Anorexia

Con anorexia toda la vida: «No recuerdo mi peor momento porque estaba ocupada muriéndome»

A sus 22 años, Nerea Lorenzo traza con gallardía su relación con el trastorno alimentario compulsivo

Nerea Lorenzo posa en el madrileño parque de la Quinta de los Molinos FOTOS: GUILLERMO NAVARRO
Érika Montañés

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Nerea Lorenzo (Torrejón de Ardoz, 1996) tiene miedo a una croqueta. Y se siente cobarde. Pero no sufre cuando tiene que idear poemas hermosos, estudiar los exámenes finales de Psicología, o ensoñar una futura maternidad. Y, por encima de todo, es valiente para hablar. Para contarle al mundo, a través de su tercer libro, titulado «Amárrame» (Editorial Lo que no existe), que empezó a oír una voz interior que le hablaba de comida a los cinco años, que a partir de los 12 le decía que no lo hiciese y empezó a restringir gradualmente los alimentos necesarios para su desarrollo y que a los 15 fue diagnosticada de TAC (trastorno alimentario compulsivo). Antes, había padecido «depresión infantil».

¿Cuál ha sido tu peor momento en estos siete años de trastorno? La pregunta, en un soleado día en Madrid cae como una losa en las horas previas a la presentación de su libro. «No recuerdo el peor momento, porque estaba ocupada muriéndome. Me ingresaron por orden judicial, porque yo era mayor de edad, estaba inconsciente, pesaba 32 kilos, no recuerdo nada, ni los paseos por los hospitales de Madrid y que no me daban cama, porque los TAC no somos casos graves, ni que me sondasen en el Hospital de Torrejón, ni mi paso por el Hospital de San Juan de Dios , ni que mi abuela fuese a verme... no me acuerdo. Mis padres siempre me lo dicen, estuviste a punto de morir y ni lo recuerdo». Fue hace solo dos años, en 2017, y ella tenía 20.

Ahora ronda los 40 kilos. Lo sabe, por cómo le encaja la ropa y porque, aunque huye fervientemente de básculas y espejos, solo le permiten hacer yoga y pilates cuando supera la barrera de los 40 kilogramos, así que por deducción sabe que está mejor. Ahora se alimenta de «mucha verdura y fruta», y no se permite un dulce, un rebozado, una patata frita... Nerea es así. Ha logrado dar carta de naturalidad a un trastorno alimenticio con el que lleva conviviendo toda una vida, y que provocó que su desarrollo se estancase a los 1,52 metros de estatura, que sufra osteopenia (la fase anterior a la osteoporosis), epilepsia... «Tengo algunas secuelas y trastornos paralelos a la anorexia, pero cuando me dan un mal diagnóstico, me asusto dos semanas, y vuelta a empezar».

«Sueño con ser madre algún día, pero hoy es un imposible, porque no tengo la regla , tengo infrapeso. Pero algún día sí», esboza.

Un puñado de arroz

El sufrimiento de los suyos va parejo. Con la imposición de un menú correctivo, una vez que estuvo ingresada en el Hospital infantil Niño Jesús de Madrid, su madre tuvo que ceñir su gusto por la cocina por el cálculo de las dosis exactas de puré, pasta o arroz. Un puñadito, a lo sumo. «Para mi hermana pequeña, que ama la comida, fue una tortura china ajustarnos a ese menú», agrega. Tiene pensamientos para todos, salvo para ella. Como casi todas las personas con este trastorno, a ella también le han atravesado pensamientos suicidas que nunca ejecutó. «Les he dicho a mis padres: dejadme ir, dejad de intentarlo, no me atrevo a hacerme daño físico, así que me quedaba pasivamente esperando lo que tenga que pasar», hace memoria.

Pese a su edad, cosida asiduamente de arrullos, engatusamiento y petulancia, Nerea no se mira al espejo salvo para estar perfectamente maquillada. «De hombros para arriba, no me pasa nada, me considero una persona normal. De hombros abajo, prefiero no pensarlo». No se observa nunca . Dice que lo que enfermos como ella ven no es una imagen con michelines, como suele mitificarse, no tienen alucinaciones, pero sí una imagen distorsionada de la realidad. Y lo lamenta, porque a su alrededor también comprueba cómo conocidos y amigas suyas acaban cayendo en una relación tóxica con la comida. Como efecto colateral, además, esta enfermedad causa el aislamiento.

Nerea ha escrito un libro donde esa voz interior también encuentra una salida, en esta ocasión para ayudar a los demás. «En mi camino con la anorexia me he sentido sola, incomprendida . Muchas veces no sabes lo que sientes, tienes una emoción que no sabes explicar. En el libro quiero que se vea más allá, que el trastorno no es algo propio de una chica tontita que quiere gustar al niño mono de la clase». Nerea prosigue: «Lo que he conseguido en el libro es dividir mi voz y la voz de la enfermedad, los poemas que escribo se llaman alter ego y hablo a mi amiga por ejemplo como si fuese fácil salir. Sabes que es solo una voz, que no existe, que solo está ahí para fastidiarte y tienes que ser más fuerte que esos pensamientos inventados, que no son reales. Claro, hablarlo es fácil, llevarlo a la práctica es otra cosa», se corrige.

Una sociedad enferma

Tiene algunos reproches, porque la publicidad, la comunicación y la cultura no están ayudando. «Estamos creando una sociedad enferma sin darnos cuenta, pero encima no se= ve como tal, se ve como una sociedad sana porque no se prima la dieta mediterránea, sino lo detox, lo light, lo vegano...Respeto todos los estilos de vida, pero a mí, que vivo al otro lado, me horroriza, me espanta. Todas estas cosas pueden acabar en ingresos, en muertes y en verdaderos problemas de salud».

¿Cuál sería entonces el consejo, como futura psicóloga, que dará a quienes vaya a tratar por un trastorno alimenticio? «De momento, no estoy preparada, sé que nunca voy a estar curada al cien por cien, eso me costó tiempo asumirlo, pero ya lo he aceptado, pero sí tener una relación en que la enfermedad no me domine, que vaya de mi lado, y todavía va un poco por delante. Ahora mismo no sabría qué decirles a las personas con anorexia».

En la primavera entro en pánico, esta época es siempre muy complicada

Lo que sí sabe es que esta es la peor época del mundo para quienes dejan de ver su reflejo real allá por donde caminan. «Me sienta muy mal porque la gente piensa que soy superficial, me enfada muchísimo porque solo lo soy conmigo misma. El cuerpo de los demás me da igual, me interesa su corazón. Pero en la primavera entro en pánico, esta época es siempre muy complicada y partiendo de que lo es para todos, si tienes un trastorno, te descontrola totalmente. Empiezas a pensar en el short, el bikini, todo eso genera una gran ansiedad y es una mezcla de sentimiento. Aveces me he bloquedado y me he quedado en cama una semana entera. Piensas duerme y no sufras, mi cabeza entra en colapso».

Su adicción y talón de Aquiles

«Mi talón de Aquiles de por vida va a ser la comida . Siempre lo comparo con una adicción, como un exfumador cuando ve el cigarro. Haces un trabajo de fuerza de voluntad muy grande para que no te apetezca la comida. Antes salía, veía a la gente comer y me enfadaba. Ahora veo que disfrutan, me gusta y a mí ya no me apetece. El conocimiento no exime del sentimiento, soy muy consciente de mi enfermedad , pero una emoción dentro de mí no me deja comerme una croqueta». Todavía.

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