LA TRIBU

Retratos

Los retratos, muchas veces, tienen una doble intención, o un doble enfoque

Retrato de Antonio Machado José María Nieto
Antonio García Barbeito

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Aquella mujer hablaba con otra, a la puerta de su casa, y no economizaba adjetivos a la hora de calificar: «Es muy flojísimo, no ha trabajado en su vida. Heredó la finquita de sus padres y se dio modo y trazas para sacar de allí para medio vivir, hoy dándola en aparcería, mañana arrendándola por varios años; hasta que acabó vendiéndola el año pasado. Es un descuidado de dos pares, y le da lo mismo salir en la procesión de la patrona con una camisa manchada o con una chaqueta viejísima, que con unos zapatos rotos y con barba de tres días. Es un abandonado. La ropa le apesta a tabaco, y el pelo, y las manos… No hay quien haga carrera de él.» Lo vistió de limpio. Pero, claro, hay que decir que la mujer que así hablaba de él era… su mujer. Y aquel retrato exterior no se correspondía con la imagen interior del individuo, al que, una vez puesto de vuelta y media por fuera, se dedicó a alabar, que si es un santo, que si no tiene nada suyo, que tiene un billete y está deseando gastárselo con los amigos… Los retratos, muchas veces, tienen una doble intención, o un doble enfoque. Vamos a hablar de otro retrato.

«Antonio Machado se dejó desde niño la muerte, lo muerto, podre y quemasdá por todos los rincones de su alma y su cuerpo. Tuvo siempre tanto de muerto como de vivo, mitades fundidas en él por arte sencillo. Cuando me lo encontraba por la mañana temprano, me creía que acababa de levantarse de la fosa. Olía, desde muy lejos, a metamorfosis. La gusanera no le molestaba, le era buenamente familiar. Yo creo que sentía más asco de la carne tersa que de la huesuda carroña, y que las mariposas del aire libre le parecían casi de tan encantadora sensualidad como las moscas de la casa, la tumba y el tren…» Parece que esto lo escribiera alguien que no tenía más interés retratista que el aspecto del poeta sevillano que a las moscas las llamaba «inevitables golosas», que ya había hablado de su «torpe aliño indumentario»; el mismo que escribió aquel alejandrino inmortal, tan útil tantas veces para aplicárselo a un pueblo, una ciudad, unas gentes, una generación: «Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.» Desplegamos todo el retrato y vemos más perfiles del poeta sevillano: «Acaso él fue, más que un nacido, un resucitado. Lo prueba quizás, entre otras cosas, su madura filosofía juvenil. Y dueño del secreto de la resurrección, resucitaba cada día ante los que lo vimos esta vez, por natural milagro poético, para mirar su otra vida, esta vida nuestra que él se reservaba en parte también…» El retrato lo firma otro poeta, gran admirador de don Antonio: Juan Ramón Jiménez. Amén.

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