Lorquiada de una noche de agosto

Hace un siglo Lorca editaba «Impresiones y viajes», la epifanía del joven del Sur que descubre el Norte

Francisco Iglesias Brage, entre Gregorio Marañón y Lorca ABC
Eva Díaz Pérez

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Hemos recordado la última noche lorquiana, que es siempre una madrugada de agosto, acerada y con brisas tristes por los olivos. Y en estos días he pensado más que en el gran poeta o el célebre dramaturgo en el adolescente de hace cien años. En ese joven que asoma desde «Impresiones y paisajes», libro del que se cumple un siglo de su publicación.

Me hechizan esas páginas en las que el escritor estrena su mirada de poeta y el muchacho inaugura la vida. Libro primerizo que, sin embargo, anuncia ya lo que vendrá. Y, ahora que es verano y salimos a descubrir otros paisajes, guardo en el equipaje esta guía de nuestro gran poeta ensayando metáforas por tierras castellanas y gallegas. Porque es también el libro de una revelación, la del joven del Sur que descubre el Norte. «Toda la España pasada y casi la presente se respira en las augustas y solemnísimas ciudades de Castilla», escribe.

Esta otra España sobria y ascética descrita por el poeta meridional es un itinerario fabuloso por Ávila, Salamanca, León, Burgos, Segovia, Santiago de Compostela, Lugo… Allí lo llevó su profesor Domínguez Berrueta junto a otros compañeros en varios viajes académicos. Excursiones que formaban parte del proyecto pedagógico de la Institución Libre de Enseñanza. Travesías que ahora parecen tan ajenas a los cruceros banales de fin de curso de nuestro presente.

Advierte al lector en el prólogo de la melancolía que envuelve todo el libro. Con él vamos de la mano por esa Castilla de cielos plomizos para llegar a Ávila en una noche fría, «con la Catedral formidable en su negrura sangrienta». Y lo acompañamos por mesones viejos, casonas solariegas, sepulcros de infantes, blasones enmohecidos y murallas almenadas. Nos detenemos ante el Duero «que sueña y ve combatiendo borrosamente a las grandes figuras de su romance» mientras nos da en la cara un viento de leyendas de ánimas y cuentos de lobos.

Reímos ante santos de extraña mística por «la espantable medianía de la escultura», porque, como él, somos niños criados en templos de excelente imaginería. Y no disimulamos la sonrisa cuando describe a «un rechoncho Corazón de Jesús catalán, rubio y guapo, luciendo su flamante peinado chulesco y su barba recién peinada por el peluquero».

En este libro está intacto —sin el terror aún lejano de la noche de agosto— el joven que nos desvela su epifanía: el viaje en el que decidió ser poeta. «Me siento lleno de poesía, poesía fuerte, llana, fantástica, religiosa, mala, honda, canalla, mística. ¡Todo, todo! ¡Quiero ser todas las cosas!».

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