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Huelga del metal: Tensión máxima en el Río San Pedro: «¡Por favor, hay niños!»

La batalla campal se ha centrado en esta barriada en la que un grupo de radicales se ha atrincherado más de cinco horas lanzando todo tipo de objetos a la Policía y quemando contenedores al lado de una guardería y de un colegio

Sigue en directo la huelga del metal en Cádiz hoy miércoles

N.F.

María Almagro

La máxima tensión vivida ayer en la Avenida principal de Cádiz se trasladaba desde primera hora de este miércoles a las calles de la barriada del Río San Pedro en Puerto Real. La situación se volvía caótica por momentos, protagonizada ante todo por más de un centenar de jóvenes (se cuestionaba si realmente eran trabajadores) que, tapando sus rostros, lanzaban graves insultos, botellas de cristal, piedras, bengalas y todo tipo de objetos a un férreo dispositivo policial formado por varios grupos de la UIP desplegados en Cádiz con motivo de los disturbios que se están produciendo en la huelga del metal.

Los disturbios comenzaban poco más tarde de las nueve de la mañana, tras la entrada de los niños a sus colegios. Varios centros educativos se localizan en las cercanías de donde se atrincheraban tras contenedores los exaltados. Una posición que ha marcado sin duda la actuación policial que se ha mantenido en todo momento desplegándose y replegándose para intentar no cargar en las puertas de los centros, manteniéndose parapetados al principio de las calles.

«Miedo y ansiedad» en la guardería

Sin embargo esta circunstancia ha sido aprovechada por los radicales quienes no han tenido reparos en quemar varias veces los contenedores para provocar la actuación de los agentes a pesar de la cercanía de los escolares y de que se encontraban en una zona residencial. « No hay derecho, el miedo que estamos pasando . Tengo hasta una crisis de ansiedad, tengo a los niños aquí y están quemándolo todo, ¿no les importa o qué?», se lamentaba Encarni, la directora de la guardería.

Los efectivos de la UIP de la Policía Nacional intentaban controlar la situación en medio de una lluvia de todo: bengalas, tuercas, tornillos, adoquines, botellas de cristal, canicas... y hasta botellas incendiadas con salfuman, una sustancia altamente inflamable que se usa a modo de 'cóctel molotov'. Todo eso alcanzaba también a los medios de comunicación que intentan cubrir este conflicto. Los agentes respondían con salvas, pelotas de goma y gas lacrimógeno.

Sin embargo la insistencia de los supuestos huelguistas era constante. Horas de carreras, ataques y agresiones verbales. Sin parar. Cerca del mediodía los disturbios continuaban y se centraban principalmente en la calle Fermín Salvochea . Y los manifestantes seguían en su empeño de hacer barricadas con los contenedores, hasta el punto de que un furgón policial era utilizado para poder retirarlos de la vía. Así los agentes intentaban una y otra vez que se dispersaran.

Vecino y jubilado de Astilleros: «Esto no es una lucha sindical»

«Esto no es una lucha sindical», manifestaba a LA VOZ Manuel. Un vecino del barrio de 67 años, jubilado de los antiguos Astilleros Españoles donde comenzó a trabajar desde finales de los 70. «Mira que yo he estado en todo lo que se luchó ahí, lo que pasamos... pero nosotros no actuábamos así. Jamás entrábamos en un barrio a destrozarlo. Incluso planificábamos los cortes antes para no perjudicar a nadie. Claro que creo en los derechos de los trabajadores, fui del PCE y de Comisiones Obreras, pero yo lo que veo ahí (señala tras el humo) es a gente muy joven haciendo barbaridades», se quejaba.

Y así, la acción de los violentos continuaba. Sin descanso. «Asesinos, perros, venid aquí, no tenéis cojones...» y dedicatorias mucho peores (impublicables) caían una y otra vez del otro lado. Los policías mantenían sus posiciones en todo momento, recibiendo órdenes y siguiendo las diferentes tácticas de orden público para lograr de manera ininterrumpida que la normalidad volviera a este barrio obrero.

Muchos vecinos, asustados, no salían de casa y el que lo hacía era para quitar rápidamente su coche de las calles de la batalla. «¡Me lo han destrozado!», lloraba una joven dirigiéndose a su vehículo con las lunas rotas por el lanzamiento de botellas. «¿Quién me paga a mí esto ahora?», lamentaba. Un policía le ayudaba a retirarlo e intentaba calmarla. Otros vecinos corrían llegándose incluso a poner en mitad de la calzada, pidiendo por favor que les dejaran acceder a sus coches para no perderlos.

Pero a pesar de estas tristes escenas la tensión no se terminaba de rebajar. Los radicales se distribuían cerca de los colegios como si se trataran de escudos. Mientras, la Policía se desplazaba a otra avenida paralela para custodiar la salida de la guardería. «¡Por favor, hay niños...!», gritaba ya harto uno de estos padres.

Hasta que cerca de las tres de la tarde los manifestantes decidieron irse a comer. Entonces, una cierta normalidad llegaba de nuevo a esta barriada puertorrealeña dejando atrás un escenario bélico, de una verdadera batalla campal.

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