Isla de Valdecañas

Valdecañas, el paraíso extremeño amenazado por el derribo: «Si lo tiran, esto volverá a ser un basurero»

A pocos meses de que la Justicia dictamine si el complejo de lujo Marina Isla de Valdecañas debe demolerse, el vecino pueblo de El Gordo no quiere decir adiós a una de sus principales fuentes de empleo

La zona de piscinas y playa en la isla de Valdecañas Isabel Permuy

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Hay una pequeña iglesia en El Gordo (Cáceres) a la que cada domingo contribuyen algunas de las mayores fortunas del país. El cura, con lo recolectado en el cepillo, ha podido restaurar el edificio del siglo XV de un pueblo que no llega a los 400 habitantes. Su secreto: ser la iglesia más cercana al resort extremeño de lujo Marina Isla de Valdecañas , un «paraíso» con 180 villas y playa artificial que hace más de una década logró atraer el interés de los Aznar-Botella, Beltrán Gómez-Acebo o Jaime López Ibor, entre otros. Para los vecinos del pueblo, la restauración de la iglesia es solo un ejemplo de cómo ha beneficiado a la comarca, azotada por la despoblación. «Vienen todos a misa y siempre dejan algo. La iglesia ha quedado preciosa», comenta José Bravo, que regenta el bar Oasis, justo delante. Pero la demolición planea sobre el exclusivo complejo . Está construido dentro de la Red Natura 2000.

La isla

Esta semana, una sentencia del Tribunal Constitucional ha devuelto a la actualidad el polémico resort. La urbanización -proyectada con 360 villas, dos hoteles de 4 y 5 estrellas, zona de piscinas y una playa artificial con arena de mar, además de puerto deportivo y un campo de golf- se ubicó en una Zona de Especial Protección de Aves, con el beneplácito de la Junta de Extremadura, entonces con Juan Carlos Rodríguez Ibarra al frente. Pero tras la denuncia de dos grupos ecologistas, fue declarada ilegal por la justicia. La construcción se paralizó a la mitad y ahora su demolición está pendiente de una sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Extremadura que determine si la isla debe volver a su estado «natural» o si ejecutar esta decisión causaría más perjuicio que beneficio.

Casas en Isla de Valdecañas Isabel Permuy

En el pueblo de El Gordo no importa a quién se pregunte. Todos lo tienen claro. «Me parece absurdo y surrealista que lo tiren», opina José Vidal, famacéutico del pueblo. «Que lo sancionen con una multa, pero que no lo tiren», pide. En el bar, según van pasando las horas y los vinos, también se caldean los ánimos. «Si en Cataluña queman Barcelona porque no les gusta una sentencia, nosotros vamos a quemar Mérida », se llega a escuchar.

Evitar la despoblación

La principal preocupación son los puestos de trabajo. «La demolición no afectará solo a El Gordo, sino a todo Jaráiz-Navalmoral», dice la alcaldesa del pueblo, Silvia Sarro, que cifra en unos 60 empleos directos los generados en los núcleos aledaños, aunque el impacto real es difícil de medir. «Derribarlo sería peor y no va a quedar igual», corrobora el primer edil de Berrocalejo, Ángel Pedro Martínez. El complejo genera empleo y riqueza en ambos pueblos. También recaudan el IBI de la isla, al estar en parte de sus términos municipales. Unos 6.200 euros anuales en caso del Berrocalejo y algo más en el caso de El Gordo. Hoy para los dos alcaldes queda lejana la demolición del complejo.

La construcción del hotel de cinco estrellas, frente a la playa, quedó paralizada Isabel Permuy

«Yo llevo trabajando aquí diez años», explica Eduardo Maestre, limpiador de las instalaciones. El treintañero defiende que gracias a la actividad de la isla puede sobrevivir en la zona. «Esto es vida para nosotros» . Y, además, niega que el lugar esté cerrado al pueblo: «A la playa y al chiringuito puede venir quien quiera». Lo mismo opina Francisco, cristalero. «El 90% de mi negocio está aquí». Si cierra el complejo, se trasladará a Madrid.

Tras la primera sentencia, de 2011, la actividad en la isla decayó y una parte se encuentra ya en estado de deterioro. Algunos de los primeros propietarios han vendido -o lo intentan-; y otros aplazan las inversiones. Y si en su época de alcaldesa Ana Botella, acudía y compraba asiduamente en la tienda de cárnicas Dibe, en El Gordo, «ahora viene menos», reconoce Raúl Sánchez, de 38 años y dueño de la empresa con 180 trabajadores. El cierre de la isla, en su caso, podría llegar a afectar a cinco o seis empleos.

«De aquí no nos echa nadie»

La urbanización está poco concurrida un viernes a mediodía. Los chalés de lujo empiezan a llenarse a partir de las ocho de la tarde, después de que sus dueños salgan del trabajos en la ciudad, recojan a los niños y pongan rumbo al complejo, apunta una pareja de propietarios. ¿Hay miedo a perder la casa? «Mira cómo tiemblo», dice el hombre, con pulso firme. Porque quien tiene una casa, explica, lucha «con todo» por ella . «De aquí no nos echa nadie», asegura antes de acelerar el coche y salir de la urbanización.

«Los propietarios han hecho un pacto para no hablar con los medios », explica una joven, amiga de otros usuarios. Mientras, en el pueblo todos quieren defender la isla. También desde el ámbito medioambiental, el más polémico. Porque hoy todos recuerdan el lugar hace 20 años , y la palabra que más se repite es «basurero». Según cuentan, solo se iba a la isla por tres motivos: hacer botellón, hacer una montería ilegal y deshacerse de la lavadora. «Más protegido que ahora no va a aestar nunca», dice Maestre. Según el alcalde del Berrocalejo, ahora hay más aves que hace dos décadas: la zona está vigilada, no se caza y gracias a ello la fauna ha proliferado, aunque no hay un informe que lo acredite.

Entre los trabajadores del hotel que sí llegó a terminarse, el Vincci Valdecañas Golf de 4 estrellas, h a dejado de preocupar ya la sentencia para la que deberían quedar apenas unos meses. Llevan años con el monotema. «No creo que vayan a hacer nada. Si lo tiran esto volvería a ser un basurero», explica uno de los camareros. En realidad, hoy nadie en la zona se hace a la idea de que la Marina Isla de Valdecañas pueda desaparecer. «No creo que la Junta vaya a soltar el 20% del presupuesto en indemnizar a cuatro ricos de Madrid», dice uno de los usuarios de la marina. «Lo malo es que esto ya se queda en el limbo».

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