Justiniano

Daba la sensación de quehabía entrado un líder

Justiniano Cortés Mancha, junto a Antonio Pascual VANESSA GÓMEZ
Felix Machuca

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Cuando las corbatas rojas de su área de trabajo más cercano lo vieron entrar en la sala donde se reúne el comité de dirección prorrumpieron en un aplauso largo y sincero, los que estábamos allí de invitados puntuales, nos quedamos sorprendidos. Hay aplausos que salen de las manos y de las manos en el aire se quedan, para perderse sin más gracia que la del ruido. Pero hay aplausos que salen del corazón, de las horas compartidas, de las trabajadas codo con codo, de la tensión competitiva por alcanzar objetivos, de las cervezas informales donde pasa la vida y esos aplausos llevan música. El compás leal y sincero del adiós al amigo que cambia de destino. El momento que les avanzo no es ninguna ficción. Se produjo la pasada semana, el viernes 27 de julio, durante la despedida de Justiniano Cortés Mancha, hasta entonces director territorial de las quince zonas andaluzas que integran la geografía financiera del Santander en nuestra comunidad. En esa reunión, a la que no pudo llegar en hora porque estaba en Madrid ultimando asuntos de trabajo, desembarcó inesperadamente quince minutos después de la prevista. Una chica con mucha estrella le había movido Roma con Santiago para buscarle un enlace desde la capital con Sevilla para que pudiera asistir en Yanduri al regalo de verano que le daba a sus cuadros directivos. Y cuando entró en aquella sala de reuniones, repleta de altos cargos muchísimo mejor trajeados, dónde va a parar, que el presidente baleárico en su entrevista con el Rey, las palmas sonaron como un gratificante abrazo. Dejaba su puesto en la Territorial andaluza un hombre que ha manejado la manija gestora durante estos últimos años sobre cuatrocientas oficinas y quince directores de zona. Daba la sensación de que había entrado un líder.

De liderazgos y trabajos en equipo estaba hablando la sorpresa que Justiniano le había querido regalar a los suyos. Magnífica elección. Allí estaba, en pie, quiso quedarse en pie frente a los corbatas rojas, el director de fútbol de una de las sociedades anónimas deportivas más potentes de Europa: Joaquín Caparrós. Me quedé con varias frases de las que este hombre hecho a sí mismo y que personaliza un expediente laboral envidiable, es capaz de enjaretar en una charla para que brillen por su frescura y claridad: amo tanto el fútbol, que hasta me gusta cuando me echan; los pesimistas se mueren antes; a los gandules se lo digo a la cara y mirándolos a los ojos; un garbanzo negro nunca puede colapsar un colectivo; del jugador político hay que desprenderse lo antes posible… Y Caparrós se metió a los directivos en el bolsillo. Quizás porque las corbatas rojas lo inspiraron y en más de una ocasión dijo que el Santander tenía el color corporativo más bonito del mundo. Ese era el regalo de verano que Justiniano quería hacerles a los suyos. El caso de un profesional que sabe lo que es el liderazgo, que ha manejado situaciones grupales difíciles bajo la exigencia de resultados inmediatos y con la maleta de ruedecitas siempre dispuesta. Espacios todos de alto riesgo que se comparten con el mundo empresarial y financiero.

Fue bonito el regalo. Y fueron bonitas las palabras del adiós del director Territorial del Santander. Alguien me acercó a un posible perfil de Justiniano con una anécdota real. En las reuniones del comité de dirección hizo colocar unas cajas de Ikea en el centro de la mesa donde era de obligado cumplimiento colocar los móviles. Nada de lo que ocurriera fuera de aquella sala era importante. El único mundo posible no daba vueltas a través de la pantalla de un guasá o de una llamada inoportuna. Los cinco sentidos había que ponerlos en las estrategias que allí se trazaban y en los objetivos que se conjuraran alcanzar. Quizás a partir de esta anécdota se pueda empezar a trazar el perfil de un ejecutivo joven que ya ha recorrido media España en cargos de dirección y que solo fuma habanos los fines de semana. Quién sabe si, a partir de ahora, para celebrar y recordar el cariño de los aplausos cuando te dicen adiós con palmas muy sinceras.

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