TRIBUNA

Grietas en el muro

Apareció a más de 9.000 kilómetros de distancia, en Hollywood, pero el acoso está en todas partes

La grieta comenzó en Hollywood con el caso Weinstein, denunciado por actrices de la talla de Paltrow y Jolie ABC

BEATRIZ BECERRA*

La grieta apareció a más de 9.000 kilómetros de distancia. En Hollywood, decenas de mujeres denunciaron en voz alta el acoso y los abusos de un poderoso productor: Harvey Weinstein . Actrices jóvenes y grandes estrellas alzaron la voz con el lema #MeToo. Las redes sociales convirtieron un asunto estadounidense en una cuestión global. Mujeres de todas las nacionalidades, de todas las profesiones, de todos los orígenes sociales han contado sus experiencias, en un ambiente de indignación y de liberación.

La grieta fue extendiéndose y llegó a Bruselas. Aparecieron informaciones que hablaban de acoso sexual en el Parlamento Europeo, la institución para la que fui elegida y en la que ejerzo desde 2014. Que se haga la luz puede ser doloroso e indignante -y en este caso lo es-, pero nunca es malo. Lo malo y dañino es el muro de silencio que protege a los acosadores. Ese es el muro que se ha resquebrajado, y por sus grietas se filtra una realidad inaceptable que debemos cambiar.

El acoso es un acto de violencia de un poderoso contra alguien vulnerable. El poderoso no necesita una pistola ni un cuchillo: su arma más poderosa es el miedo que inspira. Las víctimas temen perder su trabajo, ver arruinadas sus carreras, no ser creídas o incluso ser señaladas: la culpa es suya, por vestir como viste, por ir provocando, por ser actriz, por ser mujer. «¿A quién van a creer? ¿A ti que no eres nadie o a mí que muevo los hilos?». Esta era la pregunta que Weinstein dejaba en el aire, la formulara o no. Esta es la amenaza de los acosadores: usar su posición de superioridad para humillar y desacreditar a la víctima. Así es como logran erigir el muro de silencio que los mantiene a salvo del reproche social y del castigo penal.

Más de la mitad de las mujeres de la Unión Europea manifiestan haber sufrido acoso sexual alguna vez. Es un dato escalofriante, pero es que entre las mujeres directivas son tres de cada cuatro. Revelador, ¿verdad? Cuando hacemos inventario de los obstáculos que las mujeres encuentran en su carrera profesional no solemos citar el acoso. Bien, pues ha sido un error: ¿Cuántas mujeres renuncian a una carrera por no pasar por el trago ni la humillación del acoso? ¿O son expulsadas por no ceder ? ¿Hasta qué punto la finalidad del acoso es, precisamente, someter a la mujer también en el ámbito profesional, evitar que compitan con el hombre? ¿Qué nos dice el dato de las actuales políticas anti-acoso en las empresas de la Unión Europea? Es obvio que están fracasando , y que si de verdad queremos lograr la igualdad entre hombres y mujeres deberemos erradicar esta práctica mediante disposiciones y normativas eficaces.

Claro, que antes que por las empresas, tendremos que empezar por las propias instituciones europeas. No se puede tolerar que en la casa de todos los ciudadanos europeos, en la cámara donde se les representa, existan casos de acoso sexual y que sólo ahora se hable de ellos. Tengo la suerte de no haberlos sufrido, pero muchas compañeras, asistentes y personal de la institución si lo han hecho. Es difícil que cambiemos Europa si no nos cambiamos antes a nosotros mismos.

Las leyes y disposiciones actuales contra el acoso sexual han fracasado. Esto es lo primero de lo que debemos ser conscientes. A continuación, se trata de modificarlas para que sean eficaces . Igual que desde Bruselas hemos desarrollado normativas sofisticadas y detallistas contra el blanqueo de capitales, contra la vulneración de la privacidad y contra otros muchos delitos, ¿cómo no vamos a ser capaces de crear los mecanismos adecuados para relevar el acoso sexual al basurero de la historia?

El objetivo de toda ley, de toda norma, es evitar que los poderosos abusen de los vulnerables. Debemos revisar toda la política europea contra el acoso sexual para que sean los delincuentes, y no las víctimas, las que sientan el miedo. Para que caiga de una vez el muro de silencio.

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*Beatriz Becerra es vicepresidenta de la subcomisión de Derechos Humanos en el Parlamento Europeo y eurodiputada del Grupo de la Alianza de Liberales y Demócratas por Europa (ALDE)

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