Los taxis perdidos

Por la ventanilla de España se ve un paisaje ocre y mediocre de sinrazones vagabundas

España se ve distinta desde la perspectiva de un taxi INÉS BAUCELLS
Alberto García Reyes

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España avanza como en aquella canción de Serrat, «La bella y el metro», que narraba la entretenida rutina del viaje desde la periferia al centro. Cargado de «íntimos desconocidos», el taxi que nos lleva hasta el futuro se ha convertido en un bodegón de vulgaridades cotidianas con dirección al fracaso. Algunos de sus conductores nos miran de reojo, y nos huelen, y nos ignoran, y se inventan nuestra vida, y se la cuentan en secreto a un bocazas para que la difunda, y se lavan las manos en los servicios inmundos del bar de la parada antes de orinar, y se pierden en un rompecabezas de piezas deslavazadas que siempre termina como el arreglo casero del transistor: con una fuera que no sirve para nada porque el aparato funciona sin ella. En el taxi de España, el republicano ve reyes por destronar. El diputado, asientos por ocupar. El populista, borregos. El dictador, votantes equivocados. El progre, farolas machistas. El conservador, demasiadas subvenciones. Los independentistas ven presos políticos. Los constitucionalistas, políticos presos. Los raperos ven fachas. Los fachas ven perroflautas. Los socialistas sólo ven cunetas. Los reaccionarios, sólo iglesias quemadas. Los antifranquistas ven el Valle de los Caídos. Los antimarxistas, Paracuellos. Los banqueros ven deudores. Los deudores, banqueros. Los periodistas ven la verdad absoluta desde su infalible sabiduría superficial. Los lectores de periódicos, demasiadas mentiras interesadas escritas por ignorantes vanidosos. Los psiquiatras ven locos. Los locos, banderas de España quemándose a lo bonzo en manicomios asamblearios. Y los ciudadanos normales, que son la pieza excluida de la máquina tras el desmontaje chapucero del Estado, sólo miran la nada que pasa por la ventanilla.

El traqueteo del asiento de atrás ya lo escribió el porteño surrealista Girondo en su primer viaje por esta tierra de sus antepasados en 1923: ¡Campanas! ¡Silbidos! ¡Gritos!... y la gente que viene a ver pasar el tren porque es lo único que pasa. En España, los taxis se han convertido en los trenes de carbón del siglo XXI. Por el cristal empañado de nuestro transcurrir tedioso divisamos un confuso paisaje ocre y mediocre de sinrazones vagabundas, de asesinos que quieren pasar por demócratas, catalanes paranoicos que odian a sus abuelos andaluces, juzgadores populares que se saltan las leyes para dictar sus sentencias, presuntos culpables hasta que se demuestre su inocencia, escritores que no han leído nada, revanchistas de oído, comunistas con chalé, presidentes del Gobierno que se van de cachondeo en el avión oficial, guardias civiles culpables de haber sido atacados con cal viva mientras protegen nuestra frontera, rufianes en el Congreso, jueces que no creen en la independecia de guardias civiles...

Voy llegando a mi destino y me bajo de mi último taxi con Morente, que cantaba una antigua verdad robada al eco: «Estoy tan hecho a perder, que cuando gano me enfado». Me parece que nuestra ganancia está en perder. En ir más despacio que el tiempo. Pero, por si acaso, recurro otra vez a Girondo: he dicho «me parece». Yo no aseguro nada.

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