Del piropo al delito

La denuncia del acoso sexual a la mujer deja de ser tabú

El clima de igualdad social y laboral empuja a muchas mujeres a oponerse a cualquier acto de micromachismo o gesto de sutil dominación masculina

Sevilla, 1931. Un «cicerone» piropeando a una joven en una calle de la capital hispalense Gonsanhi
Érika Montañés

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Una mano británica en una rodilla ajena. Un repentino beso a una diputada sevillana. Una petición de masaje en un hotel norteamericano. Pese a haberse producido en diferentes épocas, contextos y lugares del mundo, todas estas situaciones comparten una acusación reciente: la de acoso. Las consecuencias en todos los casos han sido fulminantes: la dimisión del ministro de Defensa en Reino Unido, la apertura de un proceso judicial contra un empresario que acorraló a Teresa Rodríguez; o la expulsión del productor Harvey Weinstein de la Academia de Hollywood. Y la pregunta irremediable que surge es la de... ¿por qué ahora?

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«La cultura ha cambiado a lo largo de los años y lo que podría haber sido aceptable hace 10 o 15, claramente no es aceptable ahora» fue la respuesta que dio Michael Fallon tras renunciar a la cartera de Defensa británica. Los expertos no lo ven tan obvio. «Es difícil saber si esta conducta era aceptada de verdad, o se aceptaba calladamente porque se entendía que no había nada que hacer», explica Juan Carlos Revilla, profesor de Psicología Social en la Universidad Complutense de Madrid.

De hecho, muchas de las denuncias no son nuevas. Meryl Streep contó en 1979 en la revista «Time» que Dustin Hoffman (hoy envuelto en el escándalo) tocó su pecho el día que se conocieron, pero nadie la respaldó cuando lo dijo. Antes, en 1945, la actriz Maureen O´Hara, conocida como «la reina del tecnicolor», denunciaba el acoso imperante en la industria. «Lleva habiendo denuncias mucho tiempo, pero no siempre han prosperado y eso desanimaba otras nuevas», opina Revilla.

En el mundo latino las mujeres son más permeables a los piropos que en la sociedad escandinava

Un informe de la Agencia de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea (UE) cifra en más de cien millones de mujeres del continente las que se han sentido «acosadas» alguna vez en su vida. De la macroencuesta, un 35% no había informado a nadie de lo ocurrido y solo el 4% acudió a la policía.

La falta de denuncias, según el profesor de Historia del Pensamiento y Movimientos Sociales de la Universidad CEU-San Pablo, Juan Carlos Jiménez, se debe al sentimiento de culpabilidad de la víctima y a la falta de apoyo social. «El elemento sustantivo tras el caso Weinstein es que la sociedad no ha recibido las denuncias como antes, con un “es mejor que vuelvas a casa y no sigas hablando”, sino con un “te protejo, cuéntalo”», deduce. Hay una mayor sensibilidad social hacia el acoso, asegura Revilla, que añade: «Ocurre con el acoso escolar. Siempre estuvo en la escuela, pero se entendía que no pasaba nada. Ahora ya no es así».

¿Piropos? No, gracias

Las reglas de la relación entre hombres y mujeres están cambiando, coinciden los expertos. Y desde hace algún tiempo. Entre las nuevas generaciones se observa de forma aún más clara. «En los últimos cinco-diez años han convertido en “inaguantable” lo que para sus abuelas era “aceptable”» , apunta Jiménez. Un piropo, una alusión a su estética, una apelación algo más que cariñosa, una insinuación… «Estas jóvenes han decidido que no tienen la culpa de vestir de una manera, o que no es humillante decir que no. Reivindican su espacio físico y lo acotan», arguye este profesor.

La incorporación femenina al mercado laboral, su formación académica y crecer en sociedades que propugnan la igualdad como un valor fundamental han hecho inevitable el cambio. Aunque la actitud llega a veces al extremo, considera el profesor de Sociología Alejandro Navas, de la Universidad de Navarra. «Los hombres ya no sabemos cómo actuar, ni a qué atenernos». Sobre todo cuando ciertos códigos de caballerosidad se interpretan como una muestra de sometimiento por parte de la mujer, dice. «Las pautas clásicas siempre con respeto a la mujer están siendo discutidas por las nuevas generaciones y desconcierta», infiere.

¿Concuerda que las nuevas generaciones rechacen un piropo y sean a su vez las más sexualizadas de la historia? «Absolutamente sí –responde el profesor de la Universidad CEU San Pablo-. Tienen pleno derecho a vivir la sexualidad como ellas quieren. La humillación sexual la conceptualizan y la han incluido como una cuestión que tiene que ver con la dignidad y la defienden».

El prisma cultural

A la mujer un grito exhalado de «guapa» por la calle no le duele, pero ya ha cobrado el derecho de decir «basta» y resistirse, dice. Ángeles Carmona, presidenta del Observatorio de Violencia de Género del CGPJ, definió el piropo como «una invasión en la intimidad de la mujer. Nadie tiene derecho a hacer un comentario sobre su aspecto físico», aunque según los sociólogos consultados, es claramente una tesitura de la relación que una a esa mujer y a ese hombre. Si la mujer se siente cómoda con esas apelaciones o incómoda.

No parece ser solo una cuestión de edad, sino de cultura. En la misma macroencuesta de la UE se refleja que mientras en España un 18% de mujeres denuncian haber sido acosadas alguna vez, en Noruega se triplica el dato. En el mundo latino, «piropear» ha tenido cierto «marco de aceptación» si se lo disemina del abuso de poder, reconoce el profesor Jiménez, mientras que la sociedad escandinava es menos permisiva. «En ámbitos como el mundo anglosajón, por ejemplo, las situaciones de acoso se llevan de manera mucho más escondida», afirma Jiménez. Han tenido que pasar varias décadas para que llegara el «efecto río que se está produciendo ahora en Reino Unido, que además ha generado una gran credibilidad social», según el experto.

La diferencia entre el caso Cosby y el caso Weinstein en solo dos años ha sido abismal

En un lapso de solo dos años, la diferencia respecto a cómo se desarrolló el escándalo protagonizado por el actor Bill Cosby es abismal. Pese al medio centenar de testimonios que se publicaron entonces por los presuntos abusos del actor, no fue repudiado por la industria hasta que se filtró una confesión antigua del propio Cosby reconociendo que drogaba a las mujeres para tener sexo con ellas.

«Sin duda se está dando más credibilidad al testimonio de las mujeres», explica la abogada especialista en violencia de género Consuelo Abril. ¿Cómo probar un acto que suele darse entre cuatro paredes y sin testigos? «El Tribunal Supremo ya dice que una mujer que manifiesta estos tratos no es por motivos espúreos. Hay credibilidad jurídica de que dice la verdad».

En España, las denuncias por delitos contra la libertad e indemnidad sexual no dejan de crecer. Sin contar los casos de agresión con penetración, en tan solo cinco años las denuncias por abuso, acoso o agresiones sin penetración se han incrementado de 6.881 en 2012 hasta las 8.606 en 2016. Sin embargo, este aumento no se está traduciendo en más sentencias en los tribunales. «He visto cómo en denuncias por acoso se argumentaba que la mujer “iba pidiendo guerra”», defiende Abril. Solo el 2% de las denuncias por acoso en el ámbito laboral acaba en condena en España, según datos de la UGT. «Por mucho que avance la ley, es más importante quién la aplica», sostiene la letrada.

Efecto globalización

En la era actual hay un nuevo ingrediente sin el cual la repercusión no hubiera sido igual: las redes sociales. Así lo asegura Josep Lluís Micó, catedrático de Periodismo de la Universidad Ramon Llull de Barcelona. «En un contexto distinto, el caso Weinstein no habría alcanzado la dimensión masiva que ha ostentado». Al final, «la solidaridad virtual animó a otras damnificadas a alzar su voz». Salir del círculo vicioso del acoso necesita de un estímulo social y una fuerza individual extraordinaria, asegura, por su parte, Jiménez.

En términos legales, poner la mano en una rodilla no es delito. En términos sociales, significa, para los expertos, calibrar mal una situación. Ocurre también con el piropo incómodo. «Y sucede, en toda su extensión, en la forma de tratar a una mujer, e incluso en la forma de mirar: puede ser normal o repugnante», discierne Jiménez. Hay que enseñar al mundo a mirar.

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