La Hoja Roja

El turismo no es un gran invento

Los que aún resistimos en la pequeña aldea gala sabemos -y el concejal de Urbanismo también lo sabe- que cada vez hay más viviendas destinadas al uso vacacional

Yolanda Vallejo

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Como hay gente para todo, que ya lo decía Rafael el Gallo, imagino que habrá gente que estará encantada con que la banda sonora de nuestra ciudad sea el ruido de las ruedas de los trolley escalera arriba y escalera abajo, calle arriba y calle abajo, de lunes a domingo, sin solución de continuidad. Imagino que habrá gente a la que no le importe demasiado que barrios, como el de la Viña, hayan perdido un veinte por ciento de población -y no sólo por el descenso de la natalidad- permanente en menos de quince años, y se hayan rendido ante la sospecha de que el turismo pueda ser la tabla de salvación para un Cádiz desindustrializado y funcionarizado. Que sí, que sin el invento de los apartamentos turísticos, tendríamos la mitad de los edificios cayéndose a pedazos; que sin los puestos de trabajo que genera lo de lavar toallas, sábanas y limpiar baños estaría todavía más en la cola del paro y que para la hostelería, desde que hay tanto turismo, todos los meses son agosto.

Visto así, el que no se consuela es porque no quiere y me imagino que para el que vive de alquilar pisos a los turistas esto es un chollo. Pero, sin caer en alarmismos ni hacer dramas, lo del turismo se nos está yendo un poco de las manos. Usted lo sabe, casi tan bien como yo. Porque al concejal de Urbanismo se le llenaba la boca diciendo que «Cádiz será el primer Ayuntamiento de Andalucía en limitar los usos turísticos en suelo residencial» y se vanagloriaba de haber suspendido las licencias turísticas -durante un año- pero los que aún resistimos en la pequeña aldea gala sabemos -y el concejal de Urbanismo también lo sabe- que cada vez hay más viviendas destinadas al uso vacacional, y muchas de ellas sin pasar por ningún control administrativo, es decir, de manera totalmente ilegal. Y no, no crea que de pronto me ha dado por la cosa de reivindicar lo de la vivienda para los gaditanos y lo de los precios abusivos del alquiler para los jóvenes; lo mío es mucho más pedestre, y si me apura, muchísimo más preocupante. Porque lo de aquello de «yo vivo donde tú veraneas» es mucho más que una frase para camisetas, y resulta que vivimos donde a la gente le ha dado por veranear. Tan fácil como esto, tan desesperante, además.

Porque si ya es complicado pasar -pasar he dicho, no pasear, que eso ya lo doy por perdido- por la calle Compañía a cualquier hora de la mañana, intente hacerlo con una persona en silla de ruedas, o con un cochecito de bebé -o de perro, que también lo hay. La calle, igual que Pelota o la plaza de la Catedral, está tomada literalmente bien por grupos de turistas a los que los voluntariosos guías les están contando alguna milonga, o bien está tomada por gente que va a su aire, deteniéndose ante cualquier escaparate o con cualquier musaraña, interrumpiendo el paso y, por supuesto, haciendo imposible la vida a los vecinos -y las vecinas- de esta ciudad. Vecinos -y vecinas- de esta ciudad que ya no tenemos donde ir a comprar la mayor parte de las cosas que nos hacen falta, y permítame el desahogo de decir que no todo el mundo se viste en las tiendas que le gustan a nuestro alcalde, que para eso el libro de los gustos se escribió en blanco, y como decía el Gallo, hay gente -y es bueno que la haya- para todo. Porque se fueron unas franquicias y vinieron otras, que el problema no está en el capitalismo opresor, sino en la ley básica de la oferta y la demanda, y ahora, evidentemente, tenemos tiendas para turistas. Tiendas para turistas, un mercado para turistas, y supermercados para turistas, porque no sé si se habrá dado cuenta, pero en los supermercados han ido desapareciendo, poco a poco, muchos productos básicos, y en su lugar están proliferando ensaladas, precocinados, bebidas, cosas de higiene y parafarmacia… lo normal en una ciudad de «veraneo».

Insisto, yo vivo donde la gente veranea, pero me levanto cada día a las siete de la mañana, y muchas mañanas sin haber descansado, porque los que veranean no entienden que pegar gritos a las tres de la madrugada o hacer una fiesta en el pisito turístico molesta a los vecinos, o mejor dicho, no entienden que haya vecinos en el paraíso de sus vacaciones. Sólo entienden que los que seguimos resistiéndonos a irnos de Cádiz veníamos con el paquete, y que somos parte del decorado que luego enseñarán en sus pueblos como un exotismo, como la reserva autóctona de lugareños.

Cádiz es la ciudad con más pisos turísticos en toda la provincia, y no lo digo yo, lo dice el registro oficial de la Junta de Andalucía, que es quien se encarga de dar permisos a pesar de las medidas adoptadas por el Ayuntamiento. Superamos ya a Conil y Tarifa, que eran tradicionalmente el sitio del recreo, y no parece que la cosa vaya a mejorar, en vista del negocio que supone para los propietarios de estas viviendas, y en vista de la demanda turística.

Desde hace unos años vivir en Cádiz -iba a decir en el centro, pero Extramuros tampoco se libra ya- es más un acto de fe que otra cosa. Vivimos rodeados de gentes que van y vienen y nos maltratan, como ya hicieron con Venecia o con Brujas o como están haciendo con Lisboa. Gente a la que le da igual que usted y yo, a pesar de ellos, todavía creamos en nuestra ciudad.

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