Cuestión disputada

Cuando algunos hablan de diaconado femenino, están hablando de sacerdocio. Para dar paso al diaconado femenino antes hay que aclarar la naturaleza del diaconado y su relación con el sacerdocio y el episcopado.

En el año 2002, la Comisión Teológica Internacional aprobó el documento «Diaconado: Evolución y perspectivas». Intervinieron en su redacción, entre otros, Santiago del Cura, Gerhard Müller y Luis Antonio G. Tagle —ojo al dato de estos dos últimos cardenales— . Abordaba la cuestión de la sacramentalidad del diaconado —si es sacramento y qué entendemos ahí por sacramento—, es decir, el sentido de su carácter sacramental. Concluyó que «las diaconisas de las que se hace mención en la Tradición de la Iglesia antigua no son pura y simplemente asimilables a los diáconos» y «que la unidad del sacramento del Orden está fuertemente subrayada por la tradición; corresponderá al ministerio de discernimiento que el Señor ha establecido en su Iglesia pronunciarse con autoridad sobre la cuestión».

El Papa Francisco nombra una comisión de estudio. Comisiones nombró también Pablo VI, como la de la «Humanae vitae», y ya sabemos cómo acabó. Se puede montar una comisión para ir preparando el terreno, para hacer pedagogía, para analizar la respuesta, para dilatar y satisfacer a algunos, entre otras intenciones. Depende también de los miembros.

Podrá estar el «sabio profesor» al que se ha referido el Papa y también el ya citado cardenal Gerhard Müller, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la fe, con su libro «La mujer en la Iglesia. Especificidad y corresponsabilidad» (Encuentro 2001). Y con sus declaraciones recientes en las que recuerda que san Juan Pablo II, en la «Ordinatio sacerdotalis» de 1994, «reforzó con el plural mayestático “declaramos”, que es doctrina definitiva enseñada infaliblemente por el magisterio ordinario universal que la Iglesia no tiene autoridad para admitir las mujeres al sacerdocio».