Hoja Roja

Sin mardá

El sanchismo es «maldad, mentiras y manipulación». La triada perfecta para el eje del mal. La maldad, dice

Yolanda Vallejo

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Aunque pueda parecer que no, en estos tiempos la literatura sirve para muchas cosas. Entre otras, para entender por qué los candidatos a las elecciones generales están de gira televisiva, de programa en programa, como los antiguos cómicos de la legua iban de pueblo en pueblo. Claro, dirá usted, es que los candidatos a las elecciones generales son los nuevos cómicos de la legua pero con menos repertorio y muchas menos penurias. Y tiene razón. Aquello tan trillado de que la política es un circo, lo están confirmando Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo en esa guerra por las audiencias que han emprendido antes de que el calendario entre en campaña. La literatura, se lo dije al principio, sirve para muchas cosas; entre otras para darle sentido a estos días azules -que no, que no va por lo de Verano Azul- y a este sol de la infancia. ¿Qué es el «sanchismo»? dices mientras clavas tu pupila en mi pupila azul -memorizar las rimas de Bécquer no tiene mucho mérito porque soy casi boomer-, ¿y tú me lo preguntas? El sanchismo es «maldad, mentiras y manipulación». La triada perfecta para el eje del mal. La maldad, dice.

Me gusta cuando callas porque estás como ausente, era otra de las cosas que nos aprendíamos en el colegio. Eso y lo de los cien cañones por banda o lo de las ínclitas razas ubérrimas que yo pensaba que no me iba a servir para nada en esta vida, y que ahora tengo que reconocer que estaba muy equivocada. Todo sirve, incluso los cuentos infantiles que todavía no han sido revisados por los que hacen estas cosas de la política de la cancelación; alguno queda todavía, -pocos, todo hay que decirlo- y ahí es donde se hacen fuertes Sánchez y Núñez Feijóo. Nos cuentan lo que hacen, y lo que quieren hacer, lo que les gusta o no les gusta de este mundo -eso es de Raphael, pero me vale como cita literaria-, con una narrativa tan descaradamente infantil que una no sabe si dormirse pronto para no tener pesadillas o hacerse la dormida para que no nos sigan contando fábulas.

Y no, no voy a volver a recordar la de Pedro y el Lobo, que ya está muy vista. Ni tampoco volveré a contarle lo de Blacamán y García Márquez, porque el canon literario es un inmenso mar de citas que sirven para mucho más de lo que creemos. «Considero que la televisión es muy educativa. Cada vez que alguien enciende el televisor, me voy a otra parte a leer un libro», decía Marx -Groucho, entiéndame- en una época en la que la televisión se entendía como el monstruo de siete cabezas del que había que protegerse y del que había que renegar. Basura y esas cosas decían que era, hasta que nuestro Presidente entrara en directo en Sálvame y como si se hubiera caído del caballo camino de Damasco, comprendiera que Jorge Javier Vázquez era el verdadero profeta de esta nueva religión, «me parece que es un monstruo de la televisión» -dale con los monstruos- y entendiera que tiene que estar en todos los programas de los medios de comunicación para «pinchar esta burbuja que se ha inflado de mentiras, manipulación y maldades». Por eso está como si acabara de sacar un disco, de promoción. Y por eso se ha inventado ese formato en el que él mismo entrevista a sus monaguillos como si fuera más Oprah Winfrey que Johnny Carson. Y por eso, se sentó tan cerca de Pablo Motos -el lenguaje corporal es muy delator- para contarnos el cuento de los buenos y los malos y la parábola de la maldad.

No es el primero que pasa por ahí, usted lo sabe. Pablo Iglesias, cuando estaba en plena promoción de su partido o lo que sea que fuera aquello, en 2015, le cantó una nana a María Teresa Campos en ¡Que tiempo tan feliz! -que era un programa para usuarios del Imserso. Y lo hizo acompañándose de la guitarra y recordando sus tiempos de ejercicios espirituales y campamentos vocacionales «duerme, duerme negrito que tu mamá está en el campo» -¿ve que la literatura siempre sale al encuentro?- y también se sentó con la Campos Mariano Rajoy, que no cantó pero pidió que le pusieran una canción de Pedro Guerra. Todos, al final, se rinden al encanto de la audiencia.

Sin embargo, al presidente Sánchez no le está saliendo demasiado bien la jugada. Porque el discurso ha sido siempre el mismo, con Carlos Alsina, con Wyoming, con Évole y con Motos: él es el bueno y los otros -vamos, Feijóo y Abascal- son los malos que vienen a por él primero y a por todos sus compañeros, y de paso, a por nosotros. Lo de la superioridad moral que decía aquí el antiguo alcalde y la misma armadura: no he sabido llegar a la gente.

Lo mismo piensa Sánchez que para llegar a la gente tiene que estar las veinticuatro horas del día en la tele y no donde tiene que estar un presidente del gobierno. Quién sabe. De momento, va con desventaja. La audiencia ha decidido -lo de la tele se pega- que el líder de la oposición, el que compra las naranjas a 0.12 céntimos el kilo, como si fuera el café de Zapatero, el amigo de Julio Iglesias y sus memes, es mejor cómico que Sánchez, o al menos, más entretenido y menos invasivo.

Ni Sánchez ni Feijóo aclararon que es el mal. Cada uno lo entiende de una manera, al parecer, y como decía Mae West «cuando tengo que elegir entre dos males, prefiero aquel que no he probado». Al final es tan fácil como eso.

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