LA TRIBU

El rehén

¿Estas son las mejoras que íbamos a tener, ver cómo los asesinos tienen trato de artistas premiados?

Manifestación en favor del acercamiento de los presos de ETA. TELEPRESS
Antonio García Barbeito

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Era uno de los nuestros, un trabajador más, uno de aquellos braceros de jornal de vez en cuando, según la cosecha, según las exigencias del amo y de la tierra. Era uno de los nuestros, pero su condición de baboso, aquella exagerada obsecuencia con el capataz eran llave maestra para abrir las puertas de un carguillo. Vago como pocos, se arrastraba por cualquier suelo para no dar el callo, y sin llegar a bordonear, se agachaba como gallina clueca para evitar los tajos, y le salía entonces el agibílibus que llevaba dentro. Era uno de los nuestros, pero, como si tuviera una matadura en el costado que daba a sus compañeros, se pegaba al costado del amo, y sobre todo al del capataz. Siempre, entre estos, zorreando y tratando de ocultar su natural ignavia. Y pasaba por ser uno de los nuestros; tan así era, que nos decía que si algún día mandaba en aquellos tajos, nos cambiaría la vida, dedicaría su tiempo y su esfuerzo en mejorarnos las condiciones de trabajo y, sobre todo, el jornal. Ay…

Y lo hicieron manijero. Ladraba —a los obreros— mejor que los perros del cortijo; su voz de acusetas le disputaba la velocidad a los vientos más fuertes y su vieja tendencia a la delación le dio al capataz una lista de los braceros que menos se empleaban en la faena. Un cabrón, vamos. Cuando vinimos a darnos cuenta, el hijoputa le dejaba ir las riendas al reloj diez minutos más de la hora de dar de mano y le decía al amo que en otros tajos estaban pagando dos pesetas menos en el jornal. Nos echó encima todas sus miserias, con tal de quedar bien con quienes lo habían llevado al cargo de manijero. Y así se mantuvo, arrastrándose ante sus avalistas y pisoteándonos a nosotros, los que él llamaba suyos. Rehén de cuanto le dieron, pasó por todo lo que le pidieron para aplastarnos. Cuando veo ahora con qué facilidad van a llevar a los asesinos terroristas a las puertas de su casa, si es que no empiezan a abrirles las puertas de la cárcel y los dejen libres, me acuerdo de aquel manijero. ¿Estamos pagando la factura de un rehén? ¿Estas son las mejoras que íbamos a tener, ver cómo los asesinos tienen trato de artistas premiados, en una acción que hará remover en sus tumbas a los asesinados? ¿Era uno de los nuestros, como decía, o estaba haciéndose hueco entre el amo y los capataces para lograr su cargo, aunque para ello tuviera que ofendernos así, humillarnos, reírse de tanta gente? Si son verdad todas estas ventajas que se columbran para los extremos que odian todo lo que huele a España, maldito sea el que se llamaba de los nuestros y maldita sea aquella hora de los síes. Qué miedo de algunos rehenes…

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