Hoja Roja

La 'casa' por el tejado

«El caso es que siempre habla quien debería tener la boca cerrada, porque un calentón lo tiene cualquiera»

Yolanda Vallejo

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Es una cosa muy bíblica, lo sé. Y con los tiempos que corren, lo mismo no es demasiado políticamente correcto mezclar los evangelios con las merinas. Pero qué quiere que le diga, visto lo visto, y leído lo leído, no puedo quitarme de la cabeza los versículos del toro del Tetramorfos, san Lucas para entendernos, que dicen algo así como «no juzguéis para que no seáis juzgados, porque con el juicio que juzgáis seréis juzgados», que en traducción simple y simultánea –sin pinganillos- sería algo así como «todo lo que se critica cae en los ojos». San Lucas no hace, según la Biblia, más que transcribir el Sermón de la Montaña y repetir las palabras de su maestro: «¿Por qué miras la paja que hay en el ojo ajeno y no ves la viga que está en el tuyo?», una sentencia cristalizada en el refranero «Dijo el asno al mulo: anda para allá, orejudo», para que lo entienda, por si a usted lo de la Biblia y las parábolas le dan sarpullido.

El caso es que siempre habla quien debería tener la boca cerrada, porque un calentón lo tiene cualquiera, y a veces nadie nos libra de caer en la tentación, pero las hemerotecas están para algo, siempre lo digo, y el papel lo aguanta todo, incluso el peso de la viga en los ojos. Le digo esto, no por la procesión laica de anoche, que ni es la primera en Cádiz –meta aquí cruces de mayo, un san José en Corpus, una magna en miniatura de hace mil años, pero de la que todavía me acuerdo-, ni será la última si, como ocurre siempre, seguimos poniendo los ojos –con vigas y con pajas- en Sevilla, donde han proliferado este tipo de procesiones 'piratas' en los últimos tiempos.

La cuestión no es, no se equivoque, si un Ayuntamiento cede o no cede un edificio municipal y público para que salga de allí una cabalgata, desfile, pasacalles, marcha o como quiera usted calificar lo de anoche. La cuestión es - «sujétame el cubata»- en qué momento coge uno el móvil y se graba diciendo cosas como «¿Tú ves lógico que una procesión religiosa salga de un edificio público? Pues yo tampoco», sin documentarse antes de los antecedentes del permiso municipal. Mucho más si uno ha sido antes concejal del Ayuntamiento, vamos, que no es mi cuñado el que se pone delante de la cámara a decirlo, sino una persona que ha estado al frente de una delegación municipal y que debería estar informada de que no es la primera vez que se da asilo a cruces de mayo –igual de religiosas o no que el paso de la virgen- en edificios municipales. Y conste, que con esto no estoy diciendo que a mí me parezca bien que la gente se líe la manta a la cabeza, contrate una banda y se tire a la calle desde las nueve de la noche hasta las dos de la mañana –en este caso, mire usted, el racarraca no es de los capillitas, una lástima- paseando santos o lo que sea. Pero no se puede, insisto, criticar la paja del ojo ajeno cuando en el nuestro llevamos la viguería completa.

Y no es la primera vez, mire por dónde. Los cuatro euros que costaba una cerveza en la Gran Regata son los mismos que cobraban en la carpa en Carnaval, cuando los clasistas capitalistas amigos de los opresores aun no estaban en el gobierno. Que la gente de la calle, los vecinos y vecinas, las clases populares no podían tomarse un refresco en el muelle, pero tampoco podían ir a la carpa, y no hace falta que le recuerde a quién iba dirigido este espacio de ocio y cuánto costaba una entrada.

En fin, que me lío yo sola y de lo que quería hablarle era de la viga de la Casa del Carnaval. Porque hay dos maneras de hacer las cosas, eso lo sabe cualquiera, o hacerlas bien, o hacerlas mal. Pero existe una tercera opción que suele ser la más habitual, y es hacer como que se hace. No sé si me explico, aunque sé que usted me entiende perfectamente. Durante ocho años, el museo de Carnaval, ahora llamado Casa del Carnaval, fue el proyecto estrella del equipo del entonces gobierno municipal. Una necesidad que venía reivindicándose desde hacía veinticinco años, dada la dimensión internacional de nuestra fiesta -inmersa en el proceso de ser declarada Patrimonio Inmaterial de la Humanidad- y la proyección cultural y económica que supone para la ciudad.

Y había dos maneras de hacerlo, ya sabe, o bien, o como lo hizo el Ayuntamiento, que abrió las puertas del centro de interpretación carnavalesco en el antiguo Palacio de Recaño, justo encima de las entrañas trimilenarias de la ciudad. Un museo o casa en el que se han invertido mucho esfuerzo, dinero, tiempo y que ha resultado ser, lo que es. Decía el entonces alcalde de Cádiz en la inauguración encubierta, por aquello de los plazos electorales, que la Casa del Carnaval nacía con el deseo «de ser habitado por la gente para que le dé contenido», en un ejercicio de sinceridad digno de ser destacado, porque la casa está abierta, sí, pero ya sabemos cómo. Y es que una casa no puede empezarse por el tejado.

Desde que abrió sus puertas la Casa del Carnaval era una realidad, pero una realidad a medias. No entraré en los desperfectos del edificio, en su costoso mantenimiento, ni siquiera en la no dotación de personal ni de presupuesto; solo es necesario darse una vuelta por la colección permanente para tener la sensación de que «emosido engañado». El Carnaval de Cádiz es demasiado rico para una apuesta tan pobre, y «quien lo probó, lo sabe» que diría Quevedo.

Así que más nos valdría a todos revisarnos un poco la vista, y no sólo, porque, a veces, y según Mark Twain «es mejor tener la boca cerrada y parecer estúpido, que abrirla y disipar la duda».

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