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Cádiz no tiene hijos

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La natalidad alcanza mínimos históricos en un contexto marcado por la precariedad y la incertidumbre

La natalidad lleva lustros cayendo en la provincia de Cádiz. L.V.

Álvaro Mogollo

Cádiz

Nunca antes nacieron tan pocos bebés. Así lo indican los preocupantes datos a nivel estatal, que prosiguen su caída en picado y en 2022 empeoran las cifras registradas en 2021, año en el que los nacimientos estuvieron marcados por la pandemia y un confinamiento estricto que generó la mayor de las incertidumbres entre la población.

Si en 2002 nacían 10 bebés por cada 1.000 habitantes, dos décadas después esa cifra ha caído en tres recién nacidos, lo que indica a las claras un problema demográfico que ha ido haciéndose más y más acuciante en España, segundo país de Europa con menor natalidad con 336.881 nacimientos durante el último año, solo superado por Malta.

En Andalucía la situación no dista mucho, produciéndose desde la pandemia mayor número de defunciones que de nacimientos en la comunidad autónoma, lo que hace que el perfil de la población sea cada vez más envejecido. En 2021 nacieron en la comunidad 65.650 bebés, 128 más que en 2020. Sin embargo, los últimos datos disponibles, del tercer trimestre del presente ejercicio, señalan que a finales de septiembre habían nacido 47.041 andaluces, 1.548 menos que el año pasado a esas alturas de año.

La provincia de Cádiz corre igual suerte, llegando a finales de septiembre con peores números que los años anteriores. Al final del tercer trimestre habían nacido 6.462 gaditanos, mientras que en la misma fecha del año pasado el acumulado era de 6.583.

Tras la posguerra, el número de hijos fue creciendo paulatinamente y la natalidad a nivel nacional se movía en cifras que doblaban la cantidad total de nacimientos actual, tocando techo en Andalucía en 1964 con 153.833. A partir de ahí, la sociedad fue cambiando y empezó a tener menos hijos, pasando la cifra total a menos de 100.000 a mediados de los años 80.

La vida ha cambiado enormemente desde entonces y el desarrollo de los jóvenes poco o nada tiene que ver con el de entonces. Ahora disponen de una independencia que en otras épocas no era habitual y el acceso a los estudios universitarios ha hecho que buena parte de la juventud esté volcada en su formación hasta mediada la veintena. Además, la planificación familiar ha evolucionado mucho y el conocimiento y acceso a métodos anticonceptivos ha hecho descender el número de embarazos no deseados.

Los bebés de esta generación tienen madres y padres más mayores. l.v.

Por supuesto, en el hecho de tener hijos o no influye de forma crucial la economía, tal y como se puede apreciar en la serie histórica. Es muy representativa esta vicisitud al observar el apogeo del boom inmobiliario en la comunidad autónoma andaluz. Desde 1996, cuando nacieron 77.278 bebés, se experimentó una fuerte subida de la natalidad que tuvo su culmen en 2008 cuando hubo 100.293 alumbramientos. Desde entonces, las cifras no han hecho más que caer en picado hasta mínimos históricos.

Este descenso de las cifras no es casual y sí causal. Son muchos los factores que hacen que la juventud actual tenga menor número de hijos, si es que los tiene. Por encima de todo, la situación económica, que entronca con otras circunstancias muy relevantes. La precariedad laboral hace que muchos jóvenes no tengan en sus planes tener un hijo a la edad a la que sus progenitores dieron ese paso.

La inestabilidad en el trabajo o un salario bajo juegan un papel muy determinante a la hora de que esa decisión se acabe postergando, lo que en la práctica significa que los padres de esta generación sean, por lo general, más mayores que en décadas previas.

Además, los números no solo arrojan un descenso neto en la natalidad, sino que las parejas que deciden ser padres cada vez tienen menos hijos. Por un lado, el miedo a no poder afrontar la tesitura económica, que hace echar el freno a la hora de agrandar la familia, y segundo, que al ser padres y madres con una edad más avanzada, el margen para tener más hijos se estrecha. En el pasado era habitual ver familias con tres y cuatro hijos, hoy día esa es una estampa muy poco habitual.

Deseo y responsabilidad

Jesús Alberto Pérez quiere tener hijos con su pareja, pero su situación laboral le hace tomárselo con calma: «Cuando tú preguntas a la gente que va teniendo hijos, te dicen que eso implica un gasto importante de dinero y lo primero que te preguntas es, si yo tengo un contrato de un año, ¿qué pasa cuando se acabe?».

Es investigador en una universidad pública andaluza, y a sus 30 años le gustaría estabilizarse laboralmente para dar el paso de ser padre y «que no le falte de nada». Algo que también tendría su reflejo en la elección de sus proyectos profesionales: «A lo mejor hay un proyecto más atractivo pero te decantas por otro porque puede ser más prolongado y eso te garantiza ingresos durante más tiempo».

En su campo, casi acabando el doctorado, en algunos casos se les exige pasar un periodo en el extranjero. «Si no sé dónde voy a estar viviendo dentro de seis meses, es difícil dar un paso así con la estabilidad que requiere el tener un hijo».

Los ingresos influyen también en la vivienda, otro de los factores a tener en cuenta. Al disponer de menos capacidad de ahorro, se complica la compra de una casa porque la mayoría de entidades bancarias no financian la totalidad del coste, siendo necesario aportar alrededor de 20% de su valor pagar obtener la hipoteca. Ese hecho va estrechamente relacionado a que la mayoría tenga que vivir de alquiler, que normalmente suele ser más caro que la mensualidad de una hipoteca. Es cierto que esos jóvenes no adquieren una deuda, aunque tampoco la propiedad de una vivienda, pero tienen que destinar mes a mes una mayor parte de sus ingresos a tener una casa en la que vivir, lo que hace que tengan menos dinero para mantener a un hijo.

Precisamente, el tener el primer hijo con mayor edad hace que se limite el número de descendientes que tienen las parejas porque ven que su periodo de fertilidad se acorta y además hay quienes renunciar a tener bebés pasado cierto umbral de edad porque eso supone previsiblemente disfrutar durante menos años a los hijos.

«No hay momento perfecto»

Rubén y Débora son dos jóvenes treintañeros sin hijos que llevan saliendo juntos varios años. Debido a su profesión, producción audiovisual en el caso de él y decoradora de interiores en el de ella, suelen trabajar por proyectos, lo que les hace tener temporadas altas y bajas en cuanto a jornadas laborales y también a ingresos. «Eso te hace perseguir una estabilidad que no siempre tienes y buscar el momento perfecto, pero la realidad es que con el paso del tiempo te das cuenta de que el momento perfecto no existe», afirma Rubén.

«Muchas veces miras a tu alrededor, comparando situaciones, y ahí es donde realmente percibes que para casi nadie existe ese momento ideal en cuanto a estabilidad laboral o económica. Entonces te tienes que preguntar que por qué no dar el paso», agrega Débora, al tiempo que reconocen que quieren tener hijos pero de momento no se ha dado la situación.

No todo el mundo afronta de igual manera la responsabilidad que supone tener un bebé, cuenta Rubén: «En el plano económico, yo soy más echado para adelante, prefiero hacer las cosas sin más, sin prestarle tanta atención a la previsión. Débora es más conservadora en ese aspecto, de esperar a que las circunstancias sean las más positivas».

Elegir no tener hijos, una elección que gana adeptos

Al igual que hay jóvenes, con pareja o solteros, que desean tener hijos pero que no han dado el paso aún por diferentes circunstancias, también están aquellos casos en los que hombres y mujeres deciden libremente no tener descendencia.

Es una decisión que, afirman, no está aún bien vista por la sociedad, que considera egoísta el hecho de que alguien opte por seguir su propio camino sin que les nazca la necesidad de tener hijos. «Puede ser por muy diferentes motivaciones. Hay quien quiere disfrutar su vida tal y como la entiende sin tener que hacerse cargo de una persona, cuidándola desde que nace y guiándola hasta que es adulta. Esto se califica como individualista, pero cada uno puede decidir lo que quiera, al igual que ser padre o madre, y no te hace ni mejor ni peor persona», expresaba una joven en sus redes sociales.

También hay quien toma la determinación de no tener un bebé por convicción, porque no están a gusto con la 'hostilidad' del mundo que habitan y no quieren legar esa herencia a nadie. En esa línea, el convencimiento de vivir en un mundo mucho peor en términos climáticos es otro punto a tener en cuenta. «¿Para qué quieren que un niño venga a este mundo? ¿Para sufrir el cambio climático y la contaminación?», se cuestionaba otra usuaria.

En lo que coinciden la mayoría de estas personas es en rechazar lo que consideran un prejuicio injusto a sus decisiones: «Cada cual tiene sus motivos y hay que respetar a quien elige esta opción».

El apoyo familiar en la crianza, otro aspecto clave

Las familias de las jóvenes parejas son muy importantes a la hora de la conciliación. Abuelos, tíos o hermanos brindan un apoyo que se antoja imprescindible cuando ambos padres trabajan y regresan a sus puestos tras la baja.

Las jornadas laborales se solapan con la crianza y se precisa de una ayuda para cuidar de los bebés o recogerlos cuando salen de la guardería. En la provincia son multitud los jóvenes que emigran para trabajar en otros lugares de España o en el extranjero, lo que supone estar alejados de su núcleo familiar y perder un comodín a la hora de sacar adelante a los pequeños.

Algunos de esos gaditanos, teniendo que hacer encaje de bolillos para cuadrar horarios o teniendo que pagar servicios extra que por lo que general suelen ser muy caros, no terminan de animarse a tener hijos. Y si tienen el primero, esperan a que la niña o el niño tenga una cierta edad para buscar otro temporada. Pero esas ideas preconcebidas no siempre suelen llevarse a cabo y en muchas opciones los padres optan por no tener más hijos. De hecho, la fotografía de las familias con un hijo único es la más habitual actualmente.

En contraposición, el nivel de estudios que los padres de anteriores generaciones pudieron brindar a sus hijos, ha supuesto que muchos jóvenes gaditanos opten a importantes puestos que les permiten tener un nivel de vida que acaba beneficiando a los más pequeños de la familia.

El hecho de vivir cerca de los abuelos es clave a la hora de formar una familia, apunta un joven padre: «Es un gran alivio porque ayudan mucho y además lo hacen con gusto por amor a sus nietos. Y cuando cuentas con esa ayuda, te da menos miedo dar el paso de tener más de un hijo porque hay más manos para sacarlos adelante».

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