El Negro

Tenía la justa poca vergüenza para resultar simpático sin ofender y para no pisar jamás la raya del mal gusto

Antonio García Barbeito

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Se nos fue tu primillo, Cangui. Nada asegura la eternidad. Jamás un cigarrillo en la boca, un par de vasitos de mosto o su botellín y para casa. Delgado como una varilla de cohete, siempre a pie por la tribu, de su casa al bar, de su casa al centro, paso lento y seguro, amable con todo el mundo, sonriente, cariñoso y con esa simpatía tocada de la justa poca vergüenza para que nadie se molestara con sus cosas. Te quería mucho, Cangui. Me lo comentaba muchas veces, preocupado: «El primillo anda allí, solo, comiendo menos que un jilguero, con el cigarro todo el día entre los labios y bebiendo a veces más de la cuenta… Yo se lo he dicho, que se está matando solo.»

Te quería mucho, sí, y reía tus benditas locuras. Me lo comentaba porque sabía lo que eras para mí. Y se ha ido, Cangui, se nos ha ido tu primillo el Negro. Le decían el Negro y no era más moreno que nosotros, ya ves. Era tanto el Negro que mucha gente no sabía que se llamaba José. Si en la tribu dicen que ha muerto José Franco, muy pocos sabrían de quién se trata, pero decías el Negro y el sobrenombre terminabas de decirlo con una sonrisa. Todo el mundo le tenía ley, porque a nadie hizo daño y favoreció a quien pudo. Era buen tipo tu primillo, Cangui. Estaba metido en mi familia, tú lo sabes, por su mujer, y eso duplicaba el afecto. Trabajador sin desmayo, yo creo que jamás estuvo dos días sin trabajar. Cuando supe de él, que sería yo un chiquillo, quizá fuera ayudante de algún camionero, y creo recordarlo también trabajando en la madera. Era un personaje. Irrepetible, el Negro. Llegaba al casino y saludaba a todo el mundo, y con más de uno tuvo palabras descaradas, pero sin hacer daño. Las cosas del Negro. Con las mujeres, tanto o más. No creo que ninguna mujer de la tribu se molestara con sus cosas, porque no había en sus expresiones la mínima palabra de mal gusto. Sus cosas. Con la justa poca vergüenza para resultar simpático sin ofender y para no pisar jamás la raya del mal gusto. Lo que decía el Negro eran las cosas del Negro, y eso en la tribu era aceptado y aun celebrado. Un personaje, Cangui; como tú. Su ausencia por la tribu, aquella eterna figura de muchacho delgadito, cara aniñada y peinado con raya, sin canas, le daban aspecto de tener veinte años menos. Cuando el mosto riegue los mostradores del otoño, el Negro será una ausencia en las tabernas con sabor. Le gustaba ir a probar un vasito o dos, soltar cuatro frases de las suyas y, si alguno le respondía con palabras feas, él, sin dejar de sonreír, le soltaba un roción que no secaba en dos días. Se nos fue tu primillo el Negro, Cangui. Que la tierra sea generosa con él.

antoniogbarbeito@gmail.com

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