HOJA ROJA

Como yo te amo

Habría que empezar a hacer un censo nuevo y empezar a borrar a mucha gente y también habría que empezar a pensar en impartir cursos de autoestima gaditana

Se puede ser gaditano de pensamiento, de palabra, de obra y de adopción. Gaditano, en cualquier caso. De esos que nuestro alcalde decía que andábamos buscando; no turistas, sino gente que se enamore de nuestra ciudad. No hay muchos, también hay que decirlo. Porque aquí, como en cualquier parte, lo que hay es mucho gaditano de boquilla, incluso empadronados en el censo municipal. Muchos que se rasgan las vestiduras por Cádiz, claro. Han estado siempre, además. Gaditanos a los que les ha importado poco el deterioro físico y psíquico de la ciudad porque andaban mirando para otro lado. Diputados nacionales que sabían de nuestra ciudad lo mismo que aquella Miss Melilla que se había aprendido que en Rusia había muchos rusos maravillosos; desde Manuel Chaves a Fernando Grande Marlaska, pasando por Rodrigo Rato, Carmen Romero o Willy Meyer por poner algunos ejemplos. Gente, decían, de Cádiz, por no hablar de Juan Carlos Monedero con su maleta de piel -como Eva María, buscando el sol en la playa- y su «vámonos pa Cai». Tenemos, también, embajadores del «pescaíto frito» y las «tortitas de camarones», peregrinos del Manteca o coleccionistas de likes en Instagram. Los que se asombran por los precios de los supermercados en Cádiz -oh, mirad los precios, qué barato, ¿cómo puede la gente de aquí quejarse?-, los que flipan con las «hamburguesas» locales, y los que alaban «el acento, la gente es muy maja», observándonos como si fuésemos una colonia de bonobos en la cuenca del río Congo.

Gente que ve Cádiz como «una experiencia», sin saber que ya Caballero Bonald había dejado escrito que nuestra ciudad es un estado de ánimo, o que Alberti -sigo sin ver lo del nombre del puente, pero sé que esto no aporta nada al relato- ya había llamado Cádiz a todo lo dichoso. Gaditanos de nuevo cuño, no hace falta ser un lince para descubrirlos. Los que van al «mercado», los que aplauden al sol que se esconde cada tarde, los que colonizan nuestras plazas y los que pretenden que estemos en la playa como en un balneario suizo. Los que piensan que detrás del escenario no hay nada y que aquí estamos para lo que quieran mandar.

Son gente que no sabe de la misa la media, ni lo que nos costó llegar hasta aquí ni el precio que estamos pagando por haber puesto nuestra pequeña ciudad en el mapa, gente que no sabe que usted y yo nos levantamos cada mañana para trabajar, o que nuestros hijos echan tanto de menos la luz y esta salada claridad que no hay en ninguna otra parte del mundo que les ha tocado vivir, o que detrás de esos balcones tan pintorescos hay gente que no sale a la calle porque no puede bajar las escaleras, o que tardamos dos semanas en conseguir una cita con el médico o que lavamos las sábanas de otros con el sudor de la frente. Gente que no sabe que vivimos donde ellos -dicen- pasan sus días más felices.

Y luego, hay gente como Manu Sánchez que, desde el pasado miércoles, es un gaditano «con papeles», y que recibió el título de Gaditano de Adopción porque ser de Cádiz -ya lo dijo Alberto García Reyes, director de ABC Sevilla- no es una cuestión de geografía, sino de cartografía sentimental, de los surcos que van trazando mapas en la piel. «Ser tomado por gaditano -dijo el de Dos Hermanas- es la bendición definitiva», y lo dijo sabiendo que tres mil años nos contemplan, con el respeto por esta tierra que son incapaces de mostrar muchos otros «embajadores». A Manu Sánchez se le notan las ganas y se le nota que no nos mira por encima del hombro; de supervivencia sabe tanto como nosotros y por eso sabe disfrutar de lo que la vida le va ofreciendo en cada momento, aunque no todo sea bueno.

Decía el alcalde de la ciudad en el cierre del acto de entrega que «Cádiz es de las gaditanas, de los gaditanos y de las personas que la cuidan, que la defienden, que la respetan y que siempre le apuntan cosas buenas». Habría que empezar a hacer un censo nuevo y empezar a borrar a mucha gente y también habría que empezar a pensar en impartir cursos de autoestima gaditana que nos enseñaran que ser gaditano de Cádiz no pasa ni por la chulería ni por la mala educación, sino por algo mucho más simple, por amar a nuestra ciudad como a nosotros mismos. Quizá así empezarían a cambiar las cosas y empezaríamos a creernos que no somos ni los graciosos, ni los criados, sino los protagonistas de nuestra propia historia. Quizá así aprenderían a respetarnos más allá de Despeñaperros.

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