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El Papa Francisco durante su homilia en el Madison Square Garden - efe

El Papa asegura en Nueva York que «Dios vive en nuestras ciudades»

Los neoyorquinos le aplauden hasta en la homilía del Madison Square Garden

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Después de haber recibido los aplausos entusiastas del Congreso americano y de la Asamblea General de Naciones Unidas, el Papa Francisco recibió sorprendido el viernes los aplausos de los neoyorquinos incluso durante la misa de despedida, celebrada en el Madison Square Garden.

En las homilías no se debe aplaudir, pero el «huracán Francisco» ha cautivado al país de un modo arrollador. Nunca Washington había permanecido paralizada dos días por la visita de una persona, y nunca la acelerada Nueva York se había identificado tanto con un Papa que no para en todo el día, yendo continuamente de un lugar a otro por la «Gran Manzana»: Naciones Unidas, el «Ground Zero» de las Torres Gemelas, una escuela para inmigrantes en Harlem…

En el Madison Square Garden, su «papamóvil» fue un cochecito de golf rigurosamente blanco, en el que recorrió el perímetro interior del famoso estadio cubierto, «lugar emblemático de la ciudad y sede de importantes encuentros deportivos, artísticos y musicales», como les dijo Francisco.

Como siempre, el Santo Padre saludó antes de la misa a algunos enfermos. Un niño de siete u ocho años fue llevado en volandas hasta el Papa, mientras que una niña de dos o tres fue acercada en brazos de su padre. La pequeña llevaba una sonda nasal, y sufre probablemente algún problema grave. En cuanto Francisco le dio un beso con enorme cariño, los padres rompieron a llorar.

Como corresponde a la capital del mundo, el Papa dedicó su homilía a las grandes ciudades «que a veces esconden el rostro de tantos que parecen no tener ciudadanía o son ciudadanos de segunda categoría».

Se refería a «los extranjeros, los hijos de los extranjeros que no logran la escolarización, las personas sin seguro médico, los sin techo, los ancianos solos», que se quedan en los márgenes de nuestras calles «en un anonimato ensordecedor».

Era una fuerte llamada a no olvidar a los últimos, como había hecho en Washington yendo a visitar un refugio de personas sin techo después de su visita al Congreso.

En esas grandes ciudades, los cristianos son «un pueblo que camina, respira, vive entre el ‘smog’, ha visto una gran luz (profeta Isaías) y experimenta un aire de vida».

Aunque había iniciado su homilía con una llamada seria a no olvidar a los más débiles, el mensaje del Papa era positivo y lleno de esperanza, «una esperanza que nos libra de ‘contactos’ vacíos, de los análisis abstractos o de las rutinas sensacionalistas».

Según Francisco, Jesús es el Emmanuel, «el Dios-con-nosotros, el Dios que camina a nuestro lado, que se ha mezclado en nuestras cosas, en nuestras casa, en nuestras ‘ollas’, como le gustaba decir a santa Teresa de Jesús».

Después de recordar la actitud misericordiosa del padre del hijo pródigo, el Papa afirmó en tono consolador que «Dios es nuestro Padre, que camina a nuestro lado, nos libera del anonimato, de una vida sin rostro, vacía, y nos introduce en la cultura del encuentro».

Con mucha fuerza, Francisco aseguró que «Dios vive en nuestras ciudades», y los neoyorquinos no pudieron contenerse: reaccionaron con otro aplauso para confirmar que así es. Lo demostraba la misa en el más famoso estadio cubierto, justo en el centro de la ciudad que representa al mundo.

La eucaristía del viernes era, al mismo tiempo, su despedida de Nueva York, pues el programa de Francisco incluye, a primera hora del sábado, un vuelo a Filadelfia, donde participará el sábado y domingo en el Encuentro Mundial de las Familias, la cita que ha provocado su visita a Cuba y Estados Unidos.

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