China vuelve al trabajo tras las vacaciones alargadas por el coronavirus, pero no a la normalidad

Las ciudades, a medio gas porque los empleados pueden trabajar desde sus casas para evitar los riesgos de contagio y que la epidemia siga extendiéndose

Metro de Shanghái este lunes AFP
Pablo M. Díez

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Tras las vacaciones del año nuevo lunar, alargadas diez días por la epidemia del coronavirus, China ha vuelto este lunes al trabajo . Pero no a la normalidad . El miedo cunde por todo el país porque todavía no se ha controlado la enfermedad, que en solo tres semanas ha superado al SARS al provocar más de 1.000 muertos y 42.638 contagiados, de los que unos 6.500 están graves. De hecho, el domingo se registró un nuevo récord diario de fallecimientos (97) y volvieron a subir los casos confirmados. Ambos aumentos alejan la esperanza de alcanzar pronto el pico de la epidemia, el ansiado punto de inflexión a partir del cual empezaría a bajar.

Otra novedad preocupante es que el doctor Zhong Nanshan, héroe contra el SARS y principal asesor médico del Gobierno, sospecha que el periodo de incubación del virus podría ser de hasta 24 días , diez más de lo que hasta ahora se pensaba y del plazo fijado para las cuarentenas. Un problema añadido para atajar la propagación de la epidemia porque el virus puede transmitirse en ese periodo e incluso aunque su portador no presente síntomas, lo que dificulta su detección.

Con estos temores en la cabeza, los chinos han tenido que volver al tajo en las grandes ciudades como Pekín o Shanghái, pero la actividad y el bullicio distan mucho de lo habitual . Para evitar el riesgo de contagios, las empresas están permitiendo que los empleados trabajen desde casa siempre que sea posible. «Hasta la próxima semana, no hace falta que vayamos a la oficina mientras trabajemos a través de internet y llamemos a nuestros clientes desde nuestros domicilios», explica Felix Li, contable de una multinacional china, quien se muestra muy asustado por la enfermedad. Para demostrar a su empresa que no la ha contraído, debe notificar su temperatura dos veces al día, ya que la fiebre es uno de sus síntomas.

Debido a esta reincorporación gradual de los empleados, el metro y los autobuses de Shanghái seguían este lunes con muy pocos pasajeros. Aunque por las calles circulaban más coches que en días anteriores, la mayoría de comercios y restaurantes continuaban cerrados. Y los que ya han abierto, como la peluquería de Rui Rui, cuentan sus clientes con los dedos de una mano . «Volví la semana pasada de mi pueblo en la provincia sureña de Sichuan, donde también ha habido contagios, y ahora tomamos todas las precauciones», dice tras un máscara mientras uno de sus empleados le corta el pelo a un niño.

Dentro de la nueva normalidad que el coronavirus ha traído a China, todos se cubren el rostro . Hasta el perrito que un jubilado pasea por la calle y el viejo trapero que, a duras penas, arrastra un carrito lleno de cartones, quien se la pone inmediatamente cuando nos ve haciéndole fotos. Por ley, llevar máscaras es obligatorio en los lugares públicos. Pero algunos, por no tenerlas o por pereza, salen a la calle sin ellas cuando bajan en pijama a las tiendas a comprar algo rápidamente, tapándose la nariz y la boca solo con la mano.

Controles obligatorios

A las puertas de todos los edificios se acumulan los paquetes enviados a domicilio, ya que los repartidores tienen prohibida la entrada. Al igual que ellos, los visitantes tampoco pueden entrar a ver a sus amigos y los vecinos, cada vez que vuelven a su casa, deben someterse a controles de temperatura . Presentes en cada barrio, los comités populares se aseguran de que todos los vecinos están controlados y, si alguno ha regresado de viaje, debe notificarlo. Especialmente si en el último mes ha pasado por Wuhan y la provincia de Hubei, epicentro de la epidemia.

Además de gestionar el reparto de cinco máscaras por cada hogar , representantes de los comités vecinales van casa por casa comprobando la salud de sus ocupantes y cubren con plásticos los botones de los ascensores para que no se quede allí el virus. Pero no pueden erradicar todavía el miedo a una epidemia que sigue extendiéndose y cuyo final no se vislumbra.

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