Vacunación, los prejuicios atacan de nuevo

Representa uno de los mayores logros de la historia de la Humanidad, comparable a la instauración de medidas de higiene, y sin embargo

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La vacunación representa uno de los logros más importantes de la Humanidad, comparable al que supuso la instauración de las medidas de higiene, tanto a escala individual como social. Las vacunas contra la difteria, poliomielitis, tos ferina, sarampión, parotiditis, rubeola, gripe, hepatitis y algunos tipos de meningitis, neumonía y diarrea, han salvado más vidas que los antibióticos. Y, en conjunto, la disponibilidad de vacunas y antibióticos, sin desdeñar otros importantes avances médicos y sociales, han hecho caer los índices de natalidad en las sociedades occidentales. La baja natalidad está vinculada a la confortable tranquilidad de que los hijos sobrevivirán a enfermedades ahora banales, otrora, no hace de ello tanto tiempo, mortales. Hay una evidente relación entre los índices de natalidad y la mortalidad infantil.

Esta relación es obvia no solo entre países con distintos estándares de desarrollo socioeconómico, sino entre diferentes épocas dentro de una misma comunidad.

Durante los años de la Gran Depresión (década de 1930) se notificaron más de 30.000 casos de difteria en Estados Unidos. Aproximadamente el 10% de quienes contraían difteria fallecían por la formación de membranas grisáceas en los conductos respiratorios que derivaban en colapso. Por suerte, en los países occidentales la difteria prácticamente ha desaparecido. Sin embargo, durante el caótico desmembramiento de la ex Unión Soviética en la década de 1990 se interrumpieron muchas campañas de vacunación, notificándose más de 100.000 casos con más de 5.000 fallecimientos.

La viruela fue la primera, y hasta ahora la única enfermedad infecciosa que la Organización Mundial de la Salud considera erradicada. Se conservan virus viables en unos pocos laboratorios de alta seguridad en Estados Unidos y Rusia. El virus causante de la viruela se cataloga como potencial arma biológica.

Ha pasado la época de aquellos rostros «marcados» por la viruela. Entre quienes sobrevivieron a la difteria, pero llevaron su marca de por vida se hallaba el primer presidente de Estados Unidos, George Washington, quien había nacido en 1732, pocos años antes de la epidemia de difteria que asoló la costa oriental de Estados Unidos. Durante su infancia padeció viruela (como queda reflejado en todos los cuadros de la época), probablemente también la malaria (entonces endémica en los humedales de los grandes ríos que desembocan en el océano Atlántico). No se tiene constancia de que hubiese contraído la gripe durante la epidemia del bienio 1788-1790, que fue conocida como The Washington Influenzae. De hecho, el cambio de capital de Estados Unidos, de Filadelfia a Washington tuvo mucho que ver con insania de la primera capital de la federación. Filadelfia padeció una grave epidemia de fiebre amarilla que determinó que muchos miembros del gobierno y embajadores de países extranjeros se negaran a vivir allí. George Washington ordenó la vacunación de todo su ejército en 1777, un año después de la Declaración de Independencia debido a que las bajas causadas por la viruela superaban a las causadas por la Guerra Civil.

Franklin, sólido partidario de la inoculación

Cuando mencionamos la viruela es obligado recordar la triste historia de Benjamin Franklin, un sólido partidario de la vacunación (entonces inmunización «sensu stricto») contra la viruela.

Las primeras inoculaciones de vacunas distaban de ser seguras. Pero, aun así, muchos prohombres de la época dieron ejemplo inmunizándose a sí mismos, entre otros John Adams y Thomas Jefferson; así como el mencionado Benjamín Franklin, prestigioso científico, político y humanista. Sin embargo, la oposición más radical la encontró en su propia familia: su hermano, James Franklin,era contrario a la vacunación por motivos de fundamentalismo religioso, considerando una aberración inyectar gérmenes en un cuerpo creado por Dios. En aquella época la inmunización contra la viruela consistía en abrir una herida e insertar pus fresco o restos de costra bajo la piel de la persona sana (no infectada). Estos materiales (pus, costra) contienen variola, el virus causante de la viruela; práctica ya habitual en Oriente y el Imperio Otomano. Con este proceder se desencadenaba una infección, normalmente leve, que otorgaba inmunidad de por vida. En algunos casos la persona inmunizada sufría una infección grave que podía llegar a ser mortal.

Benjamin Franklin comenzó a promocionar la inoculación desde las páginas del periódico que fundó, «The Pennsylvania Gazette». En una de las noticias daba cuenta del éxito de la inmunización de 72 ciudadanos de Boston, Massachusetts, de los que «solo» hubo dos fallecimientos.

Con la colaboración de varios médicos, entre ellos el británico William Herberden, fundó el Pennsylvania Hospital y la Society for Inoculating the Poor Gratis, una fundación para hacer accesible la vacuna a los colonos pobres, quienes, de otro modo, no podrían adquirirla.

Benjamin Franklin tuvo dos hijos, el más joven, Francis Folger, había nacido en 1732. La vida fue cruel, falleciendo de viruela a los cuatro años de edad.

Los opositores a la inmunización abonaron la maledicencia de que Franky (como se le llamaba cariñosamente) había fallecido tras la inmunización. Su padre, Benjamin Franklin, se defendió enojado y herido en lo más hondo, afirmando que la muerte de su hijo fue consecuencia de un proceso diarreico, y reafirmándose en las ventajas de la inmunización contra la viruela.

La práctica inicial de la inoculación fue reemplazada por el método más seguro de la vacunación, en el que se usan virus atenuados. Este método fue desarrollado por el médico británico Edward Jenner en el año 1776, tras observar que las lecheras que ordeñaban vacas, contraían una forma leve de infección, logrando así protección contra las formas mortales de viruela. La vacuna de Jenner se convirtió pronto en el método estándar para prevenir la infección por viruela.

En 1801, Thomas Jefferson hizo de la vacunación contra la viruela una de las prioridades nacionales en materia de Salud Pública. Dos años después, dosis de vacuna formaban parte del equipaje de la expedición dirigida por Meriwether Lewis y William Clark para descubrir, estudiar y cartografiar las tierras del oeste norteamericano, con el fin último de construir una línea de ferrocarril que uniese las dos costas del país.

Benjamin Franklin falleció en 1790, seis años antes de que Jenner diera a conocer su descubrimiento; y 190 años antes de que la Organización Mundial de la Salud anunciara la erradicación de la viruela en todo el planeta.

En su autobiografía, Benjamin Franklin rememora con profunda amargura la pérdida de su pequeño hijo, Franky, en el año 1736: «Lamenté amargamente, y todavía me lamento, de no haberlo inoculado [a su hijo]». [Hago esta alusión para llamar la atención de los padres que omiten esta práctica, pues nunca se perdonarían si un niño muere por esta causa, mi ejemplo muestra que el lamento puede ser una de las alternativas, la otra, elegir la opción más segura].

Las campañas de vacunación sufrieron un grave revés a partir de un artículo publicado en la prestigiosa revista médica británica The Lancet en 1998, firmado por el Dr. Wakefield. El artículo relacionaba vacunación con autismo en los niños, afirmándose que la vacuna «triple vírica» (contra sarampión, parotiditis y rubéola) podía no ser segura. Doce años después de la publicación, la dirección de la revista realizaba palinodia de la publicación, declarando que el Dr. Wakefield había actuado con ausencia de probidad y con evidente conflicto de intereses. El Dr. Wakefield, quien tiene prohibido el ejercicio de su profesión en Reino Unido, recomendaba el uso de vacunas mono-componentes en lugar de asociar las tres vacunas en un único preparado (la denominada «triple vírica»). De hecho se hallaba vinculado a una empresa farmacéutica que pretendía comercializar las vacunas mono-componentes cuyo éxito comercial dependía del desprestigio de la «triple vírica». Todavía peor: para llevar a cabo su estudio los niños habían sido sometidos a técnicas traumáticas innecesarias, tales como punciones lumbares y colonoscopias sin haber solicitado autorización de Comité Ético alguno.

Sin embargo, el daño causado por dicha publicación no terminó con el reconocimiento del yerro por parte de la publicación. Diversas asociaciones de padres reivindican su derecho a no vacunar a sus hijos arguyendo los bajos riesgos de contagio. Hay que tener en cuenta, no obstante, que si la probabilidad de contagio es hoy día muy baja se debe precisamente a las campañas de vacunación generalizada. Hay grupos que argumentan motivos filosóficos, religiosos o técnicos (riesgo de autismo nunca demostrado, o la presencia de algún compuesto mercurial en la formulación de los preparados). Las únicas razones para no administrar vacunas son de tipo médico: alergia a algún componente de la preparación o grave compromiso inmunológico.

Por ejemplo, en Estados Unidos, antes de la entrada en vigor de la Vaccines for Children Program, era más común encontrar niños sin vacunar entre los hijos de las familias pobres. En la actualidad, los niños sin vacunar (o con el calendario de vacunación incompleto) son más habituales entre padres de clase media o alta, en gran parte por objeción de conciencia de los padres o tutores.

Un problema reciente en España es la polémica con la vacunación contra el virus varicela-zóster. Cuando una persona contrae varicela el cuadro infeccioso que se desarrolla es, de sólito, leve y auto-limitado. Pero el virus no se elimina del organismo con la resolución del proceso infeccioso. Antes al contrario, el virus permanece latente en el tejido nervioso, pudiendo reactivarse en la edad adulta en forma de un síndrome dermatológico muy doloroso (herpes zóster).

La vacuna contra la varicela fue desarrollada por un científico japonés, Michiaki Takahashi, quien tras investigar en vacunas contra el sarampión y la poliomielitis, derivó sus investigaciones hacia la varicela. Tuvo que ver en ello la experiencia personal que describió en una entrevista en el periódico The Financial Times del siguiente modo: …mi hijo desarrolló una erupción cutánea que rápidamente se extendió al resto del cuerpo. Los síntomas progresaron de modo vertiginoso y la situación se tornó muy grave. La fiebre aumento de modo extraordinario y comenzó a respirar con dificultad. Se hallaba en una situación terrible. Mi esposa y yo lo vigilábamos día y noche. No podíamos dormir. Parecía tan enfermo que recuerdo aquellos amargos días como si lo estuviese reviviendo.

A partir del año 1972, Japón y otros países iniciaron extensos programas de vacunación contra la varicela. A partir de 1995, la vacunación contra la varicela se incluyó en Estados Unidos. En un principio se administraba una única dosis, demostrándose pronto que era necesaria una segunda dosis para una protección total. La infección por varicela zóster es residual cuando se aplican programas de vacunación durante la infancia, consiguiéndose además reducir el número de hospitalizaciones y la mortalidad asociada que, no por muy escasa, puede llegar a ser muy grave.

Los abajo firmantes creemos fundamental revalorizar la vacunación como una de las más excelentes prácticas de Salud Pública. Y así mismo consideramos de vital importancia que los criterios acerca de los programas de vacunación sean lo más exhaustivos e inclusivos posibles. La Salud, así escrita con mayúsculas, es un aspecto prioritario de las sociedades avanzadas, un estándar fundamental para determinar su grado de desarrollo y una de las principales garantías para su enriquecimiento económico, social y ético.

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**El doctor José Manuel López Tricas es farmacéutico especialista Farmacia Hospitalaria.

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