horizonte

La noche de los cuchillos largos de Josep Borrell

Podemos llegar a tener tres embajadores distintos en cinco años. Eso no ocurría ni con las repúblicas bananeras cuando iban a golpe de Estado anual

Ramón Pérez-Maura

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Resulta evidente que cada Gobierno nombra a los diplomáticos con los que tiene mayor sintonía para las embajadas que se consideran «de confianza» . Antiguamente eso se aplicaba a lugares como Washington o París . Y, por supuesto, todos los embajadores que no eran miembros de la carrera diplomática, sino que lo eran por la confianza política que inspiraban al ministro o al presidente del Gobierno de t urno, se cambiaban nada más tomar posesión el nuevo gabinete. Es lógico que Pedro Morenés salga de Washington , porque el suyo era un nombramiento político. Igual que fue lógico que en el primer Consejo de Ministros de la era Rajoy se destituyera al embajador ante la Unión Europea , el hoy ministro Luis Planas , y se nombrara en su lugar al más adelante ministro de Asuntos Exteriores Alfonso Dastis.

Pero lo que se ha vivido con la llegada de Borrell y su equipo a Exteriores ha sido algo muy distinto . Ha sido una verdadera noche de los cuchillos largos . El ministro y su mano derecha, Juan Pablo de la Iglesia , dicen que se han portado muy bien con el equipo anterior porque han «colocado» al ministro saliente y sus secretarios de Estado . Es verdad. El sectarismo no ha alcanzado las cotas que demostró Fernando Morán cuando llegó al Palacio de Santa Cruz y negó una embajada a Marcelino Oreja , al que pretendió enviar de cónsul a Lisboa. Ni el que demostró Miguel Ángel Moratinos , que también negó una embajada a Ramón de Miguel después de ocho años como secretario de Estado. Pero ha estado muy lejos de la generosidad que demostró José María Aznar cuando llegó a La Moncloa y nombró embajador en la ONU al último ministro de Exteriores de Felipe González, Carlos Westendorp , que ocupó el Ministerio menos de cinco meses y después renunció a la ONU para irse a Sarajevo a pacificar Bosnia-Herzegovina y formar políticamente a Pedro Sánchez.

El equipo de Borrell ha laminado la carrera de medio centenar de diplomáticos que llevan entre un año y un año y medio en sus destinos. Diplomáticos que tienen unas carreras brillantes y que —algunos— han tenido cargos de mucha responsabilidad, como el embajador en Moscú y ex secretario de Estado de Asuntos Exteriores Ignacio Ibáñez , o el embajador en Brasilia y también ex secretario de Estado para Iberoamérica Fernando Villalonga , o el embajador en Roma y ex secretario de Estado para la UE, Jesús Gracia o la embajadora en Berlín y ex directora general de Asuntos Europeos Victoria Morera . O tantísimos otros. Un destino normal de un diplomático son entre tres y cuatro años en un puesto. Eso se ha acabado.

Supongamos que este Gobierno acaba la legislatura —lo que cada día es más dudoso— y hay un Gobierno de signo diferente dentro de dos años . Precisamente por la naturaleza de la remodelación que se está llevando a cabo ahora, están obligando a volver a hacer otra con un gobierno diferente. Lo que puede llevar a que en cualquier destino lleguemos a tener tres embajadores distintos en cinco años. Eso no ocurría ni con las repúblicas bananeras cuando iban a golpe de Estado anual.

España tiene un servicio exterior ejemplar. Y como tantas otras cosas, corre peligro en esta nueva etapa. Nadie hubiera imaginado que esto pudiera ocurrir con un ministro tan experimentado como Borrell. Los servidores de España no merecen esto.

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