El Papa Francisco, durante la vigilia esta noche de sábado por el Jubileo de la Espiritualidad de la Misericordia, en homenaje a san Juan Pablo II
El Papa Francisco, durante la vigilia esta noche de sábado por el Jubileo de la Espiritualidad de la Misericordia, en homenaje a san Juan Pablo II - REUTERS

El Papa preside el Jubileo de la Misericordia en el aniversario del fallecimiento de Juan Pablo II

Invita a todas las diócesis a crear una casa de acogida como recuerdo del Año Santo de la Misericordia

Corresponsal en El Vaticano Actualizado: Guardar
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Justo al anochecer del sábado, casi a la misma hora del fallecimiento de san Juan Pablo II el 2 de abril del 2005, el Papa Francisco recordaba su memoria en la vigilia de oración del Jubileo de la Espiritualidad de la Misericordia en la plaza de San Pedro, que ha convocado precisamente estos dos días para hacerlo coincidir con el Domingo de la Divina Misericordia.

El Santo Padre afirmó que esta fiesta, “tan deseada por san Juan Pablo II para hacer realidad una petición de Santa Faustina Kowalska”, ayuda a todos los cristianos a redescubrir la ternura -“una palabra casi olvidada”- de Dios Padre, para transmitirla, a su vez, a los demás.

Ante varias decenas de miles de fieles, Francisco afirmó que “Dios se ha revelado, ha manifestado muchas veces su nombre, y este nombre es ‘misericordioso’.

Tanto, que es difícil describirlo”.

Para explicar a los peregrinos la hondura de ese amor, el Santo Padre recurrió a un pasaje del profeta Oseas sobre las caricias de un padre, haciendo notar que “esa imagen es muy expresiva: Dios nos toma a cada uno de nosotros y nos alza hasta sus mejillas. Cuánta ternura contiene y cuanto amor manifiesta”.

En varios momentos de su homilía, el Papa subrayó el extraordinario esfuerzo de Dios por acercarse a los seres humanos encarnándose en Jesucristo, “que trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre”.

A diferencia de otros encuentros jubilares ya celebrados para grupos muy específicos como el personal de los santuarios, los religiosos o la Curia vaticana, el Jubileo de la Espiritualidad de la Misericordia reunía en la plaza de San Pedro a personas de todo tipo –jóvenes y ancianos, familias, deportistas conocidos e incluso personas sin techo- que comparten esa devoción, promovida por santa Faustina Kowalska y extendida por san Juan Pablo II.

El signo visible más común era la imagen de Jesucristo realizada según las indicaciones de la santa polaca, con los dos rayos blanco y rojo, y la leyenda “Jesús, en ti confío”.

En esa línea, el Papa afirmó que “en Jesús no sólo podemos tocar la misericordia del Padre, sino que somos impulsados a convertirnos nosotros mismos en instrumentos de su misericordia”, reconociendo al mismo tiempo que “puede ser fácil hablar de misericordia, mientras que es más difícil llegar a ser testigos de esa misericordia en lo concreto”.

Como propuesta concreta, Francisco sugirió, al margen del texto escrito, la posibilidad de que cada diócesis construya un centro de ayuda a personas necesitadas como recuerdo de este Año Santo de la Misericordia.

“Es una idea que me han comentado”, dijo, “y creo que sería muy bonito que en cada diócesis se levante alguna obra: un hospital, una casa para ancianos, una escuela, un centro de acogida a personas que están superando la dependencia de drogas…”. Lo presentó en tono muy informal, invitando a los fieles a pensar y a hablar con el respectivo obispo cuando vuelvan a sus países.

Una y otra vez invitaba a no limitarse a disfrutar de la serenidad que infunde ser consciente de la misericordia de Dios, sino a los demás, de modo visible y practico.

Afirmó que la misericordia de Dios “se nos muestra como cercanía y ternura, pero en virtud de ello también como compasión y comunicación, como consolación y perdón. Quién más la recibe, más está llamado a ofrecerla, a comunicarla; no se puede tener escondida ni retenida sólo para sí mismo”.

El Santo Padre celebrará este domingo por la mañana, también en la plaza de San Pedro, la misa conclusiva del Jubileo de la Espiritualidad de la Misericordia.

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