De un día para otro

Gaditanos de Bélgica, Holanda y Polonia

Nada más gaditano que tener un apellido vasco, nunca ocho, francés, irlandés o italiano

Leon Griffioen, en una imagen tomada en su efímero paso por el restaurante Lumen. LA VOZ
José Landi

Esta funcionalidad es sólo para registrados

El nacionalismo, el localismo, el sectarismo y el catecismo siempre se curaron viajando. Ojalá. Hasta leyendo la guía telefónica cuando existía. Han dejado de hacerla. El papel en crisis. Ya nadie tiene una libreta como agenda con números por orden alfabético. También desaparecen las cabinas telefónicas. Todo pesa y todo queda pero lo nuestro es penar.

Antes de la enésima mutación de hábitos, bastaba echarle un ojo a la versión provincial de aquellos listines para entender que los lugares afortunados, los de paso, los cruces, los mixtos sin lobos, se alimentan de mestizos, aliños y forasteros como las plantas del sol.

Los que venían de algún sitio. Los que iban. Los que se quedaban. Los que se dejaban algo: un cuadro, un sonido, el ADN, un apellido. Todos formaban la masa madre que sólo sube y agarra en sitios de mar. En lugares sin mucha patria y con muchas patrias. En rincones más vivos, menos ciegos y sordos. Menos enfadados y asustados. Cádiz era uno. Ojalá lo sea todavía. Hay varios en cada país. Puertos por lo común o ciudades fronterizas. Nada más gaditano que un apellido vasco, nunca ocho, francés, irlandés o italiano.

Estrella, el y ella

Si el de la barra era belga. Si los astilleros primeros eran vascos. Si las bodegas nacieron con nombre y clientela inglesa. Si crecimos con bocadillos de gallegos y cántabros. Si en el grupo, antes de WhatsApp, siempre hubo un MacPherson o un Valls, un Müller o un Fedriani, un Scapachini, tiene sentido y poesía que la primera estrella Michelin para un restaurante de la ciudad sea de un holandés. Algunos lo disfrutamos hace 30 años. Primero en Plocia (La Cigüeña, qué revelación), luego en aquel monumento al nepotismo, ahora abandonado, llamado Lumen (el cubo metálico en el parque de Varela). Después en Santa María del Mar. Más tarde en Candelaria, donde aún tiene sucursal. Por fin en San Francisco, en la calle. Arriba, casi en la cumbre. Allí, Leon Griffioen ha ganado media estrella. Algo menos. La otra mitad, algo más, es de Paqui. Uno pone talento en la cocina y la otra, enorme capacidad en la sala, ética y estética, vino y, sobre todo, amabilidad convertida en una de las bellas artes.

Los migrantes y el prefijo

Un dirigente empresarial afirma en Cádiz que sería una lástima ver a polacos -ya pudo buscar a otros- en puestos de trabajo de los astilleros gaditanos. Cierto. Sería doloroso que fuera por falta de formación de los lugareños. Aunque daría igual de dónde fueran si ese es el motivo. Hace unos días salieron 25 plazas de soldadores y sólo se han cubierto 14, dice. Habrá que salir a buscar a los restantes. Una lástima si la formación académica y profesional es incapaz de coger el paso de las empresas. O viceversa. Si demanda y oferta de empleo no saben encontrarse, triste. Faltan camioneros, reparadores de electrodomésticos, albañiles, manos en el campo y en la pesca, médicos, enfermeros, hasta camareros se ha llegado a leer. Por miles. Aquí, donde siempre sobraron, por miles, los parados.

A ver si, además de carencias, severas, en formación hay otras. Algo de salarios del siglo pasado. O algo parecido a un remilgo social, ese que sólo veíamos en lugares que creíamos ricos. Aquello de: ese trabajo no es para mí, que venga quién lo necesite y lo coja. Pasaba en Londres, París o Noruega. En la Italia rica, en Madrid, Cataluña, Navarra, Baleares o País Vasco. Pero ¿aquí? ¿con un porcentaje de paro propio de Burkina Faso? ¿inmigrantes en una tierra de emigrantes?

¿Por qué se van? ¿Por qué vienen?

Algo no encaja. Alguien miente. O yerra. Si tantos lamentan que los gaditanos mejor preparados deben irse para trabajar y aquí echamos de menos a gente preparada, la clave puede estar más allá del entrenamiento académico, profesional y técnico. Además, esos figurados polacos no serían nuevos. Hace más de cinco años que los vecinos de los barrios más cercanos a los astilleros gaditanos ven por sus calles a cientos de personas llegadas del Sudeste de Asia y de varios países del Este de Europa. En El Corte Inglés a veces superan en número a los autóctonos.

La situación ya tiene algún trienio. Es progresiva. Falta saber si es grave, dolorosa, o ambas cosas, según sus causas. Si sólo es chocante o llega a ser indignante. Si esos, digamos, «polacos» vienen porque saben hacer lo que los gaditanos no. O si llegan porque cobran los que los gaditanos no quieren, con una falta de derechos y condiciones que aquí fue superada hace tiempo. Ahí está la clave. En todo caso, aquí los extranjeros siempre fueron bienvenidos. Siempre numerosos. Siempre por motivos de trabajo, empresa, comercio. No habrá ido tan mal cuando tantos que nacen aquí lamentan tener que irse a trabajar lejos. Cuando tantos nacidos lejos quieren pasar por aquí.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación