El Escuadrón de las Muertas Vivientes, las chicas que murieron por pintar relojes radioactivos

Decenas de mujeres desarrollaron enfermedades terribles tras manipular radio sin protección

Pintoras de esferas en una fábrica Wikimedia Commons

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Era la fiebre del radio . Marie y Pierre Curie lo habían descubierto cerca de dos décadas atrás, a finales del siglo XIX, y el elemento se consideraba casi milagroso . Todo llevaba radio, o eso decían los anuncios, desde píldoras y vendajes, o dentífricos y maquillaje, hasta jarras de agua. Y los relojes no podían ser menos. Comenzaron a pintarse sus esferas con una mezcla que lograba que sus números brillaran en la oscuridad .

En esta industria entraron a trabajar cientos de chicas. Era un empleo bien pagado, estable y hasta glamuroso. Las mujeres que trabajaban pintando las esferas eran consideradas artistas y un aura especial las envolvía… porque resplandecían en la oscuridad. Literalmente. El polvo radioactivo se posaba en su ropa, en su pelo, en su piel. Su labor consistía en chupar un pequeño pincel para afinarlo, mojarlo en la pintura compuesta con radio , y pintar. Y vuelta a empezar. Una técnica que solo se utilizaba en Estados Unidos, donde nadie les advirtió de que podía ser peligroso.

En los años 20, algunas chicas comenzaron a sentirse mal. Fue el inicio de una dura lucha contra la enfermedad, contra la empresa, contra la desinformación y contra las leyes del momento. También fue una batalla por el futuro de las demás trabajadoras, que ahora rememora detalladamente Kate Moore en el libro «Las chicas del radio» ( Editorial Capitán Swing ), en donde ha documentado la historia real de estas mujeres.

Una pintora en la fábrica

Al principio, los síntomas que tenían no parecían estar relacionados con el trabajo. Algunas se sentían cansadas, a otras les comenzó a salir acné y otras empezaron a tener un dolor intenso en la mandíbula . Mollie Maggia fue la primera en sufrir los peores síntomas de la intoxicación por radio. En 1921 le quitaron la primera pieza dental tras quejarse de molestias en la boca, pero la herida no cicatrizó y los dolores no se fueron. Le quitaron más dientes, pero solo empeoraba, la infección no remitía y las heridas quedaban abiertas en úlceras supurantes. Maggia empezó a padecer otras enfermedades: le dolían la cadera y los pies, y los médicos pensaron que era reuma. Para entonces los dientes se le caían solos. Al poco estaba casi coja. En una de sus visitas al dentista, este vio con horror durante el reconocimiento cómo «a pesar de la suavidad del toque, el hueso de la mandíbula se rompía bajo sus dedos », cuenta Moore en el libro. Casi un año después de haber tenido los primeros síntomas, Mollie Maggia murió.

Los síntomas y el desenlace se repetiría después con otras muchas de las pintoras de esferas . El mal de la boca acabaría conociéndose como «la mandíbula del radio». Otras veces, el lugar del dolor cambiaba. Era en la garganta, en el brazo, la espalda, una pierna... otras chicas tenían anemia y más adelante les saldrían carcinomas. Ante la avalancha de casos, los médicos empezaron a sospechar que podía tratarse de un mal relacionado con su trabajo, pero la empresa, la United States Radium Corporation, apaciguaba a las trabajadoras. No había ningún peligro.

Las «muertas vivientes»

En 1925 llegaba por primera vez a la empresa una demanda relacionada con la salud de sus empleadas. El problema era demostrar que la radioactividad estaba matando a las chicas, aunque para ese año los médicos estaban convencidos de que el radio se acumulaba en los huesos . Su naturaleza química era similar a la del calcio, así que cuando entraba en el organismo a través de la boca, este tendía a asimilarlo y fijarlo en los huesos. Pero la única forma de demostrarlo era extraer el radio de los huesos después de pulverizarlos. Dos años después de comenzar el proceso legal, exhumaron a Mollie Maggia. Sus hermanas, que habían trabajado en la misma fábrica y también habían enfermado, solo podían jugar con lo que revelara el cuerpo de Mollie. Fue cuando descubrieron que hasta el interior del ataúd brillaba y cada uno de sus tejidos dio muestras de radioactividad.

Durante varios lustros, las pintoras de esferas lucharon contra los plazos de prescripción de las leyes norteamericanas, también contra los escasos estudios que había sobre los efectos de la radiactividad en el cuerpo, y las formas de detectarlo. Estaban sentenciadas a muerte, pero decidieron dar batalla en los tribunales y en la prensa. Se modificaron las leyes de enfermedad laboral por envenenamiento y en 1931 la FDA declaró ilegales las medicinas con radio. A ellas las apodaron «el Escuadrón de las Muertas Vivientes». Tras innumerables dilaciones, recursos y apelaciones, y con el tiempo corriendo en su contra porque iban muriendo una a una, trece años después de la primera demanda, en 1938, un tribunal declaraba a la empresa responsable de la salud de sus empleados.

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