Samana Santa
Esperanza azul tras la oración más solemne del Miércoles Santo en El Puerto
Ríos de nazarenos, emoción y oración, mientras el Cristo orante se encaminaba hacia su prendimiento, seguido por el palio marinero de la Esperanza

Donde todo fue azul, intensamente azul. Como dicta la tradición del Miércoles Santo, y como el río de nazarenos que inundó cada calle portuense al paso de una de las cofradías más esperadas y sentidas, como es la del Huerto, o el Olivo, como se le conoce.
En el ecuador de la Semana Santa, las cofradías tomaron el pulso a la ciudad y la emoción se intensificó. Cada paso recogió el peso de la tradición y el compromiso con la fe, mientras la música, el incienso y el silencio se entrelazaron en una estampa que marcó estos días grandes. Fue el momento en que todo cobró sentido: lo vivido y lo que aún quedaba por sentir.
El misterio caminó con una majestuosidad que lo convirtió en una obra andante, donde su robustez y su andar, tan característico como el del Olivo, se impusieron con cada paso. Sus zancadas, profundas y firmes, no solo marcaron el ritmo de la Estación de Penitencia, sino que impusieron respeto, como si cada calle se rindiera ante su paso. El misterio se adueñó de la calle, convirtiendo cada marcha en un canto de fuerza y devoción, mientras el eco de su son inigualable resonó en cada esquina.
La oración ante el prendimiento que se avecina, cobijada por esa Esperanza que le acompaña en un palio de arte y de marinería, de anclas y de bambalinas que embelesan por su caminar decidido y artístico. Este año, a los mandos, Antonio Borrego, líder y sensatez que comanda como pocos el sentir cofradiero y costalero.
Cada chicotá, cada movimiento, fue una declaración de poder, de recogimiento y de pasión desbordada, una demostración palpable de lo que significó caminar con la historia y la memoria a cuestas. El Cristo orante se encaminó a su prendimiento junto a los apóstoles que le dieron de lado ante la somnolencia. Ese ensoñamiento no hizo sino despertar aún más los sentimientos de quienes vieron pasar su paso.
En cada giro, en cada leve inclinación del paso, pareció latir el alma de la cofradía. El misterio no fue solo un paso, fue la representación del dolor, la fe y el sacrificio, y su andar inquebrantable dejó huella en el corazón de quien lo contempló. Como si cada marcha hubiera sido un rezo hecho música, el misterio fue el testimonio más firme de la Semana Santa: un caminar hacia lo eterno, una procesión de hombres y de historias que se cruzaron con la fuerza de un destino marcado por el fervor.
A los sones de la Encarnación de San Benito de Sevilla, completó la perfección y el fervor roto con aplausos en cada maniobra que la convierten en un binomio único.
Y mientras la cofradía avanzaba, la calle se convirtió en su altar, y las sombras del silencio se iluminaron con la llama viva de la devoción.
La Esperanza plena se vio encuadrada en un palio marinero y azul, una joya que caminó al compás de su Hijo. Gracia y Esperanza brillaron bajo un palio grandioso y completo, pura obra de arte y exquisito gusto. El Año de la Esperanza 2025, el Jubileo Católico que se celebrará ese año, llevará el lema 'Peregrinos de esperanza'. No será, quizá, la última vez que ambos pasos procesionen juntos; se trabaja en una salida extraordinaria para noviembre, que podría realizarse junto al resto de las hermandades de la ciudad o de forma independiente.
Tras él, como estreno este año, la Banda de Música de la Hermandad de Jesús Nazareno de Rota, que supo acompañar con dulzura, solemnidad y buen hacer cada chicotá, elevando aún más la categoría del conjunto.
Entre los estrenos que presentó este año el Olivo destacaron el incienso propio de la Hermandad y los faldones del paso de palio, realizados por el grupo de camaristas.
Olivo, siempre Olivo. No fue mejor ni peor que el resto, simplemente diferente. Y esa diferenciación le otorgó una luz propia, una que brilló con fuerza y que perdurará en el tiempo, marcando su huella en la historia de la Semana Santa.