PUNTADAS SIN HILO

La zona de confort

En Andalucía, el temor al cambio no es una cuestión política, sino que obedece a una patológica falta de autoestima

Manuel Contreras

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LA psicología define la zona de confort como un estado mental en el cual el individuo permanece pasivo ante los sucesos que experimenta a lo largo de su vida, desarrollando una rutina sin sobresaltos ni riesgos, pero también sin incentivos. Representa el ámbito que uno reconoce como propio y que por tanto genera seguridad. Pese a su nombre, la zona de confort no hace referencia necesariamente a un espacio cómodo: para una pareja conflictiva, este espacio se configura en la pelea, porque es la dinámica a la que están acostumbrados. Cuando la Guardia Civil localizó el zulo de Ortega Lara, un agente tuvo que dedicar muchos minutos a convencerle de que le acompañase, porque el funcionario secuestrado se negaba a abandonar el habitáculo inmundo; en aquel momento esa tumba en la que estaba enterrado en vida representaba paradójicamente su zona de confort, el espacio que conocía y donde se sentía seguro.

La convocatoria de las elecciones autonómicas supone una nueva oportunidad para que los andaluces rompan su zona de confort. Andalucía no es el zulo de Ortega Lara, pero vive en un entorno manifiestamente mejorable, liderando el paro europeo, sin apenas industria, con un tejido empresarial polarizado entorno al sector público y con un sistema educativo que suspende en todos los ránkings del sector. La renta per cápita de los andaluces es de las más bajas del continente, los salarios son menores que en otras regiones españolas y persiste una cultura del subsidio que condena a sus beneficiarios a una mera economía de subsistencia. La Junta de Andalucia ha protagonizado los mayores casos de corrupción de la historia de España y dos de sus presidentes, que suman 23 años de gobierno, esperan sentencia en el banquillo. Pero este panorama desolador configura nuestra zona de confort, el mundo que conocemos y bajo cuyo precario manto nos sentimos cobijados.

Hay dos tipos de personas: las que se niegan a abandonar su zona de confort y las que se arriesgan al cambio. La ruptura de este entorno de seguridad permite eliminar barreras, conocer nuevas personas y vivir nuevas experiencias, pero también implica tomar conciencia de retos y miedos. Significa descubrir el temor al fracaso, asumiendo que el camino para mejorar pasa inevitablemente por la gestión de este miedo. Hasta ahora, Andalucía ha apostado reiteradamente por mantenerse en su zona de confort; estamos cómodos en esta rutina desprovista de ambición que garantiza una existencia sin riesgos. Y no está nada claro que el próximo 2 de diciembre vayamos a apostar por alterar el escenario en las urnas cambiando al partido gobernante. Pero no se engañen, porque este inmovilismo crónico no se debe a razones ideológicas. El temor al cambio no es una cuestión política, sino que obedece a una patológica falta de autoestima: no nos creemos capaces de superar nuevos retos y preferimos dormitar en la cómoda resignación que alimenta la cobardía.

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