Hoja Roja

Somos menos, más viejos y más gordos

El maravilloso mundo de las encuestas me ha regalado tres suculentos informes: el de población, el de seguridad alimentaria y el de esperanza de vida de los gaditanos

Cualquiera que me conozca sabe que soy muy fan del Instituto Nacional de Estadística -en realidad, de cualquier organismo que se dedique a cuantificar el mundo-, porque nunca he ocultado mi pasión por los universos paralelos y por la vida secreta de las maquetas ... y los catálogos de muebles. Por eso, y porque Bernard Shaw decía que la estadística es la ciencia que demuestra que, si mi vecino tiene dos coches y yo ninguno, entonces es que cada uno tenemos uno, es por lo que me entrego, rendida, a la lectura de cuantas encuestas se distribuyen por estas fechas, que es cuando prolifera la publicación de datos estadísticos sobre cualquier cosa que se pueda, o no, medir y expresar en cifras. Esta semana, sin ir más lejos, el maravilloso mundo de las encuestas me ha regalado tres suculentos informes: el de población, el de seguridad alimentaria y el de esperanza de vida de los gaditanos. Tres estudios de los que se deduce que en esta ciudad somos cada vez menos gente, pero más viejos y más gordos. Ese, en definitiva, es el mensaje, aunque alguien podría decir, apelando a la cita de Shaw, que ni es viejo ni es gordo, con lo que podríamos concluir que los años y los kilos no pesan por igual. Y que seremos pocos en esta ínsula de Barataria, pero pesamos mucho y sabemos todavía más, que para eso ya dice el refrán que más sabe el diablo por viejo, que por diablo.

Lo peor de todo es que los datos que arrojan las encuestas que le he dicho antes, no son para tomárselos a broma. Nuestra ciudad tiene la misma población que tenía en 1958, es decir, hemos retrocedido sesenta y cinco años en cuanto al número de habitantes, y nos vamos acercando peligrosamente a la barrera psicológica de los cien mil habitantes, después de perder más de cuarenta mil en los últimos treinta años. Ahora mismo, y según el censo anual publicado por el INE, somos 112.077 –no diré que los conozco a todos, pero de vista seguro que sí- vecinos y vecinas –hay tics que han venido a quedarse para siempre- en Cádiz; en el último año hemos perdido mil doscientos habitantes, que son los mismos que ha ganado Chiclana, por ejemplo. Y lo preocupante es que esta pérdida poblacional no se corresponde con la tasa de defunciones, porque, como también nos hemos enterado esta semana, la edad de los gaditanos crece a un ritmo imparable. 49,18 años es la media de edad en nuestra ciudad. Ahí andamos, año arriba, año abajo, -alguno tendrá más y unos pocos tendrán menos- los gaditanos, por lo que resulta lógico que cualquier acto que se celebre en la ciudad parezca una reunión del Imserso o una asamblea de jubilados. Y no lo digo con guasa, ni con ironía, sino con pena, porque ese, y no otro, es el gran problema de Cádiz, que el tiempo pasa y nos vamos poniendo viejos, que decía la canción. Luego, nos lamentamos de que no hay vida para jóvenes, ni oferta cultural para jóvenes, ni actividades para niños, ni ambiente para niños… ¿qué jóvenes, qué niños?

Y aún hay más; por población nos sobran ya dos concejales; y no lo digo yo, lo dice el artículo 179 de Ley Orgánica de Régimen Electoral General, que no se revisa desde hace tiempo, pero que cualquier día nos da el disgusto, porque la mengua poblacional es lo que tiene. Trece mil quinientos menores de dieciséis años están censados en nuestra ciudad, ni para llenar un estadio de niños tenemos, y la cosa se complica si vamos bajando el número de años porque la natalidad tampoco es uno de nuestros fuertes, como se puede comprobar, año tras año, en el número de matriculaciones en los colegios. Así que la tendencia a la baja y la fuga de vecinos a otras poblaciones de la bahía, por causas habitacionales, está convirtiendo a Cádiz en una especie de 'Coocon', pero sin piscinas, y con muchos apartamentos turísticos, sobre todo, en los últimos ocho años en los que, pese a lo que decía el anterior equipo de gobierno, se han multiplicado alarmantemente en nuestra ciudad.

Si a todo esto le añadimos que, según la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición solo el 38,2% de los gaditanos vive en su peso normal y que más de la mitad de la población presenta algún tipo de obesidad o de sobrepeso, entraríamos ya en un terreno pantanoso que no nos estaría hablando solo de datos estéticos o de salud, sino de datos económicos que están estrechamente relacionados con la calidad y el nivel de vida de las personas. Porque no hace falta que le diga al precio que están los productos básicos de la cesta de la compra, ni tampoco hará falta que un informe estadístico nos hable del sueldo medio de un gaditano -cuando lo tiene-, que solo servirían para constatar que al perro flaco todo se le vuelven pulgas.

Es el síndrome de la pescadilla que se muerde la cola. Aquí no hay quien viva, por los precios de la vivienda, por la falta de aparcamientos, por la ausencia de trabajo… y los pocos que quedamos sobrevivimos a duras penas y nos vamos haciendo mayores, y nos vamos quedando solos.

No hay que deprimirse con las encuestas, también le digo, porque la cordura -dejó escrito Orwell en su maravillosa distopía que cada vez resulta más cercana- no depende de las estadísticas. Y aun nos falta conocer el informe sobre el número de perros y de gatos que hay en nuestra ciudad, que ahí sí que seguimos siendo imbatibles.

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