Fernando Sicre - ARTICULO

'Contra naturam'

La ola que nos asola, va contra la naturaleza de las cosas, contra su orden natural, incluso moral

Fernando Sicre
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La ola que nos asola, va contra la naturaleza de las cosas, contra su orden natural, incluso moral. Es la venganza de los pueblos contra el orden establecido. Los padres fundadores de los EE UU desconfiaban de las masas, hasta que llegó la democracia de Jackson. Efectivamente, en 1815 desaparecen los ideales típicos de la Ilustración, que suponían el soporte intelectual sobre los que se construyeron los Estados Unidos de Norteamérica. Dos principios fundamentales sobresalen sobre todos los demás en la Constitución: la desconfianza sobre el pueblo cuando se erige en una masa que da rienda suelta a sus pasiones y más bajos instintos y la desconfianza en el poder, por su afán de concentración en cualquier caso y circunstancia.

De ahí, el sistema electoral indirecto del presidente y el sistema de contrapesos.

El sistema Jacksoniano degeneró desde el primer instante. La democracia del pueblo cuando este adquiere la mera condición de multitud, pasa a ser oclocracia, que según la visión aristotélica es confundido algunas veces con el término «tiranía de la mayoría». De ahí que Hobbes insista en la importancia de que el pueblo como conjunto de ciudadanos, quede circunscrito en una unidad con voluntad única. A pesar de la defensa por este del poder absoluto del monarca, eran los primeros avatares de la democracia representativa, principio básico de las democracias liberales, que posibilita la racional gobernabilidad de los Estado. Desde el período de Entreguerras, donde surgen los movimientos populistas de gran alcance como el comunismo, fascismo y nazismo, ahora, consecuencia de la aguda crisis económica, como la padecida en Grecia y España, los populismos de izquierda han entrado con fuerza en el tablero político. Por su parte, los populismos de derechas, suelen aparecer en época de largo estancamiento económico, en los que se produce una marcada diferenciación ideológica entre generaciones, caso de Reino Unido y USA. Todo hace indicar que los Estados se lamentan de haber perdido influencias en el proceso de «globalización». Y las medidas populistas de ahora, de izquierdas y de derechas, van encaminadas a encerrar las políticas en el territorio del Estado y aplicarlas en beneficio exclusivo de los nacionales de cada uno de ellos.

La globalización supone la expansión e intensificación de las relaciones económicas, sociales y culturales por encima de las fronteras. Este proceso se ha visto impulsado desde el final de la década de los setenta por una combinación de factores, incluidos los económicos, tecnológicos, políticos y sociales. No hay dudas de que existe una globalización económica. Las economías nacionales del mundo dependen unas de otras. Se está formando una economía global, en cuyo diseño constructivo no se contemplaron los procesos de inmigración, sí los intercambios comerciales y el desarrollo a escala mundial del sistema financiero. Los populismos justifican su existencia en el desamparo padecido por ciertas clases medias y populares, debido a la propia dinámica de funcionamiento de una economía interdependiente, fundamento primigenio de la globalización.

El mundo internacionalizó los intercambios comerciales a finales del siglo XIX. El crecimiento económico exacerbó el sentimiento nacionalista-populista de muchos dirigentes políticos, con la consecuencia de las dos guerras mundiales. Ahora, la crisis económica ha vuelto a crear el clima propicio para la vuelta a los nacionalismos y populismos, que proyectan una visión torpe sobre la realidad política del momento, por supuesto diseñada para producir efectos en el corto plazo. Por ello y para nosotros es hora de mucha más Europa. La integración política, económica, social y militar debería ser un hecho. No podemos ni debemos renunciar a una Europa fuerte y unida, tampoco a un mundo global y su bienestar intrínseco.

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