#Heterodoxia
Arthur Cravan nunca supo boxear, como tampoco tuvo talento para la escritura
El 23 de abril de 1916, en la Monumental de Barcelona, un tipo de dos metros, de facciones hermosas y algo desgarbado, se enfrentó en un histórico combate de boxeo contra el campeón mundial Jack Johnson. Se trataba de Arthur Cravan, autoproclamado sobrino de Oscar Wilde. El combate fue histórico porque se trató, como muchos otros episodios de la vida de Cravan, de una pantomima: una vez concluido el amaño, aparentemente noqueado en el sexto asalto, Cravan se evaporó con los bolsillos llenos de dinero.
Cravan nunca supo boxear, como tampoco tuvo talento para la escritura: la lectura de los números de su revista Maintenant , autoeditada entre los años 1912 y 1915, produce hoy bastante ternura. Le faltaba oficio, paciencia para asimilar la tradición, y confundía heterodoxia con ansia de epatar. Nos dejó la leyenda de sus hechos y una obra insignificante.
Mina Loy, su pareja, todo un icono del feminismo, cayó rendida a sus encantos. Era joven y rebelde. Fue incapaz de resistirse a su influjo, y por él abandonó a Marcel Duchamp. Este tuvo que consolarse convirtiéndose en una de las figuras más influyentes de la Historia del Arte. Nadie todavía ha superado el nivel de heterodoxia de sus readymades . Pero antes de llegar a ellos, Duchamp se fajó en el arte clásico y en el canon de su tiempo. No existe reflejo más perfecto del movimiento en ninguna pieza cubista como en su Desnudo bajando una escalera.
Picasso, por cierto, también fue cubista. Después, fue mucho más que eso. Pero la clave es lo que fue antes: un profundo conocedor de los clásicos. Nadie ha deconstruido a Goya como él. La lección de Picasso, como la de Duchamp, es clara: para ser iconoclasta, antes has tenido que empacharte de ortodoxia. El camino hacia el genio no se hace con combates amañados.
