Memoria en agosto

Yo ahora me cuestiono qué recordarán mis nietas de mí, cuál será mi imagen en su memoria

Manuel Ángel Martín

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Si la imaginación es la loca de la casa y la razón la gobernanta, la memoria debe ser algo así como la lianta, la que malmete con rencores y agravios pasados, aunque Hesíodo se atreviera a atribuir el poder de los poetas y de los políticos al control sobre Mnemósine. Hace muchos años escribí en un soneto: «mi tema es el recuerdo, y no me importa/saber cierto que el día fluye hermoso», dos imperfectos y pretenciosos endecasílabos imperdonables incluso a los diecisiete años, pero que apuntaban mi querencia por la memoria imprescindible para las más nobles capacidades del espíritu. Las gentes estamos «empoderadas» por la memoria del ordenador, o mejor del teléfono móvil, celular o como usted lo llame, que transforma a un imbécil en el Ireneo Funes el memorioso de Borges, portento de la eidética, que tenía más recuerdos que los tenidos por todos los hombres «desde que el mundo es mundo». Sírvame lo anterior para elogiar la memoria y, por lo tanto el olvido, que el argentino universal —ya que estamos— concibió como «la única venganza y el único perdón», algo así como borrar el disco duro. Además, el prestigio de la memoria ha sido incrementado (¡oh paradoja) por la digitalización y la inteligencia artificial, menos fundada en la deducción y en los procesos secuenciales que en el vocabulario de modelos y en la experiencia («esto ya lo viví antes»), porque sin «reconocimiento» no hay atajos en el conocimiento. Agosto presente resulta un mes muy memorable y hace recordar los anteriores. Quizá por su intensa caracterización física y social, y aunque en mi caso va fallando la memoria discriminante, voy agrupando los agostos en los de la infancia y los que desde hace años son de la bahía de Cádiz y de uno de esos puertos donde se iba la Lola. Verán que la música, la literatura y los «media» les ayudarán a la evocación de pasados agostos o veranos —sinécdoque al canto—, de ahí su poder memorialista.

Yo ahora me cuestiono qué recordarán mis nietas de mí, cómo me recordarán, cuál será mi imagen en su memoria, y, a la vez, me intereso por la forma en que la gente recuerda a sus ancestros próximos y hasta dónde pueden retroceder mis propios recuerdos familiares. Juegos peligrosos de una memoria que luego falla sobre donde dejé las llaves o el maldito móvil, esa memoria humillante y postiza. Los recuerdos personales son tan volubles —se recuerda lo recordado la última vez que se recordó— como los colectivos, e igualmente peligrosos. El escepticismo sobre la memoria meteorológica, económica o social debe ser cultivado con esmero, y solamente superado por la ciencia y la buena fe, que no siempre coinciden. En agosto la memoria colectiva se sosiega a causa de la disminución de la actividad política, que es quien la manipula para sus objetivos actuales en un ejercicio llamado bárbaramente «presentismo». Hace hoy «sólo» 75 años los aliados bombardeaban Nápoles. Y era noticia. Ya no. Debería serlo.

@eneltejado

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