EL RECUADRO

Hacer la Pascua

Los años han perdonado el error de mandar a Don Juan Carlos a una canción de Karina, al baúl de los recuerdos

Don Felipe y Don Juan Carlos, el sábado durante la Pascual Militar EFE/JUANJO MARTÍN
Antonio Burgos

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Como un elefante se balanceaba sobre la finísima tela de una araña, que rima con España y con la levedad de sus convicciones, lealtades y agradecimientos, a quien durante muchos años fue proclamado como «el motor del cambio» parecía que le hubieran aplicado la Memoria Histórica, esa revancha que borra ignominiosamente de un plumazo a personajes, personas y personillas que anduvieron por las tierras de ambas Castillas en la construcción de la Patria. Dicen que los años no perdonan. Mentira. De momento, a Su Majestad El Rey Don Juan Carlos las ochenta velas, como las del «Juan Sebastián de Elcano», tan marineras, de su octogésimo cumpleaños, le han perdonado ese quitarlo de enmedio que la gente había visto hasta normal desde su generosa e inteligente abdicación. Desde entonces, Don Juan Carlos había dejado de existir incluso para aquellos cientos de miles de españoles que, cuando nos devolvió las libertades, se declararon «juancalistas». Eran fervorosos como carlistas, pero llevando por delante el juanismo del «Rey de Todos los Españoles» que aprendió de su augusto padre, el Conde de Barcelona. Quien también había abdicado de sus derechos históricos de la Corona, en aquel emocionante «Por España, todo por España» de una mañana de corazones encogidos en La Zarzuela. Peor suerte corrió Don Juan Carlos que Don Juan tras su renuncia. Ni siquiera, como al Conde de Barcelona, le pusieron su nombre a un nuevo navío de la lista de la Armada. Igual que muchos quieren todavía acabar con la Constitución de 1978, antes hubo quien quiso borrar la Historia a quien la promulgó, y en Valencia hasta quitan su nombre en los letreros del Metro.

He hablado de renuncias. Para renuncias, las de Don Juan Carlos. Tras la muerte del padre de esa señora que ha sido un ejemplo de prudencia y dignidad, y que se llamaba doña Carmen Franco Polo, Don Juan Carlos recibió todos los poderes del Estado. El Séneca de Pemán hubiera dicho: «Cómo serían los poderes que recibió Don Juan Carlos a la muerte de Franco, que mandaba hasta en el cabo de los municipales de Santiponce». Y renunció a todos ellos, uno por uno, para ser aquel Rey de Todos los Españoles con el que soñaba Don Juan en sus manifiestos de Estoril, y para devolver al pueblo patrio la soberanía nacional. Esto puede parecer un tabanco de Jerez en una conversación sobre el brandy, pero el Soberano dejó de ser soberano, que constitucionalmente fue el pueblo. No era precisamente una soberanía de garrafa. Y todo por hacer realidad y concordia y reconciliación nacional los sueños del Veterano, del Conde de Barcelona.

Así que eso de que los años no perdonan vamos a dejarlo. A los que nunca fuimos juancarlistas, ni ahora somos felipistas, porque, como juanistas, aprendimos que lo importante es la Institución, no las reales personas que la encarnan en cada momento de España, nos llena de alegría ver que los años han perdonado el error, inmenso error, de mandar a Don Juan Carlos a una canción de Karina, al baúl de los recuerdos, ú, ú, ú, cuando tanto España y la propia Corona le deben. Exactamente ni más ni menos que la renuncia a todos los poderes en favor de la soberanía nacional y haber parado con las solas estrellas de su uniforme del Ejército de Tierra el choque de trenes de un golpe de Estado en una entonces jovencísima democracia y en una recién restaurada Monarquía Parlamentaria. En todos estos mal llamados años, ¿dónde han estado los autotitulados «juancarlistas», que han borrado de un plumazo al que llaman, como un obispo o un catedrático que han cumplido la edad, Emérito? Qué digna reparación ver ayer a Don Juan Carlos en Palacio, presidiendo la Pascua Militar. No era sólo la militar. Era que habían dejado de hacerle la pascua del olvido y la habían sustituido por la justa del reconocimiento y agradecimiento.

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