plana a mi maestro –Philip Marlowe– y a Sir David (Bowie), aconsejaría recalar (en taxi) por la plazoleta del metro Abbesses. La cosa musical que se escucha en los antros del lugar no tiene la fama de las grandes salas canónicas (Le Charbon, La Cigale), pero tiene otro encanto nada desdeñable. Cuando el tiempo no lo impide, por esa plaza recalan guitarreros y saxofonistas que algún parentesco tiene con el joven Bowie y el Johnny Carter de «El Perseguidor», que, como debiera ser bien sabido, es un doble del Charlie Parker que estaba inventando el «bebop» (Sir David recordará de lo que hablo), una musiquilla que ya era genial mucho antes que el niño Bowie descubriese el pop que escuchaba su padre, The Platters, Fats Domino, Elvis Presley y Little Richard.

Escuchando viejas versiones, hacia el alba, el viajero fantasma que acompañase a Sir David o el viejo Marlowe, podrá descubrir el alborosáceo del despertar del día, desde la rue Ravignan, con París a su pies, dejándose adormecer por una vieja versión de las cenizas celestes de «Absolute Beginners».

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