Las redes sociales han cambiado la forma tradicional de iniciar una relación afectiva
Las redes sociales han cambiado la forma tradicional de iniciar una relación afectiva - ABC

De la carabina a mandar emojis: la vida en pareja se renueva a cada generación

La familia Calzada de la Pisa personifica cómo ha cambiado el amor a través de cada uno de sus miembros

Madrid Actualizado: Guardar
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De salir a pasear con una carabina al suave roce de las manos. Luego se dio el salto a relaciones abiertas donde ya se consentía a los «novios formales» salir juntos de viaje y, en la actualidad, se dan relaciones que se parapetan tras esa aplicación móvil llamada WhatsApp para no afrontar una trascendental conversación de pareja.

Mucho se han transformado las uniones amorosas desde que nació Margarita hasta su bisnieta María (hoy tiene 15 años), pasando por las generaciones de María Cruz (42 años) y María José (77 años), aunque para todas ellas la base sobre la que se cimenta cualquier relación debe seguir siendo la misma: «Todo está en el respeto, compartir creencias y los pilares fundamentales, como las ganas de formar una familia».

Quienes así se expresan son María Cruz de la Pisa y su marido Antonio Calzada, que permiten al lector que se asome casi hasta la intimidad de su alcoba. Católicos «practicantes lo justo», son de todo menos una familia convencional. Se conocieron en una excursión organizada por unos amigos comunes, y a la semana ya lo tenían «cristalino»: ella tenía 27 años, él 33, y se casaron al año de noviazgo.

«Los factores educacionales y culturales han cambiado mucho. En la edad de María José se casaban muy jóvenes porque era la única opción de emanciparse (u otras vivían en la misma casa que los padres/suegros) y también tenían los hijos a muy temprana edad. Esa manera de funcionar ya viene de antes, cuando el hombre era quien trabajaba y la mujer se quedaba en casa para criar a los pequeños», explica Silvia Congost, psicóloga especializada en la vida en pareja.

Pensiones

Y, en efecto, María José se casó a los 21 años. También adelantó la bienvenida de los hijos. Antonio y María Cruz acumulan ahora 16 años de casados; en los primeros cinco años juntos ya tenían 4 hijos, y hace solo tres años encargaron «al nieto», como llaman al quinto y benjamín, Jaime.

La «abuela moderna» María José tuvo ocho hijos en su Valladolid natal y ahora, con 38 nietos, acierta a darles cada domingo «una tarta y chuches». Las privaciones económicas a las que somete a esta familia su gusto por las familias grandes –«nos vuelven locos, no los chiquillos, que en realidad duran un rato, sino las familias grandes», dice con humor María Cruz– son, en paralelo, numerosas: «Te compras zapato del Primark, y no de una marca cara. Sales a cenar, y te tomas solo una cerveza. Ni viajamos», responde Antonio, ingeniero de oficio y empresario autónomo. Su mujer es diseñadora gráfica. Quien pone la picota al relato es María José: «Lo que debería hacer el Gobierno es dar más ayudas, que no dan a quienes sí deciden tener hijos».

Y es que en esta casa no se debate sobre el suicidio demográfico al que se está condenando al país con la baja tasa de maternidad. «Cada uno que adopte la decisión que crea conveniente para su vida», repiten los adultos. Eso sí, tercian en el origen del debate: «No se puede pedir a la gente que amplíe su familia para contribuir a la sostenibilidad del sistema de pensiones, y no dejar de poner los pies sobre la cabeza de quienes sí tenemos hijos», se queja María Cruz. «Si es que ahora mismo se desgrava mil euros por hijo, qué ridiculez», agrega Antonio.

Redes sociales

María no alcanza a mediar en la conversación sobre la descendencia. No se lo plantea. A sus 15 años, tiene un «noviete que conoció en el rugby». En su entorno observa cómo chicos y chicas acaban entremezclados con mundos «a priori» reservados para adultos, como el de las relaciones sexuales y el consumo de drogas. Y, como contrapartida, su abuela ha invadido un mundo que parecía reservado solo a los jóvenes, el de las redes sociales. «No quiero decirle algo al niño que me gusta por el móvil, quiero decírselo cara a cara», reniega María de la tendencia generalizada que observa.

Su abuela la interrumpe: «Yo uso WhatsApp antes que nadie. Felicito a mis 38 nietos así y me entero de sus vidas. También leo el periódico en la tableta y aprendo de redes sociales. Aunque entre semana no chincho mucho a María por WhatsApp porque sé que no lo lleva todo el día». Es el mundo al revés: la abuela se contiene para no asediar con el uso de la tecnología a su nieta. Lo «exigentes» que se ponen con el móvil es un reproche tajante de María contra sus progenitores. Eso y la hora de llegada: las 21.30, que no ha cambiado desde sus 12 años. «Y nosotros no podíamos ni besarnos en público», musita su abuela.

Salir a los 12 años era imposible. Ir a fiestas con alcohol y en el que las niñas «se lían con varios chicos» –como en el sofá familiar se cuenta– hace removerse a María José. «Eso era impensable, claro.Ahora se encaman demasiado pronto y luego pasa lo que pasa, se separan al cabo de un año porque solo se casaron por el físico. Se han perdido los valores que nos llevaron a nosotras a permanecer junto a nuestros maridos». Eloy de la Pisa la dejó viuda hace diez años.

Dependencia económica

Y, si le hubiese tratado mal, farfulla, se hubiese ido. «Con una mano delante y otra detrás, no hubiese aguantado lo que han aguantado otras en mi familia», advierte, consciente de que la dependencia económica sometía y enjaulaba a una parte de ellas. «Esa manera de funcionar proviene de antes de cuatro generaciones –matiza Congost, especializada en dependencia emocional–. Tanto si estaban bien como mal, casarse era para siempre». La piedra de toque para el cambio fue la inmersión laboral femenina.

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